La Chica
Estaba ahí sola, sentada en un banco de moderno diseño en una avenida clásica, (contrasentidos de la ciudad de los prodigios), de las más señoriales de la ciudad.
Compungida, con un pañuelo en una mano restañando sus lágrimas, lloraba en silenciosa soledad, entre el pasear indiferente de autóctonos ocupados, foráneos despistados y turistas en grupos guiados, a los que les iban explicando las maravillas de los edificios que estaban fotografiando con pasión.
Evidentemente a la chica en cuestión no se la miraba nadie, bueno yo, pero por supuesto sin atreverme a meterme en su vida, hoy en día estas cosas están muy mal vistas.
Mi observancia del llanto compungido fue con la discreción propia del observador cauto. Mil excusas acudieron a mi mente buscando explicación al afloramiento de aquella desazón.
Quizás estaba descartada para una beca, la habían despedido del trabajo, o abandonado el novio, puede que simplemente no hubiese superado los exámenes, tal vez una mala noticia respecto de un familiar muy próximo, al que le habían diagnosticado una grave enfermedad sin solución.
No lo sé, era un llanto contenido y silencioso, nada de cara a la galería como algunas actuaciones en la misma calle, pero más hacia el centro, donde hay una profesional del gimoteo para sacar los cuartos a las almas caritativas.
A lo mejor le acababan de anunciar que estaba embarazada, lo cual podía ser un motivo de gran alegría o de desconcierto. Pero el llorar no parecía de felicidad por un acontecimiento grato.
No, tenía que ser algo pesaroso, quizás un embargo al que no podía hacer frente o un desahucio inminente, pero se la veía muy joven para eso, según los usos de aquí en cuanto emancipación de los jóvenes, no daba la edad media para ello.
Todo esto lo iba barruntando mientras me alejaba del lugar, presuroso por llegar a mi destino, intentando evitar un golpe de calor que me desbaratase el día.
Parado ante el semáforo en rojo recurrí otra vez al tema del embarazo, (mientras esquivaba con acierto un patinete que decidió subirse a la acera para continuar paseo arriba), si era no deseado la aflicción no era para tanto, hoy en día es más fácil prescindir. Pero en el caso de tener fuertes creencias pro vida, la cosa cambiaba.
Seguro que mis pensamientos eran cosa de un ser antiguo, de alguien del siglo pasado.
Podía tener el pesar por no conocer quién era el padre, (aunque siempre se dice que esto una mujer siempre lo sabe), eso siempre dificulta algo las cosas.
O sí lo sabía y eso era lo peor. Puede que hubiera sido víctima de abusos, ya fuera de un superior, de un familiar, de un grupo de compañeros salidos de madre en la última fiesta de curso.
¿Y sí se trataba de un linchamiento psicológico por parte de una superiora malvada, que quería hacerse con sus bienes más íntimos?
No podía dejar de darle vueltas a un asunto, que podía ser tan grave cómo pudiera imaginar de cualquier noticia de sucesos o tan simple como un asunto de lo más sencillo y doméstico.
Crucé y seguí con mi peregrinaje garbancero, sin dejar prenda alguna de mi paso, ya sabrían mis pies volver, cuando fuese necesario.
Barcelona, 25 julio 2021