Como cada verano, en el pueblo de Villa
Alcurnia de abajo, están preparados para las fiestas de San Lorenzo, patrón del
pueblo desde tiempos inmemoriales, aunque el maestro nunca lo había
podido confirmar con exactitud, ya que ese dato no constaba en la Wikipedia.
Ahí se pueden contemplar a los mozos de
varas, cómo se adentran por la dehesa, en busca de los toros elegidos para la
fiesta, quienes en ese momento se hallan reunidos bajo un encinar, celebrando
una asamblea.
Por lo visto no los han sindicado
en fiestas y espectáculos, sección callejeros, y ellos
reivindican saber a qué gremio pertenecen exactamente, pues luego hay dimes y
diretes por las cuotas profesionales colegiales.
Andan comentando el descontento
reinante, pues saben por otros que es que, amén de no saber con certeza su
función festiva, además nunca les explican el final de la fiesta. Sólo saben
que tienen que correr pueblo abajo hasta llegar a Alcornoques de arriba,
persiguiendo a los mozos del pueblo y los forasteros, y que los distinguirán
por sus pañuelos vistosos en los cuellos.
El jefe de la cuadrilla de mozos, tras
escuchar a Pinto, llama al concejal de cultura del Excelentísimo Ayuntamiento,
para comunicarle el hecho y decirle que habrá un notable retraso en la recogida
de una manada adecuada, por lo que le anima a notificar a los músicos de la
banda municipal, que preparen más repertorio de temas para la jornada.
El susodicho le conmina a venir de
inmediato y dejarse de monsergas, que los
mozos ya llevan un rato acudiendo a la plaza de salida, y están acabando con
las provisiones de cazalla.
El capataz se saca la boina, dice sí
señor, se guarda el teléfono de última generación, maldice al señorito de
turno, y les dice a los compañeros, que arreando qué es gerundio, como oyera
una vez a su padre, y le gustó.
Así que sin escuchar más alegatos ni
preguntas de los astados, abren el camión, e invitan a los toros a ir subiendo
empujándoles con las picas. Los susodichos empiezan a protestar, a decir que
eso no son modales y que no se tienen en cuenta sus derechos. Que con un palo
en la mano todos son valientes.
El traqueteo del camión hace vomitar al
zahíno, y todos le recriminan ser tan tragaldabas de buena mañana. Cuando
llegan a un cruce, con el resbalón de Pinto sobre la madera, la puerta trasera
del camión queda abierta.
Pinto, no se lo piensa, dice a los cinco
compañeros: pies para qué os quiero, vámonos camaradas. Ya sabe que sin rampa
la bajada no será cómoda, y que han de ser rápidos y sobre todo sigilosos,
En esto unas espabiladas vacas, amigas y
conocidas del lugar, viendo un camión abierto con tan bella carga, optan por
empujar unas balas de paja hasta la trasera del vehículo para facilitar el
descenso sin merma de las facultades físicas de los fugados.
Así, con el morro, va animando a bajar a
todos, bajando Pinto el último y cuando con el asta cierra la compuerta del
camión, sabiéndose libres de nuevo, se esconden en la caseta de labranza de una
era cercana, quedando en silencio hasta ver lejos el destartalado y ahora vacío
camión de marras.
Cuando el armatoste llega a destino, los
miembros de la comisión de cultura están sobre ascuas, la televisión local
tenía prevista una conexión, la cual había conseguido en concejal para
hacer méritos y promocionar al sr. Alcalde.
La cara de asombro y enojo fue
monumental. Se pidieron explicaciones al conductor y su acompañante, ambos en
estado etílico crónico por ser adictos al carajillo. No pudieron dar razón de
la carga introducida, ellos sólo trasladaban la carga sin supervisar.
No dejan de rascarse la
cabeza, negando responsabilidad alguna. y sin saber explicarse de una forma coherente, ni siquiera como han llegado hasta ahí.
Mientras tanto cinco toros caminaban
junto a unas vacas, espantando moscas con un ritmo cadencioso, con sus rabos al sol.