El
contable se avino, una vez había acabado su jornada tras un trabajo en una oficina bancaria y luego por la
tarde en un establecimiento hotelero, como le sobraban un par de horas, aceptó
pasarse por aquel almacén a llevarles los libros de contabilidad.
No
solía hacer preguntas, se limitaba en hacer las anotaciones, en base a los
comprobantes de cobros y pagos que el ayudante del jefe le entregaba.
El cual era un tipo demasiado obeso para subir la escalerilla metálica a aquella siniestra oficina, le daba los papeles en unos sobres marrones, rotulados en rojo salidas y en azul entradas.
El cual era un tipo demasiado obeso para subir la escalerilla metálica a aquella siniestra oficina, le daba los papeles en unos sobres marrones, rotulados en rojo salidas y en azul entradas.
El
ayudante, a veces, se quedaba a verlo trabajar y darle palique, era un tipo de
luces limitadas que se avenía a cumplir con los recados del jefe, sin hacer
preguntas.
En
aquella oficina, lo mejor era no preguntar nada, anotar en el debe y haber,
hacer cuadrar las cuentas, con conceptos tan peregrinos como “La Choni” “Cutty
Sark” “Juez” o “Sheriff”, saliendo cada noche, levantando el cuello del abrigo y
bajando el ala del sombrero.
Era
un local con pinta de garaje, donde abajo había una serie muy heterogénea de vehículos, todos diferentes aunque la mayoría eran
camionetas de reparto. Y cajas, muchas cajas, de tamaños distintos, sin ninguna
identificación ni membrete comercial, cargadas y descargadas por unos tipos
rudos, desconchados y desdentados, eso en caso de que sonrieran un poco, lo
cual no era muy de su gusto.
Dadas
las horas de su trabajo y lo poco que iluminaban las viejas lámparas que
colgaban del techo, entraba más luz desde la farola de la calle que había al
lado del portón de entrada, con lo qué nunca se pudo hacer una idea clara de lo
que se almacenaba ahí dentro.
Arriba,
en una planta que no dejaba de ser un altillo, al que se accedía por una
estrecha escalera de madera estaban las oficinas, con un par de escritorios de
madera de roble, unas cuantas sillas y unas mesas auxiliares donde estaban las
viejas Underwood de escribir.
El
tenía una maquina de calcular, de esas con dos manivelas a un lado y varias
palancas, y unas pestañas para señalizar los decimales, pero no la usaba.
También
había un teléfono, con los cables cortados, pero que nadie retiraba de la mesa.
Allí
arriba aparte del ayudante, no solía subir nadie, con lo que a parte de su mesa
y su silla, todo lo demás tenía una grisácea capa de polvo, procedente del humo
de las furgonetas y de sus cigarrillos Pall Mall, el ayudante no fumaba solo
mascaba tabaco y escupía. Con lo que el suelo en vez de ser gris, era
amarronado.
Cuando
acababa, guardaba los libros de contabilidad, llevaba dos, en una caja de
caudales que parecía sacada de un tren del far west, por Billy el Niño y su banda.
El
solía decir en broma, que tanto daba cerrarla como no, pero el ayudante, cada
noche los depositaba con cuidado en si interior y la cerraba con esmero, no
dejándole ver la combinación.
Una vez acababa con su trabajo, le esperaba el jefe para ofrecerle un trago que él
nunca aceptaba, entonces le indicaba a uno de los chóferes que lo acercara a la estación, pues vivía a las afueras de la ciudad y cogía en último tren.
El
jefe solía vestir con una cierta apariencia de prosperidad, era muy dado a los
trajes con rayas muy marcadas y corbatas vistosas. En invierno llevaba un
abrigo con el cuello forrado de piel, todo ello le hacía a un más voluminoso.
En
alguna ocasión, se presentaba acompañado, por alguna chica de las consideradas
de alterne por todo el mundo, pero que él las llamaba, mi querida princesa.
El
trabajo iba en aumento y le recomendaron que dejara su trabajo en el hotel, los
sobres crecían en número y abultaban más, ahora llevaba más libros, unos de
ellos registrados.
Un
día se le ocurrió preguntar para qué toda aquella parafernalia de los libros,
si sólo eran papeles y no se veían billetes por ningún lado. El jefe le dijo
que él no caería como Scarface y que aquí no era conveniente hacer preguntas.
Aquella
noche en vez de acompañarlo a la estación, lo llevaron al puerto, donde lo arrojaron por un muelle con unos
zapatos más pesados de lo normal.
No debió de preguntar nada.
ResponderEliminarEn bocas cerrada no entran moscas. Besos.
Me gustó el relato.
No a todo el mundo le gustan las preguntas.
EliminarMuchas gracias.
Besos.
Que final tan terrible. Muy bien ambientado y muy buena descripción del personaje. Me recuerda a una historia de la vida real de un hombre al que conocía desde niña, de mi ciudad, una persona "normal" en principio, de clase media-alta. Muchos años despúes leí una noticia en El País de un hombre que había aparecido muerto en su coche , asesinado por El cartel de Cali. Era él.
ResponderEliminarBesos
Te aseguro que es totalmente inventado, yo no he visto nada, no he oído nada, ni siquiera pasaba por sitios así. Tampoco hablo con desconocidos. Solo salí en el diario cuando me publicaron unas cartas al director. Uf!
EliminarBesos.
Por preguntón.
ResponderEliminarAhora que le pregunte a los peces.
Besos.
