Esta foto propia, me sirve para el tema que presento.
Chaladura
En mi habitual recorrido al centro
de la ciudad, paseando sin prisas, aprovechando los rayos del sol invernal, contemplando
escaparates con sus ofertas de época de rebajas; he visto, una oficina bancaria
cerrada, no una más si no una principal.
Cada vez que veo algo así me da un
subidón, dado el poco aprecio que tengo a la banca en general y a la de mi país
en particular. Los extranjeros ya se sabe que son más pulcros, profesionales,
educados y desinteresados (por si cuela).
Será por lecturas o películas
vistas en mi infancia o adolescencia, ya saben la influencia que tienen las imágenes
del romántico atracador de bancos que siempre va con la más guapa, se ríe del vasto
policía de turno, envilece al patrón bancario y esas cosas. Siempre eso
sí, pensando en repartir el botín en beneficio de las causas más peregrinas.
O sea que cariño lo que se dice cariño,
no les tengo ninguno, estoy plenamente de acuerdo con la teoría del paraguas,
con respecto a su sobria actuación en el trato con la clientela.
Por lo cual su desaparición de la
vía pública; sobre todo de las grandes y elegantes calles donde el m2 está a cotizaciones
imposibles de poner aquí, dada su velocidad de ganar altura en un brevísimo
lapso de tiempo. Me llena de una gran satisfacción
Los grandes proyectos, los grandes
espacios, esos que intimidan nada más entra en ellos, ya no son su de su
corral, ahora la moda y la alta tecnología los han desbancado del primer plano
de la élite urbanística.
Ya sé que es como un espejismo, que siguen
mandando en el cotarro del control financiero de la sociedad y eso hace que su
desaparición de la acera pública es una táctica comercial distinta, ahora
estamos en la época digital y la presencia física ya no cuenta tanto.
Pero, la percepción es que se baten
en retirada, su presencia mediática es menor y la seriedad de su oferta arquitectónica ha dado paso a una explosión de alegría en las calles. Incluso que las pocas
sucursales que siguen abiertas se han actualizado y parecen centros de acogida
para ciudadanos despistados donde les venden un viaje o una vajilla o ambas
cosas a la vez a la que se distraigan un poco y pregunten demasiado.
Tras varias reconversiones, con
fusiones absorciones préstamos estatales camuflados que son auténticas
donaciones a fondo perdido y haber echado a un sin número de empleados a la
calle, con o sin prejubilación previa, que pagaremos el resto de contribuyentes durante generaciones; nos siguen mirando por encima del hombro a sabiendas que están por encima del
bien y del mal, o sea de la legislación vigente y que todos los partidos les
deben favores. Por eso ya les adecuarán las leyes para que les soplen a favor.
Casi nadie se acuerda ya de los
siete grandes, los bancos que dominaban la escena española en la denostada
transición. Con sus grandes sedes corporativas en lo mejorcito de cada capital
de provincia, decoradas para mostrar su poderío e intimidar al cliente, al que
sólo le quedaba dar las gracias por poder tener una cuenta en tan magnífico
lugar.
Ahora quedan dos, con muchas vergüenzas
por ocultar. El panorama en las cajas de ahorro es parecido, pero ese es otro
cantar y no da tanta rabia, bueno sí, pero ahora no toca.
Barcelona, 26 Enero 2019