Noche de verbena (2016)

                Noche estrellada de Vincent Van Gohg



                                                Música ambiental



Noche de verano, los visillos bailando una danza desconocida, es lo único que me separa del ruido callejero.


Oigo los cohetes y petardos, con los qué desde diversas terrazas colindantes, se celebran la verbena. Ruido, música y farolillos. Que no decaiga.

El cava, también junto con la coca, es el símbolo de identificación de una fiesta popular muy nuestra.

Antes ardían los muebles y trastos viejos del vecindario en una fogata que ahora por seguridad del personal ya no se puede hacer, aunque quedan cuatro muy localizadas en la ciudad, por mantener la tradición más que nada.

Como la mía de no juntarme en estos bullicios que no me dicen nada, ya hace años que los evito y no me representan nada.

Por suerte puedo escuchar tranquilamente, un solo de Bill Evans, mientras fuera parece que se ha firmado una tregua.

El calor aprieta y ni siquiera la leve brisa nocturna mitiga el calor que me ha hecho desprenderme de parte de la ropa habitual.

Cuando suena el timbre, acudo a la puerta con los pies desnudos, oír tu voz turba mis sentidos, me quedo esperando que subas, con la puerta entreabierta, cuando te veo con tu cara de picardía puesta y una botella bajo el brazo, me da un vuelco todo mi interior.

La fiesta a la que habías acudido te pareció un rollo y preferiste traerte un buen cava y pasar la noche conmigo.

No estaba preparado un momento así para nada, con una presencia en plan tan bellamente perturbador, pero hay que adaptarse rápido a ciertos cambios.

Apruebas mi gusto musical que en muchos aspectos es el tuyo, en ese aspecto nos compenetramos tan bien como brindar sentados en el suelo, viendo los reflejos de colores que se producen en el cielo, en una noche verbenera ciudadana, en la que solo los perros lloran.

Acabada música y bebida, las ganas de estar juntos continúan, las palabras empiezan a sobrar y las caricias toman el relevo.

Barra de bar




                   Obra de Edward Hopper


                                  Acompañamiento musical.


Cuentos breves 30-01-2015

Me gustaba aquel local, tenía un aire intemporal que lo hacía especial, su barra de madera pulida y bellamente barnizada, junto con el hecho de tener un barman que ejercía con la sobriedad adecuada en cada una de sus presentaciones, dándole un aire de altar insuperable, donde se realizaban los mejores y más misteriosos cócteles.

Cuando la vi sentada en un taburete, sola frente la barra, con su pañuelo de seda rosa floreado, ante un café con sacarina, me pareció una imagen curiosa. 
Me extrañó tanto, que le dije al bebé bigotudo qué tenía al lado. ¿Cómo habrá entendido el camarero lo que quería esta perra?
 
A lo que girándose hacia mí, se encogió de hombros y siguió sorbiendo con su pajita de rayas blancas y verdes su mojito vespertino.


Quedándonos ambos en nuestro rincón, al otro extremo de la barra, admirando el suave pelaje castaño, con manchas blancas, que le daban un aire ciertamente distinguido, a la susodicha.

FRAGANCIA

                   Cuadro de Edward Hopper



Cuentos breves 25-Oct.-2013

Mientras cenaban estaban viendo las noticias en la tele, últimamente hablaban poco, llegaban los dos muy cansados y no les apetecía prácticamente nada, y nada es nada.

Se limitaban a intercambiar los partes indispensables para saber el estado del bebé, la situación laboral y la salud de los familiares.

El se limitó en burlarse de un anunció de perfumes, en el qué, el simple paso de una hermosa mujer destilando una fragancia, convertía a los hombres en una jauría de perros babosos que obedecían sus menores indicaciones.

Ella, siguiendo la broma le dijo que al revés, también valdría, pues la cosa no era muy diferente.

Al día siguiente se levantó pronto y se fue antes de lo habitual, sin despedirse siquiera.

Mientras circulaba por la ronda de circunvalación, se fijo en un bello deportivo, con la capota bajada, conducido por una hermosa melena rubia.

Salieron por la misma salida, y entonces se percató de que llevaba la rueda trasera izquierda pinchada, le hizo luces para advertirla y cuando fue visto  por el retrovisor le hizo gestos evidentes del percance.

Pararon en el arcén, no sabía por qué lo hizo él también, pero se ofreció a echarle una mano, siempre fue habilidoso, se quito la americana dejándola en el asiento trasero del descapotable, sobre unas cajitas, se arremangó y se puso manos a la obra.

