EL DÉCIMO PREMIADO

 


Convocatoria «Cada jueves un relato» «El gran Premio»


Auspiciado por Marcos Planet, (Ver aquí las otras aportaciones) como anfitrión este jueves, os presento mi aportación a la convocatoria juevera.


El Décimo Premiado


Había tenido lo que se dice un día de perros, de esos que no puedes olvidar durante mucho tiempo. 

Tras levantarse precipitadamente por haber sonado el timbre de la puerta, vestirse con algo para estar someramente presentable, abrir y no ver a nadie, regresar a la cama, con un breve paso por el baño, donde constató que no había agua, lo cual imaginó como cosa de las obras del local comercial abajo, igual el timbrazo era para avisarle, desistió de regresar a la cama, estaba amaneciendo y ya no recuperaría el sueño.  

Llenó la cafetera con agua mineral bien fresquita de la nevera, es lo mejor para ir rápido, mientras contemplaba como el café tardaba en salir más de lo habitual, se dijo así mismo que podría aprovechar que era una hora temprana, para poner la lavadora, pero ¡mierda, no hay agua! 

Se entretuvo mirando en el móvil, todos esos mensajes de buenos días, con muchos emoticonos de los que le sacaban una sonrisa por debajo del bigote, por muchas que fueran las veces, vistos los mismos día tras día. 

Cortó unas rebanadas para tostarlas, sacó la mantequilla y una mermelada de arándanos, tenía que mirar de endulzarse el día. El café anunció con su borboteo, que estaba saliendo alegremente y sin disimulos a la parte superior de la cafetera, aromatizando la cocina de un alegre optimismo que no era lo que él tenía en ese momento. Al mirar a la salida donde estaba el fregadero, se apercibió de la presencia de una fina capa de agua en el suelo. Estaba claro que no iba a ser una de sus mejores mañanas, abrió la puerta acristalada y sus sospechas fueron a peor, el agua era superior a una fina capa, cogió la fregona y el cubo y empezó a achicar el agua como un poseso marinero intentando ganar al agua que entraba en un bote salvavidas, con la fecha de inspección caducada hacia un lustro. 

Poco a poco fue dominando la situación, sin entender nada, la lavadora estaba vacía y seca. Pero el calentador de agua goteaba, poco, pero lo suficiente para haber mojado lo que había en el cesto situado encima de la lavadora. 

Desenchufó los aparatos, cerró el grifo de la toma de agua del calentador y de la lavadora por si acaso. Visto el desastre, se dispuso a bajar a saludar al vecino de abajo, seguro que era él quién había subido para avisar.  

No le contestó nadie, subió para su casa y dispuestos, mejor tomarse las tostadas frías y el café templado, antes de que se quedase todo en algo insípido. 

Sentado en la mesa del comedor, con la tele puesta para oír ver, las noticias matutinas, llamaron a la puerta. Miró con tristeza de renuncia a sus tostadas y café, como aquella chica que nunca le dijo sí. 

Era la vecina de al lado, era ella la que le había despertado, había estado cayendo agua desde la zona del fregadero a los de abajo, pero siendo algo más aparatoso que perjudicial, ante la situación era ella la que había cerrado el paso del agua de armario de los contadores. Con todo aclarado y esperando para más tarde, cuando la jornada laboral solía acabar, pasarse a visitar al vecino, por sí tenía alguna reclamación que hacer. 

Las tostadas se habían curvado en una señal de disculpa y el café, había perdido la ligera espuma con la que hacía poco le sonreía. Se lo tomo todo como una obligación de un alumno en un internado o un soldado en la mili. 

Decidió ir a una empresa de venta de objetos de baño e instaladores cercana, que eran los que se podían ocupar y beneficiarse del asunto, luego se pasaría a comprar algunas cosas en el súper. 

Mientras subía con el paso de un derrotado, dispuesto a ser esquilmado una vez más, por su mala suerte congénita, vio como una aparición, una de esos papeles tan conocidos en el pasado, cuando aún era un hombre creyente, un billete de lotería, en contra de su desconfianza u asco por las cosas del suelo, lo cogió y comprobó que estaba en muy buen estado. Nada que al bolsillo que se lo guardó, tras dar el parte de su desgracia a la empresa de los calentadores para tuvieran alguna alegría de seguir teniendo trabajo, al salir se fue a comprobar el billete a una administración muy cercana. 

  • ¡Buenos días! ¿Me puede comprobar este décimo? (No se fiaba de las maquinas lectoras puestas para eso) 

  • Buenos días, sí claro, enseguida. 

  • ¡Muchas gracias! 

  • ¡Caramba, está Ud. de mucha suerte! ¡Es su gran día! No solo le ha tocado un primer premio, sino que encima hoy es el último día para cobrarlo. ¡Vaya rápidamente a su banco, para efectuar las gestiones del cobro! Este importe aquí no se lo podemos gestionar. 

  • ¡Ostras! ¡Qué me dice! ¡Muchas gracias, voy para allá! 

Al final, no iba a ser tan mal día, se fue presto a la oficina bancaria. 

Una vez allí, ante la escasez de personal de atención se sentó a esperar, mientras observaba a los afortunados que sí estaban siendo atendidos y a los pacientes que esperaban se turno con resignación franciscana. 

Mientras observaba calmosamente a estos últimos, haciendo bailar en su mano el ticket con el número de orden para ser atendido, observó a una señora algo mayor, que se iba poniendo nerviosa por momentos, su cara se iba volviendo de un blanco cenizo, a medida que ya no le quedaba bolsillo por hurgar, e iba devolviendo al bolso, todo lo que había sacado del mismo, que parecía su vida entera, incluso había vaciado el billetero, una agenda, los sobres de a saber que cartas... 

Él, con ese porte de actor americano de los cincuenta que llevaba incorporado de serie, se acercó calmosamente para no asustarla más de lo que ella ya estaba.  

  • Perdone Sra. Pero la veo muy preocupada. ¿Le ocurre algo? ¿Necesita algo? ¿Quiere que avise a alguien? 

  • No se lo va a creer, ayer comprobé un billete de lotería, que se me había quedado olvidado en este bolso, y estaba premiado con un primer premio, con eso podía evitar el desahucio, era como un milagro para mí, y ahora no lo encuentro y estaba segura de haberlo puesto esta mañana. 

  • ¿No será éste? 

  • ¡Sí! ¿Cómo es posible? La señora se puso a llorar. Lo compré en la Plaza del Centro. 

  • Él le enseño el sello que marcaba por detrás el billete, así es señora, aquí lo tiene, todo suyo. 

La mujer casi se desmaya, empezó entre sollozos y balbuceos a agradecérselo, mientras él se iba retirando poco a poco hacia la salida, mientras su cara iba cambiando mientras le invadía una sensación juvenil, de cuando su norma era hacer una buena obra al día. 

 

Terrassa, 29 enero 2025