AUSENCIA



                                                     El faro de Edward Hopper



Al pie de un faro te dejé, con unos pétalos de rosas bailando al agua, que las olas mecían sin descanso, allí donde paraste tu camino.

El tiempo transcurrido no hace sino acrecentar en mí, la sensación de tú ausencia, en todas las acciones, estábamos para compartirlas, ahora la mayoría de las cosas, sin ti no las entiendo.

En estos días, de celebraciones en familia, las ausencias calan más hondo, en el momento del brindis, una copa no se eleva, aunque todas suenen por ti.

Los recuerdos se agolpan, las emociones afloran, los conciertos rememoran, la poesía de nuestros momentos se siente.

Noto el calor que me quieren dar, saben que un frío gélido anida en mi interior, amigos y familia se vuelcan en recuperar los rescoldos, que me permitan seguir.

Tal como quieres que sea, pues siempre pusiste todo el anhelo para que siguiera, incluso en aquello que pudiera no convencerte.

Tendré muchas o pocas lunas por ver, pero ninguna será tan espléndida como la última compartida, esa que estaba dedicada a ti.

Mientras la brisa acaricia las plantas,  que intento regar con el mismo mimo que tú, pienso en tus cabellos al viento.

Escucho el lamento del saxo, que nos sonaba grato y alegre cuando compartíamos el placer de escuchar esas baladas.

La abrupta manera de separarnos, sin despedirnos siquiera, hace que tenga que improvisar mi camino, ese en el que ya no me guiarás.

Pero espero hacerlo de forma que puedas sentirte orgullosa de mí andar.






HUIDA INUTIL






Foto del autor



Cada vez le costaba más caminar, empezaba a entrabancarse, pero el desespero le obligaba a seguir, a medida que el torrente procedente de sus ojos, le empapaba la ropa, aumentando su peso.

Se arrastraba apoyándose en las paredes, lastimándose los brazos al rozar contra las piedras de las casas.

No podía dejar de llorar, era tal la magnitud de su pena, que las lágrimas le salían a borbotones, sin calmar aquel desprecio que sentía hacia sí mismo.
En su ahogo, en un ataque de arrepentimiento tardío, se arrancó con desespero el alzacuello, desabotonándose su sotana preconciliar.

Las lagrimas que la habían convertido en un vestido, pegajoso y con más peso del que por su significación se le suponía, eran ahora un sudario, que empezaba a aceptar como algo justo y necesario.

Por mucho que corriera y se arrepintiera, no tenía la certeza que su dios, se dignara a perdonarlo.

Aunque él seguía caminando, cada vez con más dificultad y menos convicción, la sombra de campanario, le alcanzaba. 

Allí quedaba la victima de su fechoría, se lo llevó arriba, para enseñarle el manejo de las campanas, y entre su fogosidad y las intenciones de escapada del alumno de primaria, este acabó cayendo al vacío.

Cuando se asomó y vio la masa inerte, con un charco debajo de la cabeza, que iba aumentando de tamaño, con un color rojo que destacaba con fuerza sobre el suelo grisáceo de los adoquines, supo que tenía que correr, huir, desaparecer.

Acabó de desabotonarse la sotana, tirándola al suelo, quedando despojado de su condición sacerdotal a ojos de los escasos viandantes, que a esa hora pasaban por delante de él y algunos le saludaban con reverencia y respeto.

Verlo en aquellas circunstancias, acostumbrados a su pulcra presencia, totalmente afeitado, con el pelo arreglado y las manos súper cuidadas y la ropa impecable, sorprendía del todo.

Le preguntaron que le pasaba, si necesitaba algo, si quería que lo acompañaran a algún sitio, él con  voz temblorosa, decía que no, que no  a todo, y seguía caminando hacia el puente, hacia su perdición.


