Pablo Picasso (Autoretrato 1907)
Reconozco que le dejé una nota
muy ambigua, pero realmente estaba un poco harto de su desgana hacia mí y sobre todo a mi obra.
Total hablar de un posible infarto, tampoco estaba
tan lejos de la verdad, en mi familia, los varones éramos propensos a sufrir y
morir del corazón, a edades tempranas.
Había perdido la posibilidad de hacer los dibujos
para una campaña alimentaria importante, mis bocetos eran demasiado, no sé,
clásicos, según el manager de la campaña.
Era todo lo que había obtenido, por sobrevivir a
base de hacer bodegones, para el departamento de decoración de una conocida
firma de grandes almacenes. Convertirme en un pintor convencional.
En mi estudio realizaba cosas de más enjundia,
incluso rompedoras, pero a Laura le importaba bien poco.
Prácticamente no le interesaba mi trabajo y no se
dignaba a venir a ver mis cuadros, tampoco le importaba que tuviera modelos. Las
cuales, como la que tenía ahora, podían hacerme la vida agradable, pues con
Laura, creo que desde nuestra estancia en Menorca, no habíamos mantenido ningún
contacto.
Ella tenía un amigo de estos con derecho a roce, no
es que tuviera nada que objetar, lo nuestro era una relación adulta, en la que
estas cosas no tenían importancia.
Pero Ernesto era un relamido cirujano, un pijo de
mucho cuidado, con dos matrimonios fallidos, por su considerable egolatría.
Cuando me dijo que se iba de viaje, pensé que era
con él, pero resultó un encuentro familiar para discutir un tema de reparto de
unos terrenos.
Tampoco dijo cuándo pensaba volver, nos estábamos
alejando sin remedio y sin importarnos demasiado.
Cuando conocí a Bea, sólo era una modelo más, por el
estudio habían pasado varias, y no habían sido más, por cuestiones puramente
económicas, no siempre me lo podía permitir.
Pero a medida que iba trabajando con ella, y me
contaba sus cosas, empecé a interesarme
y a querer saber más sobre su vida.
Su piel canela, sus ojos enormes y negros, sus
dientes súper blancos, su proporcionado
cuerpo, en el que las caderas enmarcaban un trasero delicioso, no menoscabando
unos pechos, difícilmente olvidables.
Sus labios me susurraban en el oído, sus cuitas,
diciéndome que no veía el momento de regresar a su país para poder traerse a
una hija, dejada al cuidado de sus padres.
Abandonada por un militar de la marina, cuando se
enteró, que sus encuentros habían fructificado.
Desplegó todas sus artes para poder atenderla ella
sola, aceptó un trabajo en un cuerpo de ballet, y se vino para Europa, luego lo
prometido no era tan artístico y
prefirió dejar la compañía.
Prefirió desnudarse para un artista, más que para un
grupo de babosos, con intenciones salvajes la mayoría de los casos.
Le prometí ayuda, se le acababa el permiso de
residencia y si la expulsaban no podría regresar con su hija, demasiado mayor
para ser atendida por sus padres, incluso pensó en aceptar un matrimonio de
conveniencia, pero era demasiado caro.
Dado que no
estaba casado, me ofrecí para ello, momento en que se interrumpió toda
conversación y los arrumacos fuero increscendo.
Empecé a pensar que una forma de obtener dinero
fácilmente, sería hacer desaparecer a Laura, no sólo de mi vida, sino de ella
del todo. Eso no se lo dije a Bea, no tenía pinta de ser una chica que se
prestara a colaborar en este tipo de acciones, tampoco yo a priori, me prestaba
mucho en ser un tipo frio y calculador, capaz de realizar un crimen.
Aparte que dada nuestra separación de bienes, en
nuestra relativa unión cómo pareja de hecho, tampoco me hubiera
proporcionado ninguna cantidad
importante.
Fue Bea la que me dijo:- ¡Amor! Tu mujer pagaría un
rescate importante por ti, ¿si fueras secuestrado?
-No cariño, ella no, quizás su familia, a los
secuestradores para que me retuvieran todo el tiempo posible.
Tenían uno de los bufetes más renombrados de la
ciudad, donde se dilucidaban todos los mangoneos importantes, estaban en los
litigios donde conocidos prohombres de la sociedad, imputados por sonados casos
de corrupción y desfalcos varios, les permitían pagar minutas importantes, que
les permitían seguir con su vida como si nada.
Con lo cual, el plan en el que me veía auto
secuestrado, camino de un paraíso, sin extradición, sobre un colchón de
billetes, se iba diluyendo en nuestra imaginación.
Trataba de recordar la última conversación, entre
Laura y yo, pero sólo me salían a colación las mantenidas, por mensajes
telefónicos y por intermediación del contestador automático.