En un breve tiempo se la había cambiado y estaba recibiendo su gratitud eterna, no le dio importancia, pero se sentía un caballero andante, no aceptó ninguna invitación y se limitaron a intercambiar sus tarjetas corporativas.

Ella de una conocida casa de perfumistas y él de una empresa de instalación de sistemas para oficinas.

Estando en su coche camino del trabajo, un aroma dulzón surgía de su chaqueta, pero pensó que se marcharía enseguida y no le dio mayor importancia. Dejó la ventana bajada y el aire de circular lo disipó enseguida.

Cuando entró en su centro empresarial, la recepcionista le insinuó una sonrisa burlona, a la qué él no prestó atención alguna.

En el ascensor, un comercial de área, le dijo si había pasado buena noche, con una cierta chufla. Y al salir y pasar por la zona de la maquina del café, notó unas miradas más inquisidoras de lo normal por parte del personal femenino de administración.

Ya en su despacho, notó otra vez el aroma, y colgó la americana al lado de la ventana dejándola abierta,

como a pesar de estar en pleno otoño, la temperatura era cálida, se permitió estar toda la mañana en mangas de camisa.

Cuando bajó al comedor, no había ningún jefe de sección, y comió sólo, bajo la atenta mirada del personal subalterno.

A media tarde, al salir, el aroma persistía a pesar de que se había acostumbrado, y lo notaban más las personas que le rodeaban.

Tenía que pasar por un hotel del centro, para recoger una visita importante y llevarla a una presentación, de esas inevitables, para estar en las comidillas del gremio.

Mientras esperaba, en recepción, envió un mensaje advirtiendo a su pareja, que no iría a cenar a casa y llegaría tarde.

En la espera, se encontró saliendo del ascensor una antigua compañera de la facultad, que se había ido a ocupar un alto cargo en una multinacional en la capital, tras acabar un máster de altos vuelos.

A donde él fue a verla en una ocasión, llevándose una prenda intima de recuerdo, con una promesa de volver en cuanto acabase su formación, cosa que no se cumplió a raíz de conocer a su actual mujer, olvidándose hasta ahora de la existencia, de tan bello recuerdo.

Sin asomo de malestar, se le acercó, besándole en las mejillas y abrazándole, con cariño, pidiéndole inmediata información sobre su vida.

Al mismo tiempo, le sugirió que no fuera con aquel perfume tan embriagador, pues delataba mucho sus ansias de conquistas.

Azorado no se atrevió a explicarse y quedaron en verse al día siguiente, cuando hubieran acabado con sus compromisos, para comer en el mismo hotel, y poder ponerse mejor al día, de sus respectivas vidas.

Rápidamente atendió a su visitante, el cual se sacó un pañuelo, con cara de pocos amigos, tapándose la nariz y comentando que le molestaban profundamente las colonias fuertes.

Se excusó como pudo, lo llevo a la sala de celebración del acto, lo presentó a unos compañeros y con una vana excusa, se retiró precipitadamente de la sala.

Cuando salió se topó con su ex compañera otra vez, azorado le pregunto si era tan fuerte el perfume que llevaba, ella riendo le dijo que era cómo un reclamo andante, y mejor llevar la chaqueta a la tintorería.

Le ofreció subir a su habitación y dársela al servicio de habitaciones, en un momento se la limpiarían mientras tomaban algo.

Dicho y hecho, subieron, entregaron la americana, se tomaron unos gins, y se explicaron sus logros profesionales, olvidando mencionar sus vidas sentimentales.

Cuando le trajeron su prenda, agradecido, le prometió una invitación para más adelante, bajaron juntos, atravesando la salida riendo y cogidos del brazo.

La cara de estupefacción de su mujer, allí en la acera, agarrada al cochecito de su hijo, con los nudillos blancos, expulsando un odio in crescendo por la mirada, le dejo desarmado, intento hacer las presentaciones y recibió una sonora bofetada pública y la advertencia de que no se pasara por casa.

Su amiga le comentó mejor verse en otra ocasión, y desapareció con rapidez del escenario, mientras intentaba en vano contenerse las carcajadas.

Mientras él se quedaba azorado en la entrada del hotel viendo alejarse ambas mujeres por caminos dispares.