EL BILLETE




El billete
Solicitó un libro que le habían recomendado hacia bastante tiempo y que ahora con el estreno de la película, había vuelto a la palestra informativa.
Cuando se lo entregaron, tras dar las gracias y firmar la recepción del mismo, lo introdujo en el bolso sin más.
Llegó a casa, les quitó los zapatos a sus doloridos y cansados pies, dejó el bolso en el recibidor y se trasladó a la cocina a preparase un té reparador, verde aromático, con toques de lima japonesa, con una cucharadita de azúcar de caña.
Lo llevó a la sala y mientras corría las cortinas para poder  ver el suave atardecer, cuando las luces rojizas se adueñaban de los tejados, entonces recordó el libro.
Fue a buscarlo, se puso unas zapatillas y se instaló en el sillón a hojearlo.
Sin darse cuenta, ya se había tragado el primer capítulo y el té  se había enfriado, no le importó demasiado, dado que el libro le estaba enganchando.
Buscó algo para poner de punto de libró y entonces se percató de que el libro tenía uno.
Un billete de tren, usado y de cercanías,
De algún estudiante, evidentemente de letras, poniéndose al día de la literatura molona que arrasa en las listas de ventas.
Oh quizás de una laboriosa empleada, que distrae sus penosos trayectos al trabajo, leyendo.
También podría ser de un sesudo profesor de historia, que aprovecha el libro, para con las pautas de acontecimientos, que va indicando, relatar los hechos pasados de una manera amena y divertida.
Se quedo mirando la noche incipiente, e intento imaginarse la persona, cuya mano depositó el billete a dieciocho páginas del final.
No había  leído un capítulo completo, signo evidente de leer en trayectos cortos, oh de no importarle demasiado, dejándolo cuando otra cosa reclamaba su interés.
Se inclinó enseguida por la opción de una persona mayor, los jóvenes, están todo el día con la música colgando de la oreja y mirando la pantallita del móvil.
Cada vez la intriga le arreciaba más, opto por ponerse los zapatos y regresar a la biblioteca, tenía tiempo de llegar antes de que cerraran.
Se dirigió a la chica que tan amablemente le había atendido:
¡Hola!
¡Buenas tardes! ¿Caramba ya se lo ha leído?
No, no es eso, podría decirme quién lo solicitó antes
La chica miro en la pantalla, los datos con los movimientos de entradas y salidas.
Lo siento, Ud. Es la primera persona que lo ha solicitado.
Al ver la cara de extrañeza, añadió. No constan los datos de los donantes, solo miramos si la obra ya la tenemos o no y la incluimos en la base de datos.
¡Vale! ¡Muchas gracias! Era sólo una curiosidad
Si viene mañana, quizás la Sra. Dolores, sepa quién es el donante.
Por las mañanas, es cuando suelen traer libros.
¡Gracias!
¡A Ud.!
Enfiló el camino hacía su casa, con el libro en la mano, el punto en su sitio y la noche puesta.
Otra vez en casa, zapatos fuera, libro en mano, billete sobre la mesa.
Ese billete de tren usado, que empezaba a tener vida propia, al menos en su imaginación
Correspondía a un trayecto que solía hacer a menudo, era entre su flamante ciudad y la capital, apenas treinta minutos.
Se imaginó las caras que solía ver, mientras recorría los campos, que esperaban la siembra.
Mientras, acariciaba el billete con las yemas de sus huesudos dedos, como si fuera la cabeza de un gato, que le tuviera que adivinar la respuesta a sus elucubraciones.
Tras mucho cavilar, otra taza de té y un concierto entero de
Brandenburgo, el número tres en concreto.
Recordó un apuesto caballero, sentado siempre en el lado de la ventanilla, con un libro en las manos y a veces, riendo por lo bajini.
Sí tenía que ser él, mañana sin falta, cogería el tren, inspeccionaría todos los vagones, hasta encontrarlo y entonces.
¿Y entonces qué? Perdone, estoy leyendo el libro que cedió a la biblioteca municipal, y se dejo un punto que era un billete de este tren
Elevaría su cabeza plateada y con sus ojillos verdes se le quedaría mirando con cara de pasmo, diciéndose: Otra loca a ¿primera hora de la mañana?
No tenía ningún sentido, ¿Que pensaba encontrar? ¿El amor de su vida? ¿Su príncipe azul? ¿El compañero perfecto?
¡No! Eso no es posible, eso no existe, eso sólo es propio de las películas americanas, las de final feliz, las comedias.
Al día siguiente, no fue a la estación, se había leído todo el libro durante buena parte de la noche y dirigió sus pasos a devolverlo y si acaso se prestaba, averiguar su propietario, ya sólo por curiosidad.
¡Hola! ¡Buenos días!  Vaya hoy si que ha madrugado, acabo de abrir y ya está Ud. Aquí.
¡Anda! Me lo vuelve a traer o es que me da otro ejemplar.



MATE



MATE

Recientemente unos buenos amigos han estado de viaje por el cono sur, Patagonia y Cabo de hornos y todo eso.