Eso hacía que ni su familia tuviera que pagar a
nadie para que me retuviera, el tiempo jugaba en mi contra.
Con lo que la imagen de unas tijeras de podar, cortándome
un dedo o un trozo de oreja, lo cual me hacía poca gracia, se apartaba de mí,
de forma conciliadora.
Realmente odiaba la visión de unas podadoras,
recordaba al padre de Laura, con su bosquecillo, dentro de un invernadero en su
suntuoso ático de la parte alta de la ciudad, con unas vistas magnificas de
esta.
El padre de Laura, se entretenía cuidando bonsáis,
esos arbolillos reprimidos, cuyo cuerpos retorcidos piden a gritos ser
liberados.
Allí es donde me dijo: -Usted joven, aparte de
pintar y dibujar, a qué se dedica, con qué cuenta para mantener a mi Laura.
Me lo soltó así de sopetón, sin darme tiempo a
intentar decirle lo mucho que nos queríamos y nuestra intención de irnos a
vivir juntos, ahora que yo había participado en una colectiva y vendido un
cuadro a un conocido de mi padre, que le debía un favor, esto lo supe, mucho
tiempo después.
La verdad es que Laura se había encaprichado
conmigo, tener un pintor en la cama, le daba un toque bohemio a su vida, que
quedaba muy epatante ante su círculo de amigos,
pijos redomados de las familias bien, las muy afortunadas
económicamente.
Con el paso del tiempo y mi estancamiento en el duro
mundo del mercado de la pintura, se fue alejando el interés de Laura, por mi
trabajo y con ello hacia mi persona.
Pero nos seguíamos queriendo, y ninguno de los dos
tenía intención de romper la relación, básicamente para fastidiar a su padre.
Quedaba bien, enfundado en mi smoking, tenía una
fluida y divertida conversación y no me emborrachaba. Era un buen acompañante.
Pero la presencia de Bea y su problemática, había
despertado en mí, la necesidad de hacer algo bueno por una vez en la vida, algo
hecho por mi solito, y en esto Laura quedaba al margen.
Habíamos quedado en salir hacia Sao Paulo, y una vez
ahí, preparar los papeles para casarnos en el consulado y adoptar a su hija por mi parte.
Mientras Laura estaba con su familia pude dedicarme
a preparar nuestra escapada, obtuve algo de liquidez, vendiendo el deportivo
que me regaló por mis cuarenta, cuando viera que no estaba en el garaje,
pensaría que estaba en una escapada
cercana, con la modelo de turno.
En Sao Paulo, Bea me presentó a sus padres,
realmente eran muy mayores para responsabilizarse de su chiquilla, la cual era
una monada, con una cabeza coronada por un pelo rizado y unos ojos cómo faros,
Lena era el nombre de la grácil criatura, de unos cinco años, que no se me
soltó de la mano, en toda la visita, adivinando que yo era su futuro.
Una vez hechas las gestiones en el consulado, a la
espera de los papeles oficiales, los cuales tardaría un tiempo prolongado, como
es de rigor en todo trámite burocrático que se precie.
Le dije a Bea, que iba a estudiar qué posibilidades
podía tener en su país. Para desarrollar mi arte en él, como nación de economía
emergente, la nueva clase media alta, era una posible clientela nada
desdeñable.
Tenía una línea de actuación que quería desarrollar,
era muy personal, con trazos gruesos y figuras muy esquemáticas, poco elaboradas, pero visibles, más que intuirse son una presencia fantasmal, con colores muy
sobrios, manchas de tonos muy tierra y musgo.
En un país de colores chillones, puede ser un
revulsivo atrayente, se lo comentaré a ese amigo que Bea insiste que vaya a ver, vive en un poblado
algo aislado, pero se ha empeñado mucho en que vayamos, dice que tiene algo de ella y que me puede
ayudar en mi concepción artística.
Por un momento pensé que no fuera el padre biológico
de Lena, que arrepentido se hubiera hecho una especie de ermitaño, viviendo en
una zona selvática, pero no.
Cuando salimos hacia allí, dejando a Lena llorosa al
cuidado otra vez de sus abuelos, mientras trataba de consolarla, triste de mí,
diciéndole que era por pocos días.
La verdad es que le había cogido un cariño
extraordinario, sin saber lo que era tener hijos, esa muñequita, había hecho
aflorar mi instinto paternal, incluso posaba mucho mejor que su madre.
Cuando al fin partimos en un viejo Mazda Xedos de
gasolina, en lo que tenía pinta por su parte de ser su último viaje, no tenía
ni idea de la aventura que me iba a tocar vivir y lo cerca que estaba de ello.
Total el poblado de marras sólo estaba a unos
tropecientos Km, los cuales trascurrieron por unas carreteras que a medida que
avanzábamos iban perdiendo el nombre de tales...
