Noche de Verbena (2017)


Volcán verbenero (foto de J.Ch.K)


Noche de verbena,
noche de fiesta.

Noche mágica,
de llamas encendidas.

Noche apasionada
de búsquedas encontradas,
y desencuentros llorados al cielo.

Noche clara,
donde reina la luna,
en su corte de estrellas.

Ruido, pólvora, humo, destellos,
risas con  baile de miradas
y de pasos al compás.

Cava subiendo por las copas
bajando por gargantas.

 Besos que chisporrotean
cómo bengalas. 

Alegría compartida,
falsa o verdadera.

Pero en todo momento,
risas por doquier.

Parejas que desaparecen
tras las sombras,
donde no llega otro fuego,
que la pasión que  les ilumina.

Noche de verano,
cantarina y verbenera.



Sarrià, Junio 2017

Una misiva azul



Foto de I.C.C.




Una misiva azul

Cuatro de la madrugada, una sombra furtiva baja por las escaleras del edificio, solo un punto de luz, proveniente de una pequeña linterna de bolsillo le indica el camino, para evitar tropezar con alguna alfombrilla de esas puestas ante las puertas, o con una  bolsa de desperdicios mal puesta; hay vecinos con muy mala conciencia muy expresa al respecto.

Llegada al hall de entrada, se aproxima a los buzones de correo y abre sin producir ruido alguno, tras un ligero forcejeo, un buzón del cual asomaba un pequeño triángulo azul, indicativo de haber un sobre, carta o algo, en su interior.

Al sacar la pequeña llave una vez vuelto a cerrar la trampilla del  compartimento de madera, el tacto sometido al abrigo de unos cálidos guantes de lana le juegan una mala pasada, la llave cae al suelo, provocando un sonido que resuena de forma estridente pues a pesar de su pequeño tamaño, va acompañada de un llavero tamaño regio.

Ese pequeño ruido, altera el ligero sueño del gordo gato de la vecina del principal, que en su sordera, hace compartir los seriales televisivos al resto de vecinos a cualquier hora del día o de la noche.

Con los maullidos del vocinglero animal, tirano en ciernes con sus caprichos alimenticios en plan gourmet, que su dueña cumple escrupulosamente, con encargos en el súper, que superan a los de una familia de tamaño medio, es decir papas y dos retoños.

Al ruido de gato, contesta rápido el perro del segundo, para deleite del resto de población perruna, aburrida de su triste existencia de presos encerrados con derecho a paseo vigilado y una comida monocorde al día.

Al concierto resultante a capella, con todo tipo de voces caninas, se le suma, la incorporación de improperios por parte de los propietarios de tan dulces mascotas, compañeros inseparables de los momentos más felices en la vida de sus amos, que no entienden la alegría del vivir, a esas horas en que la noche bulle de vida. 

El griterío resultante ayuda mucho a ello. Y si no que se lo pregunten a las cucarachas en su paseo noctámbulo

La sombra, estática esperando se calme tamaña marabunta, está al pie de la escalera, en el más puro estilo gallego, hacer ver que no se sabe si sube o baja.

Nada de usar el ascensor que delataría su presencia, e iría iluminando los rellanos, en las mirillas de cuyas puertas, estarían al acecho, los atormentados seres despertados a unas horas intempestivas, en las que ya estaban descansando de sus discusiones familiares diarias.

Poco a poco, la paz vuelve a reinar, con alguna bronca apagándose, contra el último animal en dejar de hacerse oír en otra aburrida noche sin poder ladrar a la Luna, a pierna suelta.

La lucecita empieza avanzar, subiendo peldaño a peldaño, con suma delicadeza, las bambas de moda y de última generación, amortiguan sus pasos de forma felina.

Pasa por delante de las puertas, girando la cara en sentido contrario para no ser reconocido, llegando hasta su puerta, abriéndola e introduciéndose, cómo un buen agente secreto de una  película de espías, esas de la guerra fría.

Una vez introducido en su habitáculo, la sombra se convierte en un ser humano, del género masculino, peinando canas y porte poco o nada atlético.