Al mismo tiempo en la terraza de paseo central, en una de las mesas, sus ocupantes reían las ocurrencias de un publicista, sobre los anuncios de perfumes y sus repercusiones en el comportamiento humano.


UNA CHICA

                     Obra de Hopper




Regresando a casa, tras el acopio de pan y el periódico, previo al desayuno matutino, una chica me aborda con sigilo.

Es joven, muy joven, apenas tendrá la edad de mi hijo pequeño, no soy un experto en fisonomías ni en etnias, pero está claro que es de origen más bien magrebí.

Tiene una linda cara y una voz suave, con el seseo del otro lado del estrecho, aunque por edad puede haber nacido aquí, entre nosotros y ser una generación ya asentada.

Su hablar es fluido y no denota desconocimiento del idioma, tiene una cara ovalada limpia y sin mácula de maquillaje ni sombra, con mirada abierta.

Me pide si conozco algún trabajo, no me pide dinero, solo referencias de un trabajo en el barrio, desconozco tales necesidades y la dirijo a que vaya a algún comercio que puedan saber de la búsqueda de una chica para hacer faenas caseras qué es lo qué sobreentiendo de su demanda.

Ante su insistencia en seguirme en mi camino, le comento que no puedo ofrecerle nada.

Entonces me conmina preguntándome si vivo solo, lo cual me sorprende, le sonrío y le digo que no escosa suya.

- ¿No quieres mujer?
- ¿Como dices?
- Si no te gustan las mujeres.
- ¿Qué tiene que ver?
- Voy contigo
-¡No gracias!
- Sigue buscando un trabajo, no hagas eso.
- Por diez  euros, yo voy contigo.

La aparto, y le digo que no me interesa, me había cogido del brazo.
Se queda parada en la acera, mientras enfilo hacia mi portería, intentando ver que no me siga y no mire donde entro.

Pero lo hago mal, pues cuando creo que está mirando a ver si ve algún otro incauto, y yo miro al abrir la puerta que no tenga algún cómplice amigo de lo ajeno, justo ya estoy dentro, ella se me cuela detrás.

-         - Yo subo a tu casa, solo diez euros, lo pasarás bien.

-         -¡Por favor, sal ahora mismo de aquí!

Insiste en su ofrecimiento, ahora soy yo quién cogiéndola por el brazo, con firmeza, le indico que abandone la portería y que no me obligue a solicitar ayuda externa.

Una vez fuera, entro en el ascensor un tanto alterado, extrañamente en una antigua zona residencial, como donde vivo, este tipo de cosas eran impensables, al menos hasta ahora.

La situación obviamente me ha desconcertado, se supone que estas cosas existen, por qué las has leído o visto en reportajes, pero es algo ajeno a ti, es un mundo paralelo que se haya lejos de casa, no es el mio, no invade mi tranquilidad existencial, pero cuando invade mi pequeño microcosmos, me desconcierta y tampoco he sabido darle ninguna solución, simplemente me la he sacado de encima.

La degradación de las posibilidades de sobrevivir con dignidad en nuestra actual sociedad, parece que se resquebraja a marchas forzadas.

Del susto o alteración sufrida, tampoco es que sea un incidente peligroso, solo molesto e indigno, contemplo como se me ha parado el reloj.


Debate a cuatro

                                        Imagen obtenida de Internet




¿Pero no habíamos quedado que la televisión no podía dar boxeo en horario infantil?

Los asesores nerviosos, contemplan a sus pupilos sufrir en sus rincones, saltan sobre sus sillas, estiran sus brazos ensayando golpes imposibles, inician un baile rápido de pasitos cortos, inmortalizado por el más grande, recientemente desaparecido.

Cada vez que suena la campana, acuden raudos a rehacer las descongestionadas caras de sus cabezas de cartel, soltando con gran rapidez, las consignas más precisas y simples que puedan retener en sus golpeadas cabezas.

-         ¡Mariano! Escucha y estate atento, cuando digan Luis, es cuando te has de poner catatónico y hablar de Bruselas, que vean que allí si nos hacen caso y no se meten con nuestros comisarios  aunque estén manchados de petróleo.
-         No hace falta que le digas y tú más, queda feo y te devolverá los papeles de Panamá. Sonríe cuando veas un puntito rojo.

-         Pablo, tranquilo, les quedan dos telediarios, lánzales un par de contratos fijos  de veinticuatro horas cruzados y luego un fuerte y contundente recorte sanitario.