Es un lugar que nos cae como muy lejos, pero que goza de todo nuestro reconocimiento y aprecio por sus gentes y paisajes.

Conociendo mi afición por todo tipo de bebidas e infusiones, incluidas algunas sin componente etílico, tuvieron claro el "souvenir" adecuado para mi.

Me trajeron como recuerdo de viaje, un lote para preparar la bebida nacional de dichos lugares, que es el mate.

Hasta hace poco, para mí el mate, se refería a una jugada de ajedrez, o bien otra de baloncesto, en la modalidad de exhibición, más que nada.

Luego, a medida que han ido viniendo oleadas de emigrantes sudamericanos, he ido comprendiendo que también es una bebida para mantenerse en forma y que toman a todas horas, incluso por la calle.

 Van paseando o sentados en el transporte público y se rellenan con un termo con agua caliente, la calabaza donde se preparan la infusión.

Que de eso se trata, un bol donde se deposita una paja especial, con todos los poderes del mundo, es bueno para el colesterol, para los tumores y para los humores, en ella se vierte agua caliente, se espera y se toma con una boquilla especial, para que no pasen los trocitos de hoja.

Como quiera que en un divertimento de esos que corren por las redes sociales, acabe siendo considerado un aprendiz de Cortázar, me dispuse a probar dicho brebaje y ver sus efectos en mi escritura.

Deposite con mucho cariño la cantidad recomendada de hierba, la saltee para que se ahuecara, y escancié con mucha delicadeza el agua previamente calentada, en el interior de la calabaza bellamente ornamentada.

De entrada tuvo un efecto de desconcierto en mi paladar, poco acostumbrado a una tisana tan fuerte.

Le añadí más agua, pero el resultado no varió en un milímetro del inicio, opté por añadirle azúcar, esperando que nadie me viera o sospechara tamaño sacrilegio, pero el resultado siguió sin alterarse.

Encima no me salía ningún cronopio, que me adentrara en el noble arte de hacerse un mate y disfrutarlo largamente durante una tarde de invierno.

Con lo cual mi inspiración sigue su curso de brillante agudeza ya conocida y la valoración de mis escritos sigue una monocorde línea plana, para goce de conocidos, insufribles al desaliento.

He intentado recurrir a mi memoria musical, a ver si trayendo las viejas canciones de Atahualpa Yupanqui, le encontraba gusto a la cosa, pero nada.

Como creo que tantos millones de personas no pueden tener el gusto equivocado, he pensado en darle otra oportunidad, a mi paladar, de conocer tan grato brebaje, un día de estos.

De momento observo con detenimiento la calabaza, con su borde plateado, que me sugieren una infinidad de mundos posibles, esos que se encuentran en ella, más los que me imagino.

Tengo la necesidad de manifestar mi descubrimiento, justo cuando su amargo contenido, frío de calor humano y sin agua caliente reponedora, me evita inspiraciones que fecunden, adentrándome en un laberinto.



DESOLACION


Volví a contemplar aquella ausencia  de materia renovable, que nos permitía una digna subsistencia.

No podía ser que en tan breve espacio de tiempo, las fuentes de energía se hubieran agotado sin piedad.

Los estantes lucían empolvados con las marcas de los antiguos inquilinos, algunos círculos  marcados nos recordaban pasadas noches alegradas con cerveza.

Recordaba vagamente una araña, refugiada en verano del calor ambiental, haciéndose fuerte, en un paquete de hierbas para el caldo, recuerdo del invierno anterior.

En una caja de plástico, unas migajas secas de jamón, nos retraen a esplendidas sesiones, de familiaridad compartida, con un pan con tomate.

Los cajones de las verduras, manifiestan una ausencia de materia, propia de un agujero negro, que se ha ido comiendo todo lo introducido, mano incluida.

Ni siquiera el consabido yogurt caducado, ha permanecido en su puesto para recordarnos, el vencimiento de nuestros días.

Una corteza de queso parmesano, reconvertida en cabrales, espera con parsimonia manifiesta, su pase a la reserva.

Un antaño espléndido limón recién cogido del árbol, nos contempla envejecido, seco y encogido con cara de ninguna gota poder soltar.

La botella de leche, visiblemente engordada, nos indica que su silueta no es fruto de ningún esplendido embarazo y mejor no gozar de la alegría de su perfume.


 Unas botellas, a las que se les cayeron las etiquetas en algún otoño, son testigos presenciales de mi cara atónita ante tanta...

 ¡ Desolación !




                     foto obtenida de internet