La guerre des boutons
Mirando a ambos lados, en uno limitaba una carretera de curvas con pocos tramos rectos en uno de los cuales se asentaba el pueblo.
En la otra rivera, pero también subiendo, la vía férrea de un tren asmático, que cuando pasaba daba tiempo de ver su pasaje adormilado mirando por las ventanillas y a los cocineros en la plataforma del último vagón saliendo a saludar a la chiquillería que los vitoreaba, pues con sus altos sombreros parecían magos.
A las dos en punto, siempre a esa hora, pasaba el expreso camino de Francia, por eso era un tren tan puntual, al ser internacional no se comportaba como los normales.
Además, era la hora de recogerse, para estar a la hora de comer cada uno en su casa, también puntual y en silencio pues era la hora del parte por la radio.
Aquel día había sido afortunado y había podido hacer buen acopio de munición, las cortinas anti moscas de los colmados, pescaderías, carnicería y otros establecimientos del pueblo, hechas con ganchillos metálicos tenían siempre un acabado irregular gracias a nuestras razias de aprovisionamiento.
Así no tendríamos que temer a la pandilla del pueblo, siempre agresiva contra los señoritos de la colonia, o sea: nosotros.
Los mayores dirimían sus diferencias de forma más civilizada, en el campo de fútbol donde de tanto en tanto también chutaban a la pelota.
Pero nosotros íbamos armados con tirachinas, eso sí apuntando a las piernas, gracias a eso nunca hubo una pérdida irreparable. Pero hacer daño lo hacía. Incluso algunos más espabilados se fabricaban pistolas de madera con la cual afinaban más el tiro.
Aquel día teníamos previsto ir a explorar una casa veraniega construida en forma de castillo. Cualquier pueblo de veraneo que se preciase tenía varias casas singulares, ya fueran modernistas o simplemente curiosas con ínfulas de diferenciarse de un vulgar chalet al uso y en aquel pueblo había más de una.
En una época en que la vida se veía en blanco y negro, las chicas se sentaban estirando las faldas, los grillos reinaban a la hora de la siesta y los curas llevaban esas braguetas tan largas, a nosotros se nos ocurría imitar las travesuras de Guillermo y sus compinches. Entrando por lugares recónditos, en jardines y casas que conocíamos de antes de que los veraneantes de la temporada vigente se instalaran.
Turno que aprovechábamos para indagar sobre propiedades a las que nunca íbamos a ser invitados, en esas verbenas veraniegas con final luminoso por los fuegos artificiales despachados con generosidad por los nuevos ricos herederos del estraperlo.
También nos colábamos por las estancias enmohecidas del casino del pueblo, donde con un poco de suerte en una partida de billar escuchabas quién había hecho una buena suspensión de pagos, forrándose con ella con total impunidad.
Tan pronto salíamos de ese sitio recogido y bien empolvado, respirábamos alegremente entre maizales y subiéndonos a los cerezos para hacer acopio de sus jugosos frutos antes de salir corriendo ante la amenaza de un buen petardeo de sal.
Llegados al falso castillo, entre la carretera y el río, ascendimos por sus digamos almenares, para luego buscar un punto débil entre sus posibles entradas, todo el mundo cierra normalmente bien la puerta, pero a veces queda alguna ventana o balcón mal cerrados con posibilidades inusitadas para la perseverancia de los que tienen ganas de descubrir mundos nuevos.
Una vez dentro, se abrió ante nosotros un mundo espectacular al que no estábamos acostumbrados, la cantidad de cosas que pudimos ver, observar y tocar eran inusitadas.
Si hubiera leído el descubrimiento de la tumba de Tutankamón por aquella época, hubiera entendido y sabido explicar mejor la impresión que me causó aquel asalto veraniego.
Para desgracia nuestra, dicha visita fue observada por un vigilante del patrimonio ajeno, que no entendía bien nuestras ganas de aprender sobre la belleza de los artículos debidamente expuestos.
A los gritos e improperios oídos, salimos corriendo como ratones asustados, batiendo el salto de bajada sin impulso, en unas condiciones no homologables, pero que nos podían haber causado un serio disgusto que por fortuna no se dio.
