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Compró
12 uvas, una por mes, o una por hora, no lo sabía bien, pero daba igual, las
limpió, las peló y les quito las pepitas haciendo un pequeño corte para
ello, aprovechándolo para en su lugar añadir una pastillita de un
bote, que ponía algo sobre gran peligrosidad y solo prescripción facultativa.
Las preparó
pensando en los doce disgustos más importantes que le habían llevado hasta ahí,
hasta una situación que se le había ido haciendo insostenible,
contando en acompañarlas con una copa de Krug.
Mientras
contemplaba la sala, bellamente decorada, muestra de su selecto gusto y su
situación económica ciertamente desahogada, como se decía eufemísticamente.
Admiraba con deleite la sala en la que predominaba un árbol plenamente
iluminado y lleno de brillantes bolas de color rojo intenso.
Echó una
mirada a los otros acompañantes del iluminado, pues nunca desechaba a los
antiguos, que formaban una especie de guardia de corps para los recién llegados
y simples testigos de los fastos navideños con los que le gustaba recordar su
infancia al solitario inquilino de la vivienda.
Ciertamente, la
cantidad empezaba a ser notable, lo cual daba cuenta de los años que ya
acumulaba y la fidelidad a sus rígidas costumbres.
Cuando sonó la
campana de la puerta, acudió presto hacia la puerta, poniéndose la chaqueta del
esmoquin por el pasillo y mirándose en una antigua cornucopia antes de abrir la
puerta a su invitada.
Cuando abrió
con su mejor sonrisa puesta, se deshizo en elogios ante la elegancia y belleza
de su gentil visitante, una mujer de mediana edad melena convenientemente
oxigenada y vestido de noche ceñido.
La cual
agradeció los cumplidos mientras se desprendía de la estola de visón de forma
desmayadamente estudiada y quitándose de la misma forma los guantes que el
recogió con servil deferencia, mientras disfrutaba de una bella espalda y de un
no menos bello y desinhibido escote.
Se rio con
estudiada vehemencia, ante la sorpresa por ver aquel ejército de abetos
custodiando al brillantemente engalanado
con todo de cajas de regalo a sus pies.
Ella comentó cómo era que estaban los regalos navideños todavía
por abrir, él le confesó que eran de simple atrezzo, pero que sí tenía un
regalo para ella muy especial, que le ofrecería tras comer las uvas.
Riendo le dijo que, ya que celebraban el fin de año el día
28, bien podían saltarse las doce y celebrarlo ahora a las ocho de la tarde,
siempre estaba dispuesta para un buen regalo. A esto él se limitó a murmurar
por lo bajo: algo más que un regalo te llevarás. Mientras, con el dorso de la
mano acariciaba suavemente el blanco cuello de la invitada.
Le propuso una cata a ciegas de unas uvas qué había preparado
especialmente para ella, para que fuera más placentera e intensa, le propuso vendarle los ojos, ella
se dejó hacer, aceptando el juego de ser vendada, cuando vio como buscaba una grabación de unas
campanadas de fin de año retransmitidas por televisión en un año anterior.
Ella se prestó, no sin un gesto de sorpresa, por el atrevimiento
de él en una primera cita, pero sin dejar de reír ante sus ocurrencias, viendo
la fuerza seductora que ello provocaba. Incluso aceptó de buena gana que la
cosa fuera a más cuando una vez con un pañuelo negro en los ojos, él le aplicó
una atadura en los brazos para fijarlos al sillón diciéndole con su mejor voz,
que no se tenía que distraer, que era mejor que se concentrara en sentir y
degustar, ella se dejó hacer, pensando que era algo inapropiado, pero quería
complacer a este nuevo compañero, pues ya se le pasaba el tiempo de conseguir
una relación estable y lo encontraba sumamente amable y delicado.
Así estaba ella, sentada en una silla aterciopelada con brazos
estilo Louis XVI, esperando lo que intuía sería un preámbulo de una serie de
juegos eróticos, con los que iniciar la fiesta del supuesto fin de año.
Teniéndola atada, con unos suaves lazos de seda eso sí, el
anfitrión se sentía mucho más dominador, se acrecentó su fortaleza y ya no le
preocupaba tanto ser un educado caballero, estaba a punto para iniciar su
ceremonia.
A la tercera uva tomada con un sorbo de champagne, noto que ella
empezaba a desfallecer, tampoco se trataba de que la cosa fuera tan rápido, le
quito la pastilla a la siguiente y espero a ver los efectos.
Ella por su parte notaba algo extraño y que empezaba a marearse,
lamentaba haberse dejado atar para entrar en aquel juego que le había dejado de
hacer gracia, intentaba decírselo a su anfitrión pero las palabras le salían
inconexas.
Él siguió dándole las uvas, mientras ella empezaba a esforzarse
por desatarse e intentar dejar de tragar, pero él hábilmente le impedía
respirar besándole apasionadamente y con mucha delicadeza, pero firmemente para
conseguir su propósito.