Avanzábamos así hacia el mattogrosso, en busca de un
desconocido para mí, que tenía que orientarme sobre mi vida artística, estando
él, en una ciudad abandona, fruto de la soberbia de un ricachón americano, que
pensaba ser el rey del caucho, al menos para sus coches.
Cuando Bea al fin me dijo, dónde íbamos realmente,
estuve a punto de bajarme del coche y decirle que no contase conmigo, soy
animal de costumbres urbanas, pero ya llevábamos más de la mitad del viaje y no
había tren para volver.
Cuando llegamos, una ciudad fantasma se abría ante
mí, totalmente abandonada, un escalofrió no reconocido me recorría la espalda.
Bea me tranquilizó diciendo que pronto vendrían a
buscarnos.
Y así fue, un monumento a la biología humana se nos
acercó, yo esperaba a un barbudo, pero eso era otra cosa, aparte de su
corpulencia, me doblaba en altura y anchura, una ricura tamaño armario ropero
familiar, con unos brazos tatuados con unos dragones lanza llamas, y los
consabidos pendientes en las orejas, la barba era centenaria, tenía los ojos
hundidos y ni siquiera se tomó la molestia de sonreír al darme la mano.
Las cosas se empezaron a torcerme, cuando una vez en
la casa, vi que me enseñaban mi cuarto con un camastro solitario y una ventana
enrejada, ante mi mirada interrogante, Bea se limitó a decir que el monstruito
no vería bien nuestra estancia conjunta en una habitación, estando casados sólo
por lo civil.
Mi cara de perplejidad se trasformó en una de
zozobra, cuando oí como cerraban con llave la puerta, dejándome encerrado en
ella.
Golpeé con vehemencia la puerta, pero lo que obtuve
fue una conminación al silencio en bien de mi seguridad, Bea me pidió que no
obligara a su socio a entrar, sería doloroso para mi salud e integridad física,
El velo se me cayó, y la visión nítida de un
secuestro, en el que había colaborado en todo momento, se presentó ante mí...
Me senté en la cama, si hubiera tenido un
cigarrillo, me lo hubiese comido, tal era mi estado de ánimo, reflexionaba en
cómo no me había dado cuenta en todo el viaje de lo que me esperaba.
Ella hablaba de su amigo, como una especie de santón
ermitaño, poseedor de una palabra sanadora, capaz de encauzar la causa más
retorcida, con lo cual no entendía para qué fuera necesario secuestrarme.
Tenía que reponer fuerzas y empezar mi plan de
evasión, de entrada necesitaba un guante y una pelota de beisbol, para poder
concentrarme, aunque no creo que el hombretón fuera muy ducho en temas
deportivos...
En el silencio de la noche, resaltó el sonido de un
coche que frenaba ante la casa, y alguien con muy buen humor, dadas sus sonoras
carcajadas al presentarse ante los inquilinos de la vivienda.
Tenía la oreja pegada a la puerta, pero mi
desconocimiento del idioma, apenas me hacía entender algo de lo poco que podía
llegar a oír.
En esto me pasaron una nota por debajo de la puerta,
en ella me confirmaban mi secuestro, me pedía mi colaboración, para hacerme la
estancia lo menos desagradable posible y sobre todo exigían mi silencio y buen
comportamiento para no tenerme que atar
ni acudir a medida coercitivas. También me piden una carta para pedir el pago
de mi liberación.
Teniendo en cuenta todo lo que conozco de mis
secuestradores, empiezo a temer que no saldré vivo de esta, Y empiezo a
recordar lo mucho que le debo a Laura en cuanto que gracias a su solvencia económica,
he podido dedicarme a mi vida artística, Ironía que fuera mi concentración en
plasmar ideas en colores y siluetas, me abstraían de su conversación, en la que
me contaba sus avances en los diversos pleito en los que habitualmente estaba
metida...
Pero todo eso era ahora era agua pasada, tendría que
pedirle ayuda una vez más en mi desastrosa vida, teniendo en cuenta que en
realidad vendría de mi querido suegro.
Me tenía que concentrar en cómo salir de ahí lo
antes posible, y luego en cómo alejarme lo más posible, total nada que no
pudiera hacer en un momento. Intenté recordar los episodios de una conocida
serie televisiva, de la cual hacíamos broma en el colegio, en qué el
protagonista era capaz de salirse de cualquier situación con cualquier cosa que
pillara.
En mi caso ni con una navaja suiza, podría desmontar
la cerradura de la puerta o intentar abrir la ventana clausurada y enrejada.
Estirado en la cama, mirando el techo, pensando en
ello, veía ante mí un futuro incierto.
En esto abrieron la puerta y entró Bea, traía un
plato de hojalata con un bocadillo, que resultó ser de sardinas, sí, un bocata
de esos con el pan totalmente pringoso del aceite y un botellín de agua.