-         Pedro, esto está hecho, no cruces miradas con Albert, tiene una mirada demasiado seductora y acabarás como Ulises con las sirenas, mejor atado en corto, céntrate en Mariano, golpea su falta de credibilidad manifiesta, por ser un “Primus inter pares”  en un partido de  presuntos corruptos.

-         Mariano atento, lánzale los eres por las cara, sin contemplaciones y recuérdale que ni los suyos lo quieren.

-         Sobre todo no digas nada que pueda comprometerte, mejor no digas nada.
-        Albert, las manos quietas, mira siempre a Pablo, es tu lado bueno, levanta el mentón, que se te vea decidido y creíble, da igual lo que digas, enseña los cartones con suficiencia. Si te distraes y pierdes el hilo, habla de Venezuela.

-         Pedro, ataca a Pablo con la seriedad que te da el haber pasado una moción de investidura, él es un mindungui que aún no sabe qué es eso.

-         Pablo, ni caso con Pedro, es un cadáver que nos puede ser útil en la nevera, pasa por encima de Albert, salta sobre Mariano, todavía tiene donde darle.

Regresa cada uno a su sitio, protegidos por sus atriles, donde pueden descansar sus manos de una cada vez más intensa contienda electoral.
Se les nota la falta de oxigeno, llevan demasiado tiempo debatiendo, en tandas de veinte minutos, con intervenciones minutadas y que les impiden el cuerpo a cuerpo bloqueador, pero dando como resultado, el olvido de las consignas recibidas de sus coachs.

El tribunal, controla los tiempos de cada uno de manera inflexible, impidiendo un exceso de  verborrea que pueda asfixiar, algún contrincante incapaz de zafarse y contestar con soltura, sobre todo el presi, que suele recibir las puyas de todos, como en el colegio con el que lleva la bata siempre limpia y recién planchada y se queda al lado de la señu leyendo cuentos.

Dado que son unos señores que se consideran a sí mismos, los mejores y más preparados para demostrarnos las bondades de sus personales maneras y conceptos de cómo hay que encarar la cosa pública, cabría agradecerles no nos trataran como críos.




Jazz en las alturas

              Músicos celebrantes (foto del autor)


Upstair Bcn

Biel Ballester Trio (Muestra musical)

Vivo en una ciudad, a orillas del Mediterráneo, con voluntad de estimuladora de estilos, rompedora de corrientes y donde  la modernidad se demuestra en cada esquina y en cada acto cívico.

Agarrados a las sillas, para evitar que  el viento haga algo más que despeinarnos, contemplamos la belleza de la vieja Plaza Real a nuestros pies, mientras nos disponemos a escuchar un concierto, uno más y van… de música en una azotea, o como decimos por aquí :  Un terrat.

En este caso la oferta consiste en un cuarteto jazzístico, compuesto por un clarinete, Francesc Puig y el  Biel Ballester trío, una formación de contrabajo, guitarra acústica y guitarra solista...

Degustando una sabrosa cerveza artesana, incluida en la oferta lúdica, ver como se desgranan los diversos temas musicales, por este conjunto en un autentico gozo para los sentidos.

La frescura del anochecer, realza sobre esta concurrida plaza, donde una inmenso gentío, degusta bajo sus porches, distintas ofertas pensadas para el visitante.

Nosotros en las alturas, un poco ajenos a ellos, nos centramos en la música, que nos sitúa en otros tiempos, en el periodo de entre guerras, en la Europa de principios del siglo XX.

Cuando el jazz se instalaba entre nuestros vecinos del norte, ansiosos de disfrutar a tope una vida puesta en entredicho por los populismos del momento.


Barcelona, Junio del 2016.

TORMENTA


                     Foto del autor




Por el camino
 del viento
salto las nubes
 al paso.

Presto estoy
para estorbos
que me impidan 
hasta ti llegar.

No quiero ver
las barreras,
inclemencias,
desalientos,
tempestades,
que eviten
el encuentro.

Llevo fuego,
que no quema 
inflamando 
tus anhelos.

Arde lo que deseo.

Sin límite alguno,
pienso ser para ti
pura naturaleza.

Fina lluvia 
empapando.

Viento suave 
acariciando.

Sol radiante 
calentando.

Luna tranquila
adormeciendo.


Tendré recuerdos
antes que añoranzas.

Futuras realidades
a punto de iniciarse.

Pesares superados 
antes de cumplirse.