Con el sobre en la mano, se sienta ante un escritorio, enciende una luz de lectura, también usada para escritura, y con un abre cartas, perfecto para un crimen en la campiña inglesa, lo abre con un cierto cuidado, por preocupación ante lo desconocido y la reverencia ante un ritual de liturgias muy antiguas, perdidas en el tiempo.

Cuando ha mirado el remitente, no ha podido averiguar de quién se podría tratar, unas iniciales que no se recordaban y una dirección postal ignorada en la base de datos de su desmemoriada cabeza, no le daban ninguna pista a seguir.

Así las cosas, una vez abandonado el pasamontañas, de estrecha abertura y muy apropiado para pasar desapercibido en estos momentos de calor agobiante, nuestro hombre, absorto en la misiva, lee y relee su contenido, con el entusiasmo y la fe de los agnósticos.

Una antigua novia, cuyo rostro se difumina en el blanco y negro de cuando existían las pelis de arte y ensayo, quiere recordar a todos sus amigos, parientes y conocidos, que le ha llegado la hora de finalizar su vida laboral y quiere despedirse haciéndolo saber al máximo de gente posible, siendo así, el afortunado con una invitación, que para sí quisieran, cualquiera de los amantes de los jolgorios fatuos, típicos de los veranos con cenas a la luz de las antorchas, apagadas por la brisa mediterránea de nuestra querida costa, donde se protegen de los calores veraniegos, los prohombres  de la cosa dineraria.

Cómo han localizado, al astuto vecino, enemigo acérrimo de cualquier parafernalia, escondido siempre en su guarida, esquivando incluso al presidente vitalicio, en sus inquisitivos abordajes, tanto en el ascensor cómo en el campo abierto de la escalera.

Misterio insondable, que sólo el buscador más descarado, ha sido capaz de desvelar.

Se sabe descubierto, perdido en la vorágine de tener que dar señales de vida, ha cometido el error de abrir la carta, ya no puede dejarla en devoluciones y poner desconocido. Se avecina una importante tragedia personal, tener que excusarse o peor aún, tener que ir.

Lo mejor es atajar el asunto, por las bravas, con mano firme y decidida, con la rapidez que requiere solventar un asunto personal de tamaña gravedad.

Así qué sin pensarlo dos veces, la primera reacción es la que vale, coge un sobre, en este caso sólo tiene unos de color crema, que para el caso valdrán igual, y con letra amorfa de palote, va poniendo la dirección de su querido presidente, a quién considera tan desmemoriado como cualquiera, para cómo no recordar una compañera lejana en el tiempo y en los recuerdos.

Además una invitación es una invitación, seguro que le gustará pavonearse de ella.

- ¡Hola Buenos días!
- Buenos días.
- Menudo follón esta noche ¿No?
- Sí, con el calor los animales se vuelven más ariscos. Y encima empiezan ya con los petardos.
- Sí, eso parece.
- ¡Vaya! ¿Veo que es usted el que tiene carta hoy?
- ¡Ah!  Sí, es verdad. (Con una cara que se ilumina por momentos, ante un acontecimiento en su anodina vida).
- Bueno todos tenemos cosas de tanto en tanto, la mía de ayer, era pura propaganda de un coche, publicidad personalizada le llaman ahora. ¡Ya ve!
-  Pues la miro ahora mismo. 
Rasga con apremio el sobre de marras, poniéndose las gafas, que según la moda al uso, se llevan colgadas en dos partes, divididas en medio,
Se lee el tarjetón con la invitación, se mira el remitente con cara de sorpresa mal disimulada y suelta:
- Parece de una compañera de la facultad, alguien de mi promoción, que se jubila, pero no la recuerdo la verdad, pero claro como yo era delegado es más fácil que se acuerden de mí. (Dice todo ufano, pavoneándose sin rubor alguno).
- Pues nada, que la disfrute, cuando esté allí, seguro que la recuerda, a lo mejor es un antiguo ligue y...nunca se sabe. (Mientras se le escapan unas risitas tendenciosas y jactanciosas.
- ¿Eh? ¡Sí Claro! (Soltando una risitas nerviosas y acomplejadas).
- Adiós, Buenos días.
- Adiós, adiós. (Hinchado como un pavo relleno).

