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En verano la máquina expendedora de bebidas frescas y
pequeños tentempiés, estaba mucho más solicitada, parece mentira lo apremiado
que vamos los pobres currantes, carentes de tiempo para poder prepararnos algo
que llevarnos a la boca.
Instalada en la zona de servicios, donde se suele tomar los
refrigerios, nada más entrar, cada unos le echaba una mirada lasciva, pensando
en lo que se tomaría en la hora del café.
Lo más solicitado, dentro de todo el surtido de chucherías y
bollería industrial y que por lo tanto se acababa antes, eran unas enormes
palmeras recubiertas de chocolate.
Parecía como si dada su puesta en escena en la exposición,
sonriera a los usuarios, buscando complicidades, que evidentemente no había
intento de dieta que pudiera resistir.
Pero, ya se sabe, en verano las reposiciones de productos, se
alargaban en el tiempo, provocando su ausencia y escasez, sobre todo de lo más
solicitado, con el consiguiente desespero de los hambrientos usuarios.
Nada más entrar y percatarse de que solo quedaba una, el
encargado del almacén, intentó poner un pedazo de cinta adhesiva para bloquear
los números de referencia de la susodicha.
Antonio, uno de los comerciales, asustado ante su inminente
pérdida, de la pasta que quería reservar, para un poco más tarde y sin poder
hacerse con ella, por carecer de monedas, desenchufó la máquina expendedora.
Eloísa la secretaría pizpireta, que nadie solía tener en cuenta,
salvo para echarle miradas y palabras subidas de tono, se agenció con un
rotulito, en el que puso: “Máquina fuera de servicio, disculpen las molestias”.
Uno de marketing, Roberto, todo cachas y gimnasta de pro, se
aproximó a ella, mirando con disimulo, que nadie le observara, y al darse
cuenta del rótulo, escondió en el bolsillo del pantalón un artilugio que se
había fabricado para impedir la entrada de monedas.
Martínez, el de mantenimiento, que al principio se la miró con
displicencia, pues se tría sus sabrosos bocadillos, lo pillaron con las monedas
en la mano, desilusionado con el letrero.
A todo esto el gran jefe, Sr. Llano del Cerro, entró con aire
decidido, y horrorizado ante una máquina nueva fuera de servicio, entró en
cólera, exigiendo que avisaran inmediatamente a la compañía, y retiraran ese
infame artilugio incapaz de superar la canícula estival.
Valentina, jefa administrativa, y chica para todo, se apresuró a
cumplir con los deseos del mandamás, llamando con urgencia, a la empresa de
vending.
Cuando el operario, cabizbajo y humillado, se llevo la máquina,
todos los empleados, observaron desconsolados, como se iba la sonriente palmera
recubierta de chocolate, que empezaba a fundirse como una lágrima.
Ese oscuro objeto de deseo.
ResponderEliminarPena verla llorar sin poder despedirse de los pretendientes. Un abrazo
Quizás el calor empezo a hacer mella en ella.
ResponderEliminarUn abrazo.
Poco se podía esperar la palmera, tanto protagonismo. Bien escrito.
ResponderEliminarUn abrazo.
Una sencilla palmera bañada en chocolate, es la progatonista absoluta, de la ambición humana.
EliminarUn abrazo.