Me muestro ligero 
con nuestro juego.

Los espejos retornan
miradas de esperanza.

Sonreirán los poros
de tu piel canela
al reclamo 
de mis besos.

El viento inflama
tus gráciles versos.




Sarria, abril del 2016.


Encuentro en el bosque


                                           Foto del autor, en este caso de una llama.







Música para leerlo en armonía


Encuentro en el bosque

Estaba paseando en plan poeta romántico, de esos que van con la mirada perdida, para no ver la mierda que hay en el suelo, por muy de ciervo, vaca, jabalí o mono escapado, ecológica y reciclable que pueda ser.

Era un espléndido día en que mayo ya estaba retirado, dejando lluvias y fresco, fuera de lo natural, por esas fechas conocido, pero ya se sabe que ya nada es igual que antes.

Junio venía con ilusión, pero sin molestar demasiado, algo más cálido si era, lo cual me permitía llevar la chaqueta colgada del brazo.

Al ser despistado por naturaleza y no llevar una orden de destino en lo universal, mis pasos se encaminaron sin orden ni concierto, por caminos, senderos, pistas y claros, de un bosque con una apariencia cada vez más mágica o envolvente, en plan Sherwood pero sin bandidos, ni proscritos, ni señores feudales llevando las arcas llenas de lo usurpado a los pobres labriegos.

Cuando en un pequeño terraplén, me tropecé con él, no me prestó el más mínimo caso, a pesar de mi apariencia civilizada y culta, con gafas de pasta y Moleskine en la mano, con lápiz de grafito incorporado.

Tratando de llamar su atención, inicie a capella, un bello canto recordado de mis largas marchas por situaciones parecidas, con los que afrontábamos el hecho de estar perdidos, con el orgullo juvenil de ser exploradores de mundos desconocidos.

Con una mirada distraída, me observó como espécimen extraño a su naturaleza que era, y con los ojos interrogantes me espetó a comentar mi presencia en tan sombrío atardecer verdoso. Con lo que me dirigí a él de esta forma.

-         ¡Hola! ¡Buenas tardes! (Educación ante todo).
-         Carraspeo y silencio por respuesta.

-         Sabe por dónde puedo recuperar el camino, creo que me perdí al introducirme en el bosque.

-         El camino lo haces tú, donde quiera que vayas. (Dicho con aspecto de autosuficiencia).

-         Si claro. Pero quiero salir de aquí para poder ir a mi casa.

-         Pues vuelve sobre tus pasos.

-         Ya. Pero no sabrías decirme, donde puedo encaminarme para regresar a mi desdichada civilización.

-         No sabría decirte, desconozco tu mundo, si vienes de la profundidad de la tierra, caído de una nube, arrastrado por un río o volteado por el viento.

-         No vine andando, sólo andando, Aparqué el coche en una entrada al campo desde la carretera y me puse a caminar sin más. Pero no sé por cuánto tiempo.

-         ¿Qué es tiempo? Y ¿Coche? Y ¿La carretera?
-         ¿No sabes lo qué es el tiempo? ¡Ni nada coches y carreteras!

-         No.

-         Pues tenemos un problema para entendernos.

-         Yo no, estoy bien aquí.

-         ¡Claro! Tú estás en tu hábitat. Y yo totalmente perdido.

-         Será eso.

-         ¿Cómo sabes en qué momento del día estás? ¿En qué época de año? ¿Cuánto rato llevas en un sitio o has tardado en ir o llegar hasta aquí?

-         A eso te refieres cuando hablas de tiempo.

  Sí.

-         El sol nos indica cuando empezamos a movernos por aquí, en la oscuridad nos mantenemos a resguardo y descansamos.  Cuando calienta más, nos refrescamos en el río y subimos hacia la montaña, cuando caen las hojas empezamos a bajar, luego viene el manto blanco y nos resguardamos y estamos todos más juntos. Cuando aparecen las flores, nos juntamos en una gran fiesta, correteamos por los prados y nos peleamos por las parejas más vistosas. Así hacemos hasta que nos flojean las piernas o tenemos un accidente o un compañero tuyo acaba con nosotros.

-         Bonita manera de explicarlo. (Me quede muy pensativo).

Los paseos en solitario tienen estas cosas tan sorprendentes, te encuentras con un autóctono y puedes tener una conversación de lo más peregrino, lo que no sé si enriquece el espíritu y el ánimo o solo te entretienes un rato.


