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Las tribulaciones de un amo de casa
El aprendiz de brujo
He llegado a la conclusión de que hay una conspiración, muy bien orquestada por cierto, para acabar con mis nervios y mi alterado estado mental, al cual estoy acostumbrado.
No puede ser que en poco tiempo, mi frigorífico diga basta, pero no de una forma definitiva, de esas que te dan ganas de llorar para después olvidarte de él cómo de un amante desechado, sino de una forma incordiante, ahora funciono ahora no, ahora sólo en congelador pero la nevera no.
Compaginado por la muerte, también por etapas, del compañero fiel a quién contaba todas mis cuitas, ese ordenador siempre dispuesto ha dejarse acariciar a altas horas de la noche, en una borrachera de sentimiento literario que no compartía, pero soportaba.
Intentando superar tanto abandono, mirando todas las ofertas habidas y por haber, en nuestro basto mercado super-competitivo, incluyendo visitas a centros comerciales, para ver in situ, las posibles ventajas y características de un modelo determinado de una marca concreta que no sabes bien por qué, crees que esa sí, no te va ha dejar abandonado, por eso de la obsolescencia programada. Hay quien dice que eso, no deja de ser una leyenda urbana, pero jode vaya sí jode.
En estas inquietudes metafísicas estaba, cuando en una mala hora, una vez puesta la lavadora, que tiene la amabilidad de avisarme cuando ha acabado con el programa de lavado de ropa en el tiempo que ella considera oportuno, según temperatura, peso, revoluciones de centrifugado, en fin esas cosa que hacen variable su comportamiento, acudo presto para sacar la ropa y tenderla, cuando al abrir la compuerta, esa que me recuerda un ojo de buey, de los típicos barcos, como ese que cogí una vez para ir a Genova...Perdón me estaba yendo del tema.
La cuestión es que al abrirla, sentí la misma sensación húmeda como cuando el perro de un amigo no tiene ni tiempo de salir a la calle y confunde tus piernas con el árbol de enfrente de su casa.
Miro y siento, sobre todo siento, sorprendido tamaño comportamiento de una fantástica lavadora nueva, sí nueva, apenas supera el año y algunos meses, una de esas cosas inteligentes, conectadas con no se que programa o aplicación para ser más eficientes y como nosotros, localizables y controlables a distancia.
Por suerte mis reflejos aún se comportan y consigo cerrar la compuerta con la suficiente prontitud y alevosía, para que la inundación no llegue a los vecinos de debajo, gente joven y suficientemente preparada, como para ponerme una demanda por intento de ahogo nocturno.
Mientras le doy con el mocho a toda aquella exuberante cantidad líquida que debiera haber desaparecido por un tubo destinado para esos menesteres, observo el mensaje en la pantallita ad hoc para esas comunicaciones, imprescindibles para una buena intercomunicación, ya he dicho que el cacharro era inteligente.
Tengo que buscar el manual de instrucciones, en cuyo segundo tomo encuentro la definición de los mensajes encriptados que envía el aparato: Sobrecalentamiento del motor, desconecte media hora y vuelva a iniciar el programa en curso. Y se quedan tan anchos.
Por cierto, la lavadora es de la misma marca que el frigorífico, eso debe de ser una señal de interactuación premeditada, para desmejorarme.
La congoja me invade, tres aparatos de mi cuadra, en estado terminal o al menos poco operativo, no puede ser, mi desconsuelo es máximo, pero la opción suicidio no es computable, uno tiene sus principios, hay que aguantar hasta el final, sino ¿Cómo voy a fastidiar a los amigos y parientes varios?
Sarrià, 31 Enero 2018