EL HILO (XX)

 


Foto de A.C.P. 



Stan Getz & Bill Evans



El Hilo (XX) 



Siguiendo ese hilo que la tarjeta le había proporcionado, optó por bajarse en una estación antes del final del trayecto, esa que le permitía estar en la zona noble del centro de la ciudad. 

Esas cuadrículas perfectas, de un barrio diseñado con criterios racionales, para el buen vivir de la ciudadanía, que los especuladores de turno ya se habían encargado de degradar, nada más nacer. 

Se dirigió presto a la dirección que constaba la tarjeta, con la desconfianza propia de que ésta tenía ya sus años y que además la gente de esa categoría había ido dejando estas viviendas, por otras más modernas en la parte alta de la ciudad. 

Pero bueno, igual tenía suerte y volvía a pasar, que le daban razón, de esa familia que andaba buscando. 

Se llego ante una de esas mansiones, que sin ser de esas tan fotografiadas e incluso visitadas, sí que tenía el suficiente empaque como para impresionar al paseante y si era turista más. 

Mirando la casa, observó esa patina, todavía bien conservada o quizás restaurada, con la elegancia de que no se notara en exceso la intervención. 

La puerta exterior estaba abierta y tras un mostrador de madera noble, por supuesto, se escondía una persona, con esa mirada que escudriña al visitante sin amedrentar. 

Tomás, se miró a ese visitante, que le mostraba una tarjeta de Don Pedro, con aspecto de tener más antigüedad, casi que él en la conserjería. O al menos, de cuando su protagonista, se retiró de los negocios, que también era una buena colección de años.

 

  • ¡Buenos días! 

  • ¿Buenos días, sí, dígame? 

  • Estoy buscando a este señor. (Fue cuando le enseño la vieja tarjeta de visita) 

  • Vive aquí, en el principal, no sé si estará ahora en su casa. 

  • ¿Puede llamar? O subo yo a ver si están. 

  • ¡Espere! Hay la norma de no dejar subir a nadie, si no lo autorizan. 

  • Entiendo, esperaré. 


Tomás, llamó por un teléfono interno, una especie de interfono a la vieja usanza, pero con auricular. 


  • ¡Hola María! ¿Tienes a Don Pedro, por ahí? Sí, ¿Me lo puedes pasar? O solo dile, que preguntan por él. 

  • ¿De parte de quién le digo? 

  • Ernesto, de su primo Ernesto. 

  • ¿Oíste? ¡Sí, vale! 


Tomás oyó el taconeo típico de una mujer alejándose por el pasillo e imagino su contoneo de los cuartos traseros, hay cosas que no podía evitar y además para qué. Al poco rato el taconeo regresó y no imagino nada, solo escuchó. 


  • Que dice Don Pedro, que no tiene ningún primo Ernesto, que de qué va esto. 

  • Me está, diciendo que el Sr. No conoce a ningún primo Ernesto. 

  • Dígale que vivía en el extranjero, en varios países, últimamente en Argentina. ¡Se tiene que acordar de mí! 

  • María, guapa, que me dice este Sr... 

  • Sí, ya lo he oído, se lo repetiré, por mí que no quede, que no tengo otra cosa que hacer, no te fastidia. 


El sonido ya conocido volvió a resonar con más fuerza si cabe, y las curvas volvieron rápidas a la imaginación de Tomás, del visitante, no sabemos los gustos imaginativos. 


  • ¡Tomás, qué suba! 

  • Vaya, está de suerte, el Sr. Lo recibirá ahora. 

  • ¡Muchas gracias! ¿Por dónde? 

  • Suba al principal primera, es la segunda planta, ya sabe, aquí hay entresuelo. 

  • ¡Ah, vale, ya no me acordaba de estas peculiaridades!  

  • Sí, son curiosidades del lugar. 

  • El ascensor está a la derecha. 

  • Bien, muchas gracias. 


El desconocido se adentró, hasta dónde estaba un ascensor, con pinta de ser anterior al concepto mismo de lo que era un elevador, para facilitar la subida de personas.  

Era una cabina de madera de caoba, por lo menos, ricamente trabajada, con cristales en los laterales, ricamente ornamentados, y con unas tonalidades de colores, dignas de una catedral medieval. Todo ello dentro de un receptáculo de metal, cual jaula protectora de un tigre de bengala. 

Nuestro hombre se adentró y pulso el botón dorado, del que, a fuerza de darle brillo, habían desaparecido el color de las letras, pero el relieve se veía claramente: Pral. 

(Continuará)

 

 

Terrassa, 28 febrero 2024