Entré en el ascensor para subir a la planta de
administración, los de marketing andaban algo despistados, como es habitual en
ellos y tenía que aclarar un par de cosillas.
En él, un suave perfume, estaba depositado en
su atmósfera, inundando mi sentido olfativo, de una fragancia sumamente
agradable y seductora.
Mientras ascendía, la fragancia iba haciendo su
labor obsesiva de atraerme hacía su fuente emisora. Tanto que me obligó a
intentar deducir quién sería la portadora de dicha esencia olorosa.
Tenía que ser una visita externa, pues los
aromas pertenecientes al personal, eran lo suficientemente conocidos, como para
no sentirme tan sorprendido.
No había estado al tanto de las visitas del día
y no podía hacer mucho rato, a no ser que el perfume en cuestión fuera de una
capacidad de permanencia inusitada, así que solo bajarme, pregunté en recepción quién había venido, sin obtener una
respuesta clara.
Les sonaban varias visitas de proveedores, pero
sin haberse fijado mucho en las personas que llegaron.
Volví a subir para seguir aspirando tan
sugerente aroma, mezcla afrutada, oriental y sobre todo muy persuasiva.
Pase por delante de la sala de reuniones, pero
estaban dando un cursillo, por una cuestión de cambio de normativas, en la aplicación-ó
de un producto de seguridad pasiva.
Sus componentes eran todos, hombretones recios
de los que no te imaginas, jugando con plumas por la noche subidos a unos
tacones.
También me pase por delante del despacho del
director comercial, vacio como es costumbre a lo largo de la jornada laboral,
luego por el del gerente, que si estaba ocupado con visitas, una de ellas podía
ser la portadora del aroma que me tenía subyugado.
Llevando
en todo momento una factura de un material recién recibido, como salva conducto
para justificar mi presencia por el santa sanctórum de la empresa. Me quede en
una sala contigua atisbando por encima de las fotocopiadoras intentando
adivinar a través de los cristales tintados y persianas laminadas.
No sé cuantas veces escanee dicha factura, pero
sí que fueron más de una docena, sin fijarme demasiado en quien sería el correo
receptor, pues el mío no estaba memorizado.
Como sólo les veía sentados de espaldas,
teniendo de frente al gran jefe, demasiado atento a las explicaciones de los
visitantes, como para fijarse en un tipo excéntrico estirando el cuello en sala
contigua espiando, la imagen que obtuve es la de los típicos ejecutivos
vestidos de uniforme con sus consabidos trajes grises, sin hacerme una idea
clara de quién podía ser la turbación de mi nariz.
Pero estaba claro que por esa zona no se había
paseado la porteadora, objeto de mi deseo.
Opté por desaparecer ante lo infructuoso de mis
pesquisas, no diría tanto que decepcionado pero si desilusionado.
Al regresar al ascensor, el olor todavía
flotaba en su interior, y sin embargo no lo había notado en todo mi periplo por
la planta superior.
Y si no fuera una de las visitas, y si fuera
una persona amiga de lo ajeno, introducida de forma disimulada, en plan
decidido y aromático, utilizando el perfume como elemento disuasorio de pensar
en la maldad de sus intenciones.
En esta disyuntiva estaba, mientras me paraba a ver en la planta
intermedia, sección servicio y almacenaje de pequeños materiales.
Recorrí rodo su perímetro, me fui a la sala de
descanso, con sus máquinas expendedoras y cafeteras, empecé a notar una ligera
pista, algo imperceptible para quien no estuviera buscando como yo.
Me puse alerta, en esa planta no tenía por
qué haber nadie ajeno a la empresa y
estaba seguro que nadie de ella olía de aquella manera, que tenía de todo menos
de sutil.
Andando de puntillas, con la cabeza ligeramente
hacia atrás, para tener la nariz en posición lo más receptora posible, sigo la
ligera pista, que las corrientes de aire aún no han podido deshacer, hasta que
con la mirada entrecerrada, para concentrarme sólo en un sentido, casi tropiezo
con uno de los sénior de la compañía, hablando por teléfono entre las estanterías, se supone que de acciones súper importantes
para el buen desarrollo del negocio.
Tuve tiempo justo para girarme sobre mis
talones y encaminarme hacia el montacargas, como si esperase que llegara para
recoger algo para guardar.
En esto
abrí el montacargas, y para mi
desesperación, estaba el carrito de la limpieza, ese que contiene todos los
elementos para efectuarla y un cubo, se supone que con agua, detergente y
lejía, la suficiente como para destrozar,
con su penetrante olor, cualquier pista de la fragancia buscada.
Desilusionado por el desenlace de mis pesquisas
me dirigí hacia la escalera para no tener que obsesionarme más.
Cuando abrí la puerta para salir , deje pasar a
la persona encargada de la limpieza, que venía a continuar con su labor, dejándome
clavado en la puerta abierta sin moverme y casi si poder contestar a sus buenos
días.
El aroma
sugerente, abierto a todas las fantasías inimaginables, se abrió paso
con ella, una estupenda y oronda cincuentona, habladora profesional sin
descanso, y sin medida en la dosificación de los perfumes.
Salió nuestra querida colaboradora externa, de
su asombro cuando le dije, buenos y olorosos días, reaccionando a mi parálisis momentánea, diciendo
que estaba contenta con el perfume que le habían regalado.