Siempre volvíamos de nuestras escaramuzas con las rodillas peladas, enfangados pero contentos y, por supuesto con ganas de repetir.
Barcelona, 8 abril 2020
Cosas de chiquillos.
ResponderEliminarSaludos
Talmente ;
EliminarPero quedan grabadas en el disco duro que llega a la edad adulta.
Saludos.
Los recuerdos de la niñez, con sus travesuras incorporadas a la memoria, nos hacen rejuvenecer, añorando esos tiempos pasados tan felices y sin los problemas que la edad adulta nos depararía.
ResponderEliminarLa lectura me ha resultado muy tierna y entretenida.
Un abrazo.
Eran tiempos de despreocupación total, lo único era que no te pillaran en según qué, según quién ;)
EliminarMe alegro por ello.
Un abrazo.
Las andanzas de cuando críos, y críos listos que hasta sabían de suspensiones de pagos. Esa casa y su nombre invitan a regresar, siempre había uno que por miedo prefería quedarse de guardia y avisar si venia gente. Un abrazo
ResponderEliminarLos recuerdos se confunden en las edades ;)
EliminarPor desgracia ahora tiene una carretera que a estropeado enormemente su bello entorno. En este caso el guardián se abstuvo en sus funciones.
Un abrazo.
Además de arañazos en las piernas hay mucha ternura en tu entrada...y muchas verdad, ya que me has traído al recuerdo otras peripecias por mí vividas, en aquellos tiempos en los que la única preocupación era jugar.
ResponderEliminarGracias y un abrazo.
Todos tenemos una infancia presente, por suerte. ;)
EliminarGracias a ti, un abrazo Juan.
al ser internacional no se comportaba como los normales.
ResponderEliminarJajajaja... molt bona aquesta!!! Los normales.... jajajaja!
Sesenta años o uno más y aún conservo una deliciosa cicatriz en mi pierna izquierda, motivada por una varilla de paraguas disparada con una ballesta. Un juguete con mas mala hostia que la Playstation y que no necesitaba ni pilas.... jajajaja !
Era algo digno de mención, el único que pasaba a la hora que le tocaba. Lo tuyo era mucho más agresivo, lo nuestro era más de pedrada y tiro de ganchillo. nada de pilas ni elementos contaminantes. ;))))
EliminarQué poca consideración la de los vigilantes.
ResponderEliminarSiempre han sido unos aguafiestas.
Saludos.
Burlar al vigilante era parte del premio.
EliminarSaludos.
Una prosa muy amena. Recuerdos encantadores de los tiempos de la niñez que siempre se recuerdan con mucho agrado. No sé lo que podrán recordar los de hoy, a no ser los juegos de las maquinitas y las entradas a la red, pero aventuras de este tipo, pocas.
ResponderEliminarUn placer la lectura Alfred.
Un abrazo
Muchas gracias Elda. Son recuerdos que perviven y con el tiempo ganan intensidad.Digamos que hoy en día están más controlados.
EliminarUn abrazo.
Hola Alfred!
ResponderEliminarUna historia inventada, textualizada de una manera que me parece muy creíble, muy real. Es una parte de la infancia, que de alguna manera u otra, todos hemos sido protagonistas de esta historia.
Digamos que es real como la vida misma ;)
EliminarCreo que toda nuestra generación se puede mirar.
M'has retornat als anys seixanta (llargs), a la colla estiuenca, a la vida natural, tan allunyada, en les formes, de la resta de l'any.
ResponderEliminarExcel·lents records!
Gràcies, Alfred!
Un temps en què es vivia d'una altra manera, amb un altre ritme i altres exigències personals.
EliminarMolt bons!
Gracies Joan.
Entrañable crónica de un tiempo lejano pero que nos marcó para siempre. Tanto que seguramente recordamos infinidad de detalles, otros no, que ahora seríamos incapaces de valorar. Me has hecho pensar en mis vacaciones estivales, no muy diferentes en experiencias. Por cierto, lo de la puntualidad de los trenes internacionales no lo sabía. Lo normal era que cualquier tren llegara con considerable retraso. Gracias por los elementos de reflexión y nostalgia que transmites.
