RECICLANDO










Reciclando


Fue fruto de una discusión idiota, empezamos hablando de nuestras cosas, para ponernos al día, de nuestras vidas respectivas.

Luego nos pusimos a comentar sobre cosas más intimas, como nuestras creencias o su ausencia, en materia religiosa.

La cosa se fue complicando cuando la conversación cada vez menos plácida, se adentro en el tema de la concienciación política.

Pero cuando nos pusimos a hablar de literatura y autores literarios, las chispas empezaron a saltar, provocando el gran incendio de la sin razón.

Hay cosas que no estoy dispuesto a tolerar y menos en mi casa, por muy amiga que fuera, con derecho a roce y todas esas tonterías.

Acabe la discusión de una forma contundente, soy fiel a mis principios, y agarre aquella réplica de la torre de Pisa, que me trajo como recuerdo de un viaje romántico que había hecho con su marido.

Le atice con fuerza, la que me daba la desaprobación de sus falaces argumentos, en defensa de una obra y un autor, que me sacaban de quicio.

En su caída, se desplomó sin ningún cuidado, sobre la mesa de centro, puro mármol blanco con vetas grisáceas, dándose en la nuca.

Cuando vi que su cabeza podía moverla como si fuera de una muñeca de trapo, entendí que iba a tener un problema grave.

Era una hora tardía de la noche, entre preparación de la cena, la degustación de la misma, los cafés posteriores y la discusión a la hora de las copas, el tiempo había pasado volando

Todo eso, con muy pocos arrumacos previos, verdadera razón de mi solicitud en invitarla a cenar.

Tenía, sobrantes de mi reciente traslado, unas bolsas de basura, de esas industriales, pero solo le cubrían medio cuerpo, utilizando dos me quedo totalmente envuelta.

Eran de un color butano chillón, que no sé si serían de su agrado, era muy chic vistiendo, pero creí más oportuno no fijarme en cuestiones estéticas.

Baje por el montacargas hasta el parking, y llevándola a rastras con gran dolor de mi espalda, saqué el coche de su sitio, para ponerme justo enfrente de la puerta de acceso.

Lo de la quinta puerta en los coches, siempre lo he considerado una idea muy práctica, aunque alaben la elegancia de los clásicos sedan.

Gracias a su perpetua manía en hacer régimen, mantenía un peso fácilmente portable, lo cual le agradecí en mi interior.

Salí en dirección a los contenedores que había en la plaza, pero ninguno me servía, eran uno azul para el papel, otro verde para los envases de vidrio y otro amarillo para los de plástico.

Recordé las quejas, de la señora Nieves, encargada de la portería, y que por una módica propina mensual, se encargaba de bajar y tirar las basuras.

Entonces me dirigí, ya con cierto nerviosismo, dado lo tarde de la hora y mi necesitad, por cuestiones laborales, de madrugar, a los horribles y aparatosos nuevos depósitos para desperdicios.

Cuando llegué a los contenedores marrones para basura orgánica, amarillo para plásticos, verde para vidrios, azul para papeles  y gris para el resto, no supe cual utilizar.

Los restos de Silvia, evidentemente eran orgánicos, pero iban acompañados de su vestido y sus múltiples bisuterías.

Me quedé dudando, al final opté por regresar a casa, subirla y desvestirla con todo mi cariño y respeto.

Poniendo en una bolsa de basura gris, toda su equipamiento, incluyendo  el bolso de cocodrilo, que le regalé con motivo de su cumpