Los Burgueses (XXXIII)
Tras la celebración de la fiesta por su santo, Don Pedro, tenía por costumbre ausentarse de la ciudad, para evitar el bochorno veraniego y esa sensación que la humedad, propia de las ciudades ribereñas con el mar, suelen tener como complemento desagradable, para cualquier ciudadano, por mucho que este aclimatado.
El concepto, irse de veraneo, entre la gente pudiente o con los medios necesarios para poder ausentarse, venían de antiguo, solo que ahora estaba mucho más organizado y mucha gente se puede permitir una segunda vivienda.
Al respecto, Arturo hizo un estudio con estadísticas, de los diversos pueblos que habían sufrido y a la vez disfrutado, de la invasión de familias enteras, llegadas al asalto de su tranquilidad y se habían puesto a construir lindas villas modernistas, para poder seguir viviendo en su exclusividad, con sus casinos de veraneantes, donde celebrar sus bailes de salón, festejos varios, representaciones teatrales y más tarde proyecciones cinematográficas, trasladaban su mundo, ya ordenado, a esos lugares con buen clima, o buenas aguas, o al abrigo de altas montañas y los más osados incluso a orillas de ese mismo mar que en la capital odiaban, menos cuando por los puertos salían los pedidos atendidos por sus fábricas.
Ahora todo había cambiado en demasía y ciertas comarcas más privilegiadas en cuanto el clima, habían desarrollado una forma de aumentar el tamaño de los pueblos, mediante una clonación de casas sin reparos en cuanto a cantidad y falta de encanto. Todo tenía pinta de un decorado fílmico.
Pero todas esas recuperaciones de los nuevos burguesitos por hacerse con una propiedad de la cual poder fardar entre ellos, hacia también que las quisiera decorar y con ello, se compraban cuadros que dieran el pego y de los cuales se pudiesen hacer los enteradillos en el submundo del arte, fuera de los cuatro consagrados que salían en todas las enciclopedias. Para eso estaba Arturo y sus ilimitadas posibilidades de jugar con los datos. Por ello sabían Don Pedro y Ernesto, sobre todo este último, en cuanto debía tasarse, su muy crecida colección de arte pictórico.
Ernesto se había ocupado de hacer un estudio de mercado, muy sui géneris, en el cual, a petición de su primo valoró las posibilidades de adquirir una buena liquidez con los cuadros de la colección de Don Pedro, estudió el mercado que representaban todas esas casas ansiosas de tener ese detalle significativo, que la diferenciase de la misma casa del vecino. Al preguntar ciertas cosas, ya Arturo incluso llegó a ir más allá, de lo que se le había pedido.
De ahí que don Pedro estuviese contento con la operación puesta en marcha con la galería, de la colaboración de Ernesto, que se llevaría su más que bien ganada comisión y el que se quedaría igual, pero con más información dentro, sería el fiel Arturo, que de todo esto no había soltado nada a José Carlos. Así que todos contentos, Ofelia tenía claro que algo tramaban, cada vez que pedían la colaboración de Arturo para algo, pero también tenía claro que a ella no le afectaba.
Terrassa, 30 septiembre 2024