ResponderEliminarNuestro pasado a veces vuelve para reclamarnos lo que hemos olvidado. Veranos de hace muchos años en que juegos y entretenimiento eran muy diferentes. Pues lo de la puntualidad en los trenes de cercanías era como ahora, más o menos. Pero los que pasaban camino de francia, podías poner el reloj en hora.
EliminarGracias a ti por pasarte a leerlo y comentarlo.
Una historia de cualquier niño de la época, donde la calle era mejor de los parque interactivo de hoy en dia. Bonitos recuerdos llenos de nostalgia y sobre todo alegría.
ResponderEliminarUn abrazo
Sí, el niño que hemos sido, en unos tiempos bastante diferentes, digamos que algo más asilvestrados.
EliminarUn abrazo.
Una historia del ayer estupenda, entre la naturaleza y la amistad, que nos llenaba. Po lo vivido, Alfred. Que ya llevamos puesto.
ResponderEliminarUn beso, Alfred
Una historia traída por un niño que nunca se fue.
EliminarAlgo puesto ya tenemos ;)
Un beso.
Una historia rejuvenecedora. A veces recordar la niñez y sus travesuras es necesario y sanador.
ResponderEliminarUna buena historia.
Un saludo
No hemos de olvidar al crío que tenemos dentro.
EliminarMuchas gracias.
Un saludo.
Ah qué buenos tiempos cuando la calle era nuestra...
ResponderEliminarBesitos
Tiempos en todo era un corretear por campos, ríos y calles.
EliminarBesitos.
Recuerdo la película de La guerra de los botones. Y los libros de Guillermo Brown, una de mis primeras lecturas.
ResponderEliminarCreo que antes, cuando no se nos daba todo hecho, éramos más creativos y jugábamos mejor.
Un abrazo.
De esa época o quizás un poco antes hablo en mis recuerdos. Pero la pelí me va que ni pintada para explicar esa forma de vivir el verano.
EliminarTeníamos tiempo de aburrirnos y con ello inventarnos cosas.
Un abrazo.
Recuerdo perfectamente todo lo que cuentas, pero como era una niña no hacía esas diabluras que cuentas. Si lo hacían mis hermanos, pues en casa se fabricaron pistolas con las pinzas de la ropa, lo cual, mi madre les regañaba...y más, cuando iba a tender la ropa y veía la falta de muchas pinzas.
ResponderEliminarLo de la tira para cazar las moscas, hay que reconocer que era un porquería, pero era moda.
La canción me ha hecho estar un poco alegre.
Un abrazo.
Las niñas eran algo más tranquilas, con juegos de cocinitas, la charranca y disfraces ;)
EliminarEso de la tira me daba mucho asco. Aquí hablo de las cortinillas hechas con ganchillos metálicos, unos proyectiles estupendos.
Me alegro por ello.
Un abrazo.
Una bonita entrada con la tierna y traviesa infancia en la que tan bien nos lo pasábamos. Que tengas un estupendo fin de semana
ResponderEliminarTiempos de los que nos quedan recuerdos buenos, los malos se diluyen en el olvido.
EliminarGracias, buen finde.
Hay momentos que quedan grabados, aunque hayan pasado años. Y son ese tipo de recuerdos que cuando vienen a nosotros nos provocan una sonrisa.
ResponderEliminarAunque he de decir que lo que me ha causado una sonrisa es imaginar un mini Alfred con pantalón corto :))))
Besines.
Hay días que te pones nostálgico, ves fotos o recuerdas cosas por algo inconcreto y se dispara ese recuerdo que lleva mucho tiempo agazapado.
EliminarBueno, con unos cuantos kilos más, este verano me paseaba a calzón corto ;)))))
Besines.
Se ve genial.
ResponderEliminarMuchas gracias Alexander.
EliminarLos instantes vividos en la infancia permanecen indelebles en la memoria, y se tiñen de esa cálida sensación de recuerdo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Son instantes que aparecen fugazmente cuando comparas cosas de hoy en día con tu pasado qué crees muy lejano.
EliminarUn abrazo.
La infancia, esa curiosidad que no lleva a investigar y conquistar a costa de ser descubiertos y... con heridas de guerra. Precioso, Alfred.
ResponderEliminarMil besitos y feliz finde.
En la infancia todo está por descubrir, al precio que sea, regañina incluída.
EliminarMuchas gracias Auroratris.
Buen finde.
Esas aventuras en las que nos metíamos cuando eramos niños eran geniales, aunque acabasen con raspones y moratones. Tuve suerte de pasar buenas temporadas en un pueblo en el que me subía a los árboles y explorábamos lo que podíamos, poca cosa en comparación con la infancia que nos relatas, aun así, en ese pueblo viví lo mejor de mi infancia.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz fin de semana.
En esos pueblos, en los que nos soltaban (literalmente) durante más de dos meses a nuestro libre albur, no tenían precio.
EliminarUn abrazo y buen finde.
Añorados recuerdos y que lindo es recordar aquellos momentos. Saludos amigo Alfred.
ResponderEliminarPor suerte lo puedo recordar y revivir al escribirlo. Gracias.
EliminarSaludos amiga Sandra.
¡Qué buen relato!Creo que ahora ya los chiquillos no se divierten así. ¡Ha cambiado todo tanto! Pero de verdad que es una gozada poder leer estas cosas. Nos lleva a nuestras propias hazañas.
ResponderEliminarUn abrazo, Alfred
Muchas gracias Rita. Evidentemente no, todo ha cambiado mucho y ahora los críos están más controlados.Tuvimos una infancia algo más, digamos suelta ;)
EliminarUn abrazo.
Interesante relato, no hay nada como entornar la llave de nuestra memoria y dejarnos envolver, poco a poco, por las esencias del ayer.
ResponderEliminarUn abrazo.
Viaje introspectivo a nuestro interior más lejano en el tiempo.
EliminarÉpoca del pan con chocolate para merendar. ;)
Un abrazo.
Tus aventuras en blanco y negro parecen mías, gracias por llevarme a la niñez.
ResponderEliminarUn abrazo.
Era una sociedad que vivía en blanco y negro, por unas circunstancias sociopolíticas especiales. La dictadura.
EliminarGracias a ti. Un abrazo.
Ayy qué tiempos Alfred. Hoy nuestros pequeños no pueden no se les ocurriría, ni sus padres por norma los dejarían. Cómo ha cambiado la vida y menudos gamberros estabais hechos. Recuerdos imborrables siempre.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Eran otros tiempos, eso sí.
EliminarMás que gamberros, algo asilvestrados. ;)
Grandes momentos.
Muchos besitos.
Hola Alfred, este relato me ha encantado. Su lectura es como pasar las hojas de un libro en tonos pastel, donde vas soltando recuerdos como quien desgrana una flor, muy bien contados con agilidad, humor y la poesía que acecha en los pasajes justos: "En una época en que la vida se veía en blanco y negro, las chicas se sentaban estirando las faldas, los grillos reinaban a la hora de la siesta..."; el tren "asmático"; los niños "renacuajos con pantalones cortos y pies descalzos"; Los cocineros que con sus sombreros parecían magos...
ResponderEliminarYo pensaba que los únicos trenes impuntuales eran los argentinos.jaja.
Un beso.
Ya ves que no, nuestros trenes son especiales. ;)
EliminarMuchas gracias por tan hermoso comentario.
Los recuerdos están en uno de esos libros con las páginas oscurecidas por dónde les da la luz.
Un beso.
La niñez no nos deja. Viene a la memoria, para darnos un respiro a las dificultades. Lo que recuerdas tiene un gran encanto, porque no sólo es añoranza, sino que lo sabes tratar desde la escritura literaria. Un abrazo. carlos
ResponderEliminarGracias por tus palabras Carlos. La infancia es donde está nuestra patria.
EliminarUn abrazo.