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Noche de castañas
Tradicionalmente la noche del treinta y
uno de octubre, es muy usual reunirse con amigos para celebrar la castañada.
Con la excusa de la llegada del frío y la
fecha dedicada a los muertos, se busca la buena compañía, para comer castañas
asadas, dulces de mazapán (por aquí, los famosos panallets) y buenos tragos de
vino o lo que se tercie, para animar y calentar el cuerpo.
Los de aquel grupo no iban a ser menos, y atendiendo
a que uno de ellos, disponía de una casa en la montaña, se pensó que era el
sitio ideal para celebrar la castañada.
Eran tiempos en que la influencia
anglosajona no estaba tan afianzada.
Se pusieron de acuerdo en quién llevaría el qué, para celebrarlo adecuadamente
y que no faltara de nada.
Tampoco eran tiempos de móviles y la
logística era un poco más rudimentaria.
Se repartieron unas hojas con la ruta a
seguir, indicando bien los cruces, para que nadie se perdiera, pues el lugar
estaba a una distancia considerable, según la pericia de cada uno, no menos de
dos horas.
Cuando empezaron a llegar los invitados,
la casa ya empezaba a estar algo caldeada, gracias a que el anfitrión había
podido llegar con la antelación suficiente para hacerla más habitable.
Al ser un caserón de dimensiones importantes,
habían decidido quedarse por donde estaba la cocina, con su hogar encendido, y
utilizar una sala contigua como habitación comunal, pues el frío era notable.
A medida que el personal iba llegando, toda la gente mostraba sus aportaciones,
con lo que las salvas de aplausos se sucedían.
Poniendo las viandas sobre una mesa, de esas
de madera rústica con generaciones de comilonas en su haber, ahí quedaba el queso,
jamón, tortillas de patatas, boniatos, las imprescindibles castañas, vino, los
golosos panallets, moscatel, aguardiente, en fin todo tipo de bebidas y
provisiones.
Como es normal entre la preparación y
puesta en la mesa y su posterior consumo, la conversación no cesó un instante,
con más chanzas que seriedad en su transcurrir.
En el devenir de la cena, se fue la luz
presumiblemente gracias a la tormenta que se había desatado en el lugar, con
gran presencia de aparato eléctrico.
Como no podía estar de menos, en una noche
tan señalada, se habló de la muerte y de los espíritus; cada cual miraba de ver
quién soltaba la historia más truculenta, llegando a decir el anfitrión que en aquella
casa habitaban, unos fantasmas de los antiguos propietarios, muertos en una
revuelta en épocas carlistas.
Evidentemente se tomó a chanza por el
resto del personal, llegando a pedir realizar una visita nocturna por las
estancias de la casa en su búsqueda, para darles un poco de aguardiente del bueno
y así calentarles su frío espíritu.
Dicho y hecho, se levantaron y con los animosos
grititos de las chicas, nadie se quiso quedar atrás en la búsqueda de los
consabidos habitantes misteriosos del caserón.
Con linternas, luces de gas, e incluso una improvisada antorcha hecha
con un tronco al que le habían puesto un paño empapado en aceite.
El anfitrión se puso delante para indicar
el camino e ir abriendo las innumerables puertas que tenía la casa, subieron
hasta las golfas, para luego bajar al sótano, todo ello al ritmo de la conga
haciendo un trenecillo ruidoso y luminoso.
Para cuando estaban en la inmensidad del sótano,
donde había desde antiguas caballerizas hasta las tinas donde se hacía el vino,
el anfitrión había desaparecido.
Por más que lo llamaron y exploraron durante horas por toda la casa,
recorriendo otra vez todas las estancias, no hubo manera de dar con él.
Al final cansados de buscar y estando al
clarear del día, se optó por regresar a la ciudad, considerando el hecho una
broma de mal gusto por su parte.
Los espíritus los vieron partir, con la
satisfacción de quién se saca una visita desagradable de encima.
Aquel grupo de amigos, con el paso de los
años y a medida que las responsabilidades familiares y laborales aumentaban, se
fueron distanciando entre ellos.
Llegando a olvidar o al menos no mencionar, nunca más la desaparición de su
amigo, del cual no volvieron a saber nada más.
Pero creo que todos ellos, cuando vienen
estas fechas me recuerdan un poco.
Barcelona, 31 Octubre 2018