Mientras descendía por las sucias aguas del puerto, intentó dirigirse a un congrio despistado, pero este no entendió el mensaje en burbujitas que emitía el buceador forzoso, que siguió su camino hacia el lodo del fondo.
EliminarBesos.
En boca cerrada no entran peces...
ResponderEliminarMe encanta ese Blue train de Coltrane.
; )
Buen conjunto,Alfred.
Besos.
Gracias Carmen!
EliminarSolo salen burbujas gordas sin el glamour de las finitas del champagne.
Coincidimos en el gusto por la música de John :)
Besos.
Me encanto, me atrapo, me encanto
ResponderEliminarFelicitaciones pr tu fluidez de pensamiento
Cariños
Gracias por manifestar tu entusiasmo, que me da alas para seguir poniendo cosas.
EliminarUn abrazo Abu y feliz finde!
Caray que drásticos, por una preguntita de nada, jeje.
ResponderEliminarMuy ameno tu escrito Alfred.
Un abrazo.
Hay quien por no contestar mira la vida a través de una pantalla y si pudiera seguramente hundiría a más de uno en el barro submarino ;)
EliminarUn abrazo Elda.
Era mejor que nunca hubiera preguntado, tal vez para el contable era sólo una pregunta, pero para el jefe seguro que era algo más.
ResponderEliminarAsí no habría segunda pregunta.
No me esperaba este final.
Un abrazo.
Ambar
Es lo que tiene una pregunta, sino gusta te evitan la segunda, a veces de forma taxativa ;)
EliminarTe sorprendió?
Un abrazo.
Me olvidé de decirte que este relato atrapa, muy bien escrito.
ResponderEliminarOtro abrazo.
Ambar
Muchas gracias!
EliminarOtro abrazo!
Alfred
La curiosidad mató al gato.
ResponderEliminarExcelente relato.
Un abrazo.
Esa curiosidad....
EliminarMuchas gracias maestro.
Un abrazo.
A veces es mejor trabajar y no preguntar sino ya se ven las consecuencias.
ResponderEliminarbesos
En todos los ámbitos de la vida, aún qué te digan, pregunta...pregunta... mírate a los veteranos del lugar antes de hacerlo ;)
EliminarBesos.
Teniendo en cuenta que esta situación es de lo más normal en esta nuestra querida piel de toro, ¿has pensado que quizá alguno de nosotros que te leemos asiduamente tengamos un negocio de esos, vistamos trajes con rayas muy marcadas y corbatas vistosas, y nos hayamos sentido extrañamente identificados con tu relato? No te sorprenda que una noche de estas recibas una visita inespereda a tu puerta... ¡Jejejejejeje!
ResponderEliminar(Oye, tocayo, que es broma, no quisiera ser yo el responsable de tu insomnio, ni de que repentinamente huyeras con identidad falsa a un país del Caribe...).
Un gran relato, sí señor, mi aplauso.
Abrazos, amigo mío.
De momento me tiemblan las manos y no tenía yo conocimiento de estar afectado por el Parkinson. He mirado todas las ventanas y la puerta de la calle varias veces que estuviera todo bien cerrado y que debajo de la cama sólo hubiera la capa de polvo correspondiente. No tengo caballo, con lo que no espero me traigan ninguna cabeza cortada. Y no me gusta bañarme a la luz de la luna.
EliminarAbrazos tocayo Y muchas gracias.
Qué impotencia...Ay...
ResponderEliminarBesos.
No lo sabes tú bien, hay profesiones con más riesgo del que aparentan.
EliminarBesos.
En ocasiones, la mejor palabra es la que queda por decir.
ResponderEliminar¡Vaya mafia!
Cariños y buen fin de semana.
Kasioles
Cuanta razón tienes, es mejor un buen silencio que una palabra fuera de tono ;)
EliminarUn abrazo y buen finde.
Hola
ResponderEliminarEl hombre no era muy hablador y un día hizo un comentario fatal. Queda claro que las malas prácticas son inherentes a la mentalidad humana. Buen texto.
Hay muchos trabajos en los que no es conveniente hacer preguntas a los jefes, este era uno de ellos, es una situación llevada al extremo, lo sé, pero es más corriente de lo que nos pensamos.
EliminarMuchas gracias.
La curiosidad es muy muy peligrosa y encima va y le cuestiona: !atrevido!
ResponderEliminar-por la boca muere el pez.
Besos muchos
La curiosidad puede resultar peligrosa, recuerda a la mujer de Lot ;)
EliminarMuchos besos.
Debió hacer mutis con toda discreción, decir que ya no podía seguir prestando sus servicios, porqué había heredado en una isla lejana, o que le habían diagnosticado una enfermedad contagiosa, ¿no? Jaja. Buenísimo, te ha quedado.
ResponderEliminarUn beso de anís.
Hacer mutis por el foro hubiera sido lo más aconsejable, pero no tuvo la oportunidad y lo hizo por el puerto ;)
EliminarMuchas gracias!
Un beso aromatizad con esencia de lavanda.
Ya la puesta en escena, aconsejaba no decir ni mu. Hay un refrán que dice: que por la boca muere el pez; nunca mejor dicho.
ResponderEliminarMuy bonito.
Un abrazo.
Muchas gracias Manuel! A todos nos pierde la bocaza ;)
EliminarUn abrazo.
Como se suele decir , por la boca muere el pez . Muy buen relato besos de flor .
ResponderEliminarHola Flor! Muchas gracias!
EliminarBesos!
Alfred.