ARMARIO II








Para Albada2


Cuando me desperté, gracias al tañer de las campanas, hecho un ovillo, en el suelo, encima de la esterilla que había al lado de la cama, estaba apestando a una mezcla de olores poco recomendable.

Lo primero que intenté, fue coger mi mosquete para salir corriendo, hasta que me di cuenta de que estaba en la habitación del armario, a salvo de cualquier contingencia y sin aviso de coronela. La unidad militar urbana, formada a partir de los gremios, y que aportaban a sus componentes en defensa de la ciudad, cuando esta se lo solicitaba.

Tenía la misma sensación, por mi apestoso estado, de acabar de salir de una “Patum” y de  dormir en una tienda de scouts a finales de una acampada estival.

Me arrastré hasta el baño, donde esperaba que tras pasar por la ducha, podría tener la serenidad suficiente para pensar en todo lo ocurrido de una manera racional.

Así me quedé un buen rato bajo la alcachofa chorreante, puesta a la máxima presión, esperando se activara mi neurona.

Cuando al cabo de un buen rato, seguía sin aclarar de una forma coherente, lo que me había ocurrido. Pensé que lo mejor era dejar las cosas como estaban, suponer que había tenido un sueño curioso, por una digestión pesada.

Cuando ya estaba en condiciones de bajar a desayunar, vestido convenientemente, opté  por coger la ropa que llevaba durante mi viaje al pasado. Supuse  que lo mejor sería tirarla, pues recordaba haberme hecho algún siete, mientras estaba en las murallas, y sin duda su olor tumbaría de espaldas a cualquiera.

Pero no era así. Estaba como antes de entrar en el armario. Con el olor normal, a ropa usada por una persona aseada.

Desayuné unas tostaditas, aliñadas con un rico aceite de oliva, procedente de una cooperativa de pueblo, hay que decir que es una costumbre sana y de un precio adecuado. Las acompañé con un zumo de naranja natural y un café solo.

Salí a dar una vuelta, tenía cerca un convento. Me gustan los edificios de arte románico, pasearme por sus salas y sobre todo, por esos claustros que son islas, remansos de tranquilidad, donde resuena pacíficamente el salpicar del agua de la fuente, que suele haber en medio de su jardín.

Me imaginé sentado sobre una piedra, recitando mis oraciones, mientras los hermanos realizaban sus actividades: la limpieza, el trabajo en el huerto, cocinar los alimentos para el refrigerio, los copistas inclinados sobre sus mesas, el coro entonando los cánticos, y yo totalmente solo, en el patio interior del claustro, rezando por todos ellos.

Pero a mi ensimismamiento le faltaba algo, no tenía la realidad envolvente obtenida dentro del armario, aquello era real, esto una ensoñación más o menos sentida.

Así que recuperé mis pasos perdidos, volviendo al hostal fantástico, mientras iba comiendo unas cerezas estupendas, en su punto justo de maduración, ventajas de ser cogidas del árbol por uno mismo, con el supuesto permiso del agricultor dueño  del huerto.

Tras dejar un rastro de huesecillos por el camino, llegué a mi destino y recuperé mi magnífica habitación, con su armario impoluto y su luna brillante, que me invitaba a entrar sin pérdida de tiempo, y eso hice.




2 comentarios:

  1. Me quedé encerrada no sé cómo, en el armario de una casa rural. Sé que ahora, en el islote donde vivimos poca gente, pero bien avenidas, es un ahora fuera de un lugar, pero aunque es agradable, por favor busca una llave. Es dorada, y seguramente estará cerca de una sandalia con tacón alto.
    me gusta tu nave espacial. De espacio-tiempo. Como ves, la uso, con tu permiso. Gracias Alfred por dedicarme este post tan precioso. Por favor, revisa antes de cerrar un armario que no me haya dejado llevar por el impulso de navegar en él.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Ese es el problema, cogerle gusto al viaje espacio-tiempo, sin tomarse la preocupación de prever el regreso.
    No tener la llave, obliga a depender del amigo, siempre dispuesto, que tiene que estar presto al rescate.
    Un abrazo

    ResponderEliminar