Bach - WTC I Prelude and fugue no. 1 in C major BWV 846
Henstra | Netherlands Bach Society
Ofelia estaba, ahí sola, en el balcón que daba a la gran avenida, en una noche fresca pero agradable, a pesar de estar ya en otoño. Nunca llegó a pensar que regresaría al piso de Don Pedro y menos de aquel modo.
Ahora contemplaba la estancia de la sala, donde apenas quedaban un tresillo con un sofá desfondado y unos sillones con los apoyabrazos desgastados y los reposacabezas con notables manchas de sudor. La decadencia que da al desnudo en las horas de las despedidas.
Las paredes vacías, de aquella notable saturación artística, de cuadros de todo tipo que la invadía, e incluso un tapiz que en tiempos hubo sobre un mueble de caoba muy señorial. Todo lo valioso o aprovechablehabía desaparecido por variasvías de escape, todas supervisadas legalmente, por eso estaba ella ahí.
Por suerte encontró en una alacena del office de la cocina, una agradable botella de las que Don Pedro solicitaba a menudo, un veterano “CaolIla” con sus doce años de partida, más el tiempo de recorrer mundo que hubiese tenido añadido. Lo cual hacía que a pesar de la desolación de las estancias, se sintiera reconfortada y recordara al viejo cascarrabias con algo de afecto.
Para redondear el momento y teniendo en cuenta que, dada la hora, el tráfico rodado por la calle era mínimo y la Luna tenía pinta de agradecerlo, se puso a escuchar el Clave bien Temperado, que para la situación nostálgica en la que se encontraba apetecía adecuadamente. Ahora se podía quedar ahí, en el balcón, aunque nadie la mirase, era un suponer, pero sin la incomodidad que tenía, cuando llevaba su parche a lo Éboli, o sus gafas de prisma, por suerte tras la operación, se podía mostrar con su sonrisa franca y aun teniendo la vista no bien del todo, sí lo suficiente como para sentirse segura como siempre, aunque no fuera princesa, ante la gente.
El día había sido complicado, a pesar de la familia ya sabía de la última voluntad del cabeza de familia, no por ello podían quedar algunos pormenores o flecos que les dejasen algo material a ellos, independientemente de gran recuerdo que para su desgracia les quedaba del fenecido. Con ello, Ofelia se sabía que tendría una mañana digamos incómoda, lo de vérselas con una familia desheredada, no era un plato grato de comerse, pero entendía las razones de Don Pedro, para que fuera ella la albacea del tema herencia.
Tenía que comprobar que se llevase todo a buen término y el fallecido pudiera descansar en paz en su última morada, que no era otra que el Panteón familiar, que con él, quedaba con el cupo de entradas cubierto y gracias a que entró haciendo una excepción, por parte de la funeraria que aceptó de buen gusto, la aportación que se le hizo para que así fuera.
Ofelia había tenido la sorpresa, de que su principal adversario, al menos eso se temía, no lo había sido por incomparecencia, con lo cual tanto ella, como Ernesto e incluso el notario, tuvieran una reunión más plácida de lo sospechado a priori. Lo cual solo hizo sospechar que el citado, estaría preparando una impugnación a la totalidad de las decisiones testamentarias de su padre, se supone que basándose en la merma de sus capacidades mentales, pero para eso tanto el padre como el notario y Ernesto ya habían tomado medidas con tiempo. Les tocaría la legítima, de lo que tuviera a su nombre en el momento del deceso. Que a todas luces, era más de lo que se merecía.
El resto de la familia, entre que estaban informados por el propio comunicado de Don Pedro el día de su santo y que, en caso de haber herencia sustanciosa, se lo quedaba prácticamente todo, según ancestrales tradiciones propias del principado, en poder del“hereu” figura representada por el primer hijo varón, de la familia, para conservar el patrimonio lo más completo posible, fuera cual fuese, las aptitudes del mismo para afrontar dicha responsabilidad.
La verdad es que, podía considerarse, que de momento la cosa había estado bien, a los que les había tocado algo, pues por ello, y a los que no, tampoco les hubiera cambiado mucho la vida, por pillar una propina, aunque fuera generosa, en el caso del nieto. Pedrito,aparte de la dotación para una beca, ya ofrecida por la fundación receptora de la fortuna de Don Pedro, empezando a funcionar bajo la presidencia de su primo Ernesto, le cayó en suerte, el quedarse con Arturo, para Pedrito, tras su interés en estudiar matemáticas, le sería un buen sparring.
Allí, en aquel piso, por donde parecía que habían pasado unas hordas salvajes, sin respeto por nada que no fuera el llevarse algo, lo que fuera, todos sabían que la vivienda, tenía que quedar libre y disponible en el menor tiempo posible, curiosamente la casa no era de Don Pedro, ni siquiera de la fundación, era de alquiler, desde tiempos inmemoriales, con lo cual, a los propietarios de la finca, sí les había tocado la lotería.
Le pareció estupendo la decisión de Don Pedro de asignar a Arturo, a su nieto Pedrito, a todas luces con el que más relación había tenido y a quien aparte lo consideraba el más inteligente de toda la familia, incluyéndose el mismo, una de las virtudes de Don pedro, era ser consciente de sus limitaciones.
Así que a Ofelia ya le quedaba poco trabajo por delante, al menos en aquel lugar, contemplo el vaso vacío y dudo en volverlo a llenar, pero se ahorró el gesto al ver que ya no quedaba nada en la botella, elevó el vaso hacia la luna en un gesto de despedida y salió de la vivienda, con destino a un hotel cercano. Al día siguiente tenía que hablar con Ernesto, antes de partir hacia su ciudad, sobre aceptarser consejera legal de la fundación de Don Pedro, un trabajo que podía hacer desde su despacho, viniendo de tanto en tanto, para alguna supervisión in situ. El trato y las condiciones eran muy buenas, de esas que no se podían rechazar.