Sarrià, 21 Junio 2017


LA CARTA


Amanecer en Sarrià (foto del autor)



La carta


Fue bastante extraño, casi nunca miro el buzón de correos que hay en la portería, según se entra a la derecha, todos bien alineados, de madera castaño pulida, con sus plaquitas en las que constan los nombres, de los sufridos usuarios.

Porque normalmente sólo suele haber,  propaganda comercial, que a pesar del cartelito de la entrada, indicando que no es bienvenida, sigue siendo de lo poco que llega, a parte de las multas del ayuntamiento y algún desagradable aviso de la hacienda pública, siempre presta para acabar con nuestros escasos pecunios.

Pero ahí estaba, el escurridizo vecino del tercero, en funciones de presidente vitalicio, pero que sólo se ocupa de sus cosas y de aquello que puede beneficiarle, al usar el ascendente con los diferentes artesanos que se dedican al mantenimiento del edificio; para indicarme con su cara de conejo, señalando con sus incisivos, el triangulito blanco que asomaba por debajo de la trampilla del buzón que me correspondía.

-                       ¡Parece que tiene correspondencia!

Soltado así a bote pronto, con ganas de enfatizar sobre algo curioso que me había ocurrido, por ser el bicho raro del vecindario, que se limita a saludar y no meterse en la vida de los demás.

-                        ¿Ah Sí?  ¡ Qué observador es usted!

 Mirándolo como si tuviera una Thomson en las manos y estuviera haciéndole papilla, esparciendo sus sesos por la portería.

El tipejo se me quedo mirando, esperando que abriera el susodicho buzón para extraer ese sobre tan intrigante, pero se quedó con un palmo de narices, cuando me limite a decir:

-                  Qué lástima que no lleve la llave, de todas formas seguro que no es nada importante.

      Sonriendo como una comadreja, satisfecha de haber engañado, una vez más, al gordo gato castrado señor de la finca.

    Saliendo del edificio con paso decidido y con ganas de olvidarme del asunto, mientras dejaba caer con desidia,  un papel en el suelo, para fastidio del sujeto.

     Bien mirado, lo de las cartas es cosa del siglo pasado, ya saben, ese en que se escribía con una maquina, que mientras tecleabas, imprimía en un papel y sacabas la copia ya hecha, como dirían ahora, un portátil con impresora integrada.

   Ya veríamos si era capaz de acordarme del sobre de marras y al volver a casa, bajar con el llavín para abrir el inútil buzón atestado de todo tipo de papeles inútiles y una carta sospechosa.

   ¿Sospechosa por qué? Os preguntaréis, pues por ser una cosa rara, ya no utilizada, no ser un objeto común en las vivencias diarias, ni más ni menos.

     Como un político honrado, un príncipe cobarde, un pirata generoso o un zorro protector.

     Me metí en el viejo bar, justo en la esquina de casa, que seguía oliendo a café, boquerones en vinagre, bayeta con exceso de lejía y un cierto sabor rancio indescifrable. Pero siguen teniendo varios periódicos de papel para leer por parte de la clientela, a pesar de qué quién se asoma a la barra sea un chino desdentado y con cara de no leer ni los pies de fotos de los platos expuestos.

    Eso sí, decía los buenos días con entusiasmo y con la inclinación de cabeza justa para evitar le fuera rebanado el cuello, por el integrista de turno que salía de la parroquia cargado con sus paquetes de comida.

     No sé por qué digo todo esto, debe ser que estoy en un caos mental, tras tanta noticia desafortunada, protagonizada por tíos con turbante y chilaba.

     A todo esto, tras las compras necesarias para sobrevivir unos días más, me he olvidado completamente de coger la llave del buzón y bajar a por la carta de marras.

     Con lo cual no os puedo decir de que se trata esta vez, si una invitación a una boda, un cheque en blanco por mi buen comportamiento, una citación judicial por haber faltado a algún colectivo, la consabida notificación de hacienda reclamando el redondeo más intereses de la última declaración de renta…qué se yo.



