Reciclando
Fue fruto de una discusión idiota,
empezamos hablando de nuestras cosas, para ponernos al día, de nuestras vidas
respectivas.
Luego nos pusimos a comentar sobre cosas
más intimas, como nuestras creencias o su ausencia, en materia religiosa.
La cosa se fue complicando cuando la conversación
cada vez menos plácida, se adentro en el tema de la concienciación política.
Pero cuando nos pusimos a hablar de
literatura y autores literarios, las chispas empezaron a saltar, provocando el
gran incendio de la sin razón.
Hay cosas que no estoy dispuesto a
tolerar y menos en mi casa, por muy amiga que fuera, con derecho a roce y todas
esas tonterías.
Acabe la discusión de una forma
contundente, soy fiel a mis principios, y agarre aquella réplica de la torre de
Pisa, que me trajo como recuerdo de un viaje romántico que había hecho con su
marido.
Le atice con fuerza, la que me daba la desaprobación
de sus falaces argumentos, en defensa de una obra y un autor, que me sacaban de
quicio.
En su caída, se desplomó sin ningún
cuidado, sobre la mesa de centro, puro mármol blanco con vetas grisáceas,
dándose en la nuca.
Cuando vi que su cabeza podía moverla
como si fuera de una muñeca de trapo, entendí que iba a tener un problema
grave.
Era una hora tardía de la noche, entre preparación
de la cena, la degustación de la misma, los cafés posteriores y la discusión a
la hora de las copas, el tiempo había pasado volando
Todo eso, con muy pocos arrumacos previos, verdadera razón de mi solicitud en invitarla a cenar.
Tenía, sobrantes de mi reciente traslado,
unas bolsas de basura, de esas industriales, pero solo le cubrían medio cuerpo,
utilizando dos me quedo totalmente envuelta.
Eran de un color butano chillón, que no
sé si serían de su agrado, era muy chic vistiendo, pero creí más oportuno no
fijarme en cuestiones estéticas.
Baje por el montacargas hasta el parking,
y llevándola a rastras con gran dolor de mi espalda, saqué el coche de su
sitio, para ponerme justo enfrente de la puerta de acceso.
Lo de la quinta puerta en los coches,
siempre lo he considerado una idea muy práctica, aunque alaben la elegancia
de los clásicos sedan.
Gracias a su perpetua manía en hacer
régimen, mantenía un peso fácilmente portable, lo cual le agradecí en mi
interior.
Salí en dirección a los contenedores que
había en la plaza, pero ninguno me servía, eran uno azul para el papel, otro
verde para los envases de vidrio y otro amarillo para los de plástico.
Recordé las quejas, de la señora Nieves,
encargada de la portería, y que por una módica propina mensual, se encargaba de
bajar y tirar las basuras.
Entonces me dirigí, ya con cierto
nerviosismo, dado lo tarde de la hora y mi necesitad, por cuestiones laborales,
de madrugar, a los horribles y aparatosos nuevos depósitos para desperdicios.
Cuando llegué a los contenedores marrones
para basura orgánica, amarillo para plásticos, verde para vidrios, azul para papeles y gris para el
resto, no supe cual utilizar.
Los restos de Silvia, evidentemente eran
orgánicos, pero iban acompañados de su vestido y sus múltiples bisuterías.
Me quedé dudando, al final opté por
regresar a casa, subirla y desvestirla con todo mi cariño y respeto.
Poniendo en una bolsa de basura gris,
toda su equipamiento, incluyendo el
bolso de cocodrilo, que le regalé con motivo de su cumpleaños, no estaba seguro si era de piel auténtica o un plástico muy bueno.
Regresé al montacargas, al parking, al coche, a los contenedores y cuando
me disponía a tirar a mi querida amiga en un bonito recipiente marrón, lleno a
rebosar, se paró un coche patrulla de la guardia urbana, conminándome a ir a
otro sitio a tirar mi basura orgánica.
Tampoco estaba para discutir mucho con la
autoridad competente, que me observaban, mientras iniciaba la consabida operación
de recarga de Silvia, a través del portón trasero de mi flamante Alfa Romeo.
Las cuatro siguientes ubicaciones de
contenedores orgánicos, sufrían el mismo problema de excedencia de material.
Estaba a punto de rayar el alba, sin
solucionar donde depositar los restos de mi amiga, que empezaba a dejar de
serlo, dada la pesadez de recolocarla.
Opte por dejarme de cumplimientos cívicos
y dejarla en un contenedor gris, válido para todo, cuando la brigada de
limpieza que bajaba por la calle con sus carritos de amplias ruedas, al verme
dijeron que ni se me ocurriera tirar basura orgánica en dichos cubículos.
Les dije que estaban todos llenos y tenía
prisa para poderme ir a trabajar, necesitaba tirar esa súper bolsa, lo antes posible.
Me aconsejaron que fuera a un punto verde
y ahí me solucionarían el problema.
Les hice caso y tras poner el cuerpo cada
vez menos moldeable en el maletero, partí hacia el destino indicado.
Pero cuando pasé por el puente que
salvaba el río, protagonista exclusivo de la ciudad, opte por atenerme a los clásicos
de la novela negra, optando por deshacerme de Silvia, por el conocido método,
de dejarla caer desde el pretil al agua.
Quedó un bulto chillón, como testigo
luminoso, de mi único desencuentro con mi querida amiga.
Esto de reciclar, que acaba siendo más difícil que deshacerse de una fiambre.
ResponderEliminarMuy divertido!. Un abrazo
No hay que perder el aspecto cívico del tema. Gracias!
EliminarUn abrazo.
Lo más aconsejable es evitar las discusiones, que pocas veces llegan a alguna parte pero es que el protagonista no tenía su día, más bien lo tenía gafe. Si hubiera sido biólogo, sabría que el cómpost es ideal para este tipo de reciclaje.
ResponderEliminarDivertido drama y bien escrito.
Un abrazo.
Muchas discusiones no conducen a nada positivo y si encima no tienes el día, ni te cuento.
EliminarTendre en cuenta tu sugerencia, gracias.
Un abrazo.
por eso es que amo el silencio Cuando la pasion termina empiezan los miedos
ResponderEliminarSilencio que tras la pasión, nos descubre los miedos.
ResponderEliminarUn saludo.
Llegué hasta aquí, y me gustó leerte y comentartelo.
ResponderEliminarTu forma de escribir, ágil, amena, e irónica, resulta muy agradable de seguir
con tu permiso, regreso.
saludos
Muy agradecido por tus amables palabras, tan gratas de leer.
EliminarTienes permiso para mirra y remirar, por las diversas habitaciones, mirar en sus armarios, y ver los secretos que esconde en su interior.
Saludos.