Ella, desesperada, empezaba a sentir un ataque de pánico, empezó
a sollozar y sus lágrimas corrían por las mejillas, dejando un rastro negro por
culpa del rímel.
Para él, no era, sino motivo de satisfacción, formaba parte del
plan verla en aquel estado, no pensaba aflojar ahora, recordó todos los sinsabores, las humillaciones, los desplantes y los fracasos que había tenido
con aquella aparente frágil mujer, en un pasado no tan lejano, pes lo tenía
todo muy presente.
Se fue a la cocina en busca de un cuchillo de trinchar carne,
mientras le iba dando pasadas con el afilador, venían a su memoria tristes
recuerdos de su época estudiantil.
Ella tendría unos pocos años más que él, no más de cinco, era
una recién licenciada en busca de su primer trabajo como tal, siendo la
enseñanza ideal para poder dedicar unas pocas horas al día sin una excesiva
dedicación, para poder dedicarse a otros menesteres.
Mientras él se ensimismaba en sus recuerdos, ella intentaba no
desvanecerse otra vez, pensando cómo podía haber caído en una trampa tan burda.
En manos de un posible psicópata, que le resultaba algo familiar, aquello
estaba claro que no podía acabar bien. No entendía como unos pequeños sorbos de
champagne le podían haber afectado tanto, como pata tenerla tan desfallecida,
mucho más de lo habitual en una bebida, entonces pensó con pavor que estaba
siendo narcotizada y tenía que esforzarse todo lo posible en no perder el
conocimiento.
Pero la realidad es que se había quedado como un trozo de
madera, sin sensibilidad alguna, solo pudiendo llorar como máximo exponente de
su capacidad de expresión. Estando totalmente embotada, apenas percibía el ruido
de maestro de ceremonias afilando el cuchillo de forma harto, ostentosa y
ruidosa, sin saber por suerte para ella que era en su honor tamaña dedicación artesanal.
Cuan llegó ante ella con su sardónica sonrisa puesta que ella no
percibía, pero si su aproximación, esta no tuvo menos que pensar que llegada su
hora, fuera lo más corta posible.
Noto como transportaba la silla con sus ruedecitas a otra sala o
estancia cercana, con un cierto olor a desinfectante de sitio público.
Con sus frías manos enfundadas en látex era trasladada tras ser
desatada de la silla, sin poder por su parte ofrecer ninguna resistencia, salvo
la de ser un peso muerto, valga la expresión premonitoria, a una no menos fría
camilla.
Tuvo que soportar, ser
desnudada, de forma humillante, al notar cómo iba cortando los tirantes del
vestido que con tanta ilusión se había puesto para deslumbrar a aquella bestia,
siguió con la ropa interior, toda de buena marca, tanto el sujetador y las
bragas haciendo conjunto con el liguero, era un pack de todo incluido, de una
conocida marca muy anunciada por televisión.
Solo podía llorar, era la única faceta de su expresividad que
podía realizar, y a ella se dedicaba intensamente, para todo lo demás su cuerpo
no le respondía.
Él, por su parte, cada vez estaba más excitado, pensaba en su
venganza y se deleitaba con ella, empezaba a cumplirse, con retraso pero al fin
llegaba y estaba a punto para culminarla.
Tenía a su merced a aquella maldita sabionda, que si no le
hubiera suspendido en una de las pruebas de acceso a la universidad, en el
curso de preparatorio y no hubiera puesto al claustro de profesores en su
contra, como elemento perjudicial para la convivencia académica, aparte de
haber copiado en los exámenes y haber presentado los trabajos copiados de forma
vulgar.
En vez de un vulgar carnicero de barrio, sería ahora un afamado
cirujano, atendiendo a lo más selecto de la sociedad.
Tras sus dos
ensayos con unas mujeres facilonas, de barrios y ambientes muy distintos entre sí
y socialmente dispares, pretendía estar lo suficientemente preparado para a la
tercera hacer un trabajo digno de mención.
Tenía
preparada una cámara de vídeo, para grabar con un gran angular, para no
perderse ninguna de las facetas del sacrificio en su honor que se disponía a
practicar.
Contemplaba
displicentemente a su víctima, sobre la que ya se disponía a incidir con su
precioso y afilado cuchillo de acero japonés, haciendo una incisión en aquella
blanca y aterrada piel de gallina.
En esto un
estruendo, provocado por unos policías hundiendo la puerta del sótano ene l que
se hallaba le impidió disfrutar de su fiesta.
Dándole tiempo, eso sí, ha tomarse el resto de las uvas con champagne de un solo trago enérgico.
Mal asunto esta muerte programada y autoinducida Alfred. Pero me quedo con la recreación de una escena que puedo imaginar.
ResponderEliminarTu champagne no lo rechazaría para brindar contigo y los tuyos por un feliz Año Nuevo.
Un abrazo.
La muerte es siempre un mal asunto, aunque haya quién disfrute jugando con ella.
EliminarBrindemos por ese Año Nuevo.
Un beso.