Sarrià, 15 Junio 2017

Calentamiento Global



Foto del autor. (Pido disculpas, por haber estropeado un Talisker poniéndole hielo, y así conseguir el efecto deseado, para el tema a tratar en el post.)



El calentamiento global
y sus consecuencias en la vida cotidiana



En plena primavera, vivían su  peculiar luna de miel, en noches sin fisuras.

Todo era compartido y la amplia cama, era inusualmente infrautilizada, dando pie a poder ser ocupada por un ejército de cualquier tipo, que allí quisiera instalarse.

Así las cosas, llego un mayo florido, dulce y oloroso, con sus jazmines perfumados compitiendo  contra las buganvillas, para adueñarse de las fachadas nobles.

Cómo jóvenes adolescentes, incrédulos e irrespetuosos con las consabidas comunicaciones de carácter informativo, prescindían de consejos, sólo aptos para mayores con reparos, que lo suyo era vivir rápido, para dejar un cuerpo bonito, tras una gran escapada final.

No sabían, por no escuchar, que aquello iba en serio y podría acabar con ellos.

Pues así era, el calor sofocante, ya no era cosa de la canícula estival que últimamente se había adelantado, de los calores de julio, a una primavera rampante.

Sino que en pleno mayo, ya estaba instalado en nuestras casas y en este junio verbenero, no había corriente forzada que parara la subida de la temperatura casera.

El runrún de los aparatos de aire acondicionado, resonaban por patios y balconadas de los favorecidos, mientras el resto de los mortales no sabía si morir de sueño, por aguantar el ruido de todos ellos o por el calor injustificado en época tan temprana.

Rescatados los ventiladores, de los altillos y desvanes polvorientos, sus palas ociosas cada vez por menos tiempo, agitan frenéticas un aire caldeado que no deja de rebotar por las paredes para deleite de los mosquitos con el aguijón presto al ataque.

La noche dueña y señora de la supuesta tranquilidad, recomponedora de historias de alcoba, es incapaz de reprimir los gritos en la oscuridad, que una mano mal puesta, desata al infringir  su calor a un cuerpo amigo, que sueña con un distanciamiento hasta entonces impensable.

El calorcito agradecido en la zona lumbar, para descanso de refriegas inconclusas, por avidez inconfesa de marcha sin final, da paso a un rechazo por quemazón, con marca incluida, sobre una piel extremadamente sensible, a los cambios climáticos, no reconocidos por los diversos protocolos internacionales, ofuscados con la desaparición del mosquito tigre, como especie protegida en la Siberia fría y distante. Aunque le quieran poner un control de paso por el estrecho de Bering, para evitar su uso y disfrute por poblaciones que se quejan de todo y no dan un palo al agua, por su condición de oscura presencia visual, al lado del rubito mandamás en el turno actual.

Así qué, ni con un cubo de agua con hielo, para ir sumergiendo esa mano calurosa, se acepta ningún tipo de caricias, aunque sean de fuego amigo.

Y las noches se eternizan, en una espera inconfesa, de un despertar radiante que de pie a una tregua deseada, sin miradas culpables, ni rencores distanciados.

A la espera de un invierno, que en su calidez, no impida otro tipo de calidez, más humana.


Barcelona, 12 Junio 2017









Beso perdido

El Beso de Rodin (imagen de Internet)



El Beso Perdido


Van cayendo las horas,
como hojas tras un golpe de viento,
impetuoso e imprevisto.

Ese que permite la volandera,
de las crías de las golondrinas,
para iniciar su camino.

Fue un instante fugaz,
de una noche verbenera,
la Luna jugaba al escondite,
con las nubes caprichosas,
que anunciaban el final,
de una primavera calurosa.

Tú, todavía no eras tú,
y ya me estabas negando un beso,
robado a la luz de la fogata.

Te reías de mí, como hiciste siempre,
sin rubor y con desparpajo.

A esa mirada picara y seductora,
no podía negarle otros intentos,
pues una negación,
implica un nuevo intento.

Mucho tiempo después,
olvidado en las entretelas de la memoria,
un beso perdido me reclama una cita,
a la cual ya no asisto.


Sarrià, 31 Mayo 2017