Cuando oyó un balido dio un grácil salto y salió correteando cuál venado enamorado, prendido por la naturaleza.

EL CONTABLE


                    Muelle del puerto (foto del autor)


Una música para ambientarse
  


El contable se avino, una vez había acabado su jornada tras un  trabajo en una oficina bancaria y luego por la tarde en un establecimiento hotelero, como le sobraban un par de horas, aceptó pasarse por aquel almacén a llevarles los libros de contabilidad.

No solía hacer preguntas, se limitaba en hacer las anotaciones, en base a los comprobantes de cobros y pagos que el ayudante del jefe le entregaba. 

El cual era un tipo demasiado obeso para subir la escalerilla metálica a aquella siniestra oficina, le daba los papeles en unos sobres marrones, rotulados en rojo salidas y en azul entradas.

El ayudante, a veces, se quedaba a verlo trabajar y darle palique, era un tipo de luces limitadas que se avenía a cumplir con los recados del jefe, sin hacer preguntas.

En aquella oficina, lo mejor era no preguntar nada, anotar en el debe y haber, hacer cuadrar las cuentas, con conceptos tan peregrinos como “La Choni” “Cutty Sark” “Juez” o “Sheriff”, saliendo cada noche, levantando el cuello del abrigo y bajando el ala del sombrero.

Era un local con pinta de garaje, donde abajo había una serie muy heterogénea de vehículos,  todos diferentes aunque la mayoría eran camionetas de reparto. Y cajas, muchas cajas, de tamaños distintos, sin ninguna identificación ni membrete comercial, cargadas y descargadas por unos tipos rudos, desconchados y desdentados, eso en caso de que sonrieran un poco, lo cual no era muy de su gusto.

Dadas las horas de su trabajo y lo poco que iluminaban las viejas lámparas que colgaban del techo, entraba más luz desde la farola de la calle que había al lado del portón de entrada, con lo qué nunca se pudo hacer una idea clara de lo que se almacenaba ahí dentro.

Arriba, en una planta que no dejaba de ser un altillo, al que se accedía por una estrecha escalera de madera estaban las oficinas, con un par de escritorios de madera de roble, unas cuantas sillas y unas mesas auxiliares donde estaban las viejas Underwood de escribir.

El tenía una maquina de calcular, de esas con dos manivelas a un lado y varias palancas, y unas pestañas para señalizar los decimales,  pero no la usaba.

También había un teléfono, con los cables cortados, pero que nadie retiraba de la mesa.

Allí arriba aparte del ayudante, no solía subir nadie, con lo que a parte de su mesa y su silla, todo lo demás tenía una grisácea capa de polvo, procedente del humo de las furgonetas y de sus cigarrillos Pall Mall, el ayudante no fumaba solo mascaba tabaco y escupía. Con lo que el suelo en vez de ser gris, era amarronado.

Cuando acababa, guardaba los libros de contabilidad, llevaba dos, en una caja de caudales que parecía sacada de un tren del far west, por Billy el Niño y  su banda.

El solía decir en broma, que tanto daba cerrarla como no, pero el ayudante, cada noche los depositaba con cuidado en si interior y la cerraba con esmero, no dejándole ver la combinación.

Una vez acababa con su trabajo, le esperaba el jefe para ofrecerle un trago que él nunca aceptaba, entonces le indicaba a uno de los chóferes que lo acercara a la estación, pues vivía a las afueras de la ciudad y cogía en último tren.

El jefe solía vestir con una cierta apariencia de prosperidad, era muy dado a los trajes con rayas muy marcadas y corbatas vistosas. En invierno llevaba un abrigo con el cuello forrado de piel, todo ello le hacía a un más voluminoso.

En alguna ocasión, se presentaba acompañado, por alguna chica de las consideradas de alterne por todo el mundo, pero que él las llamaba, mi querida princesa.

El trabajo iba en aumento y le recomendaron que dejara su trabajo en el hotel, los sobres crecían en número y abultaban más, ahora llevaba más libros, unos de ellos registrados.

Un día se le ocurrió preguntar para qué toda aquella parafernalia de los libros, si sólo eran papeles y no se veían billetes por ningún lado. El jefe le dijo que él no caería como Scarface y que aquí no era conveniente hacer preguntas.

Aquella noche en vez de acompañarlo a la estación, lo llevaron al puerto, donde lo arrojaron por un muelle con unos zapatos más pesados de lo normal.