La rubia oxigenada de labios ardientes, se lo encontró así, con la mirada mate, fija en algún punto del infinito, con una sonrisa forzada, babeando sangre oscura.
Estaba reclinado sobre la pared, en la qué estaba impreso el rastro de su desplazamiento, sin acabar de caer al suelo de madera encerada, por cuyas junturas se iba desplazando el liquido espeso de su perdida vida.
Ella como era de rigor, expresó con un grito gutural de altos decibelios, todo su sentir de asco, pena y desconcierto, ante el estado de su trompetista favorito.
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