DE CINE

 

Yana Kremneva (Kremushka)

DE CINE 

 

Le encantaba al final de la jornada, en su momento de relax más íntimo y personal, en la penumbra de su guarida, dejarse llevar ante la pantalla y soltar sus palabras al vuelo. Daba igual que fuera una conversación en alguna de las redes sociales, más bulliciosas y petarderas, o en algo más sosegado como algún blog, en dónde se podía ser algo más digamos intimista o predispuesto a confidencias. 

En estas situaciones estaba más a gusto, podía desatar su corta melena rubia a lo Françoise Sagan, (pobrecilla a saber por dónde estaría ahora), disparar miradas turbadoras realzadas por esas pestañas infinitas como sólo Liz Taylor podía mostrar, (otra que hacía mucho nos había abandonado), o podía reinventarse en cualquiera de las muchas mujeres fatales dueñas de las voluntades de una corte inacabable de admiradores. 

Ante el teclado, era como una diosa poseída del arma más letal y dominadora que pudiera existir, nadie se le resistía y al parecer todo tipo de seres masculinos por supuesto, le rendían pleitesía ante su supuesta dominación. 

Se lo pasaba en grande al sentir esa admiración, esa dependencia, una rendición sin más esperanza que una palabra alocada con sensación de entrega de su persona. Que se guardaba muy mucho de llegar siquiera a superar una mera insinuación lasciva. Pero ellos, conquistadores natos de oficio, con cualquier sugerencia estaban contentos y distraídos. 

A veces la cosa subía a unos niveles dignos de emular al famoso calentamiento global, que sube sin parar y nadie espera ya que se le ocurra bajar así por las buenas, ni que a Júpiter (dios de la cosa por más señas) interfiera en algo de su negociado. 

Pero así era, la cosa cada noche se caldeaba y se sentía la reina del mambo e incluso podía sentirse Rita Hayworth quitándose un guante, ante una corte de babosos o a veces la mismísima Silvana Mangano danzando el bayón, con el odio de todas las mujeres de una sala centralizado en su pizpireta presencia. 

Luego tras un tirabuzón en marcha atrás, se sacaba la sucinta melenita rubia, quedando al desnudo su siempre reluciente calva, descolgaba sus etéreas pestañas, se desmaquillaba esos polvos mágicos con que cubría su reconocida recia cara de conserje agotado y con los pies hinchados, siempre atento a lo que los clientes de su hotel le pedían, cosas que siempre solían ser de lo más variopinto.  

Pero era muy profesional, gustándole hacerlo todo de forma y manera adecuada al papel representado. Durante el trabajo con su aspecto serio, protegido por su uniforme con las llaves de oro en las solapas, acreditación de su buen hacer para solucionar la vida del cliente. Por la noche dando rienda a su imaginación y consiguiendo cada día más y más seguidores. 

Y se retiraba a dormir en su solitaria cama, acompañado eso sí de una agradable sensación de dominio ajeno. 

 

 

Barcelona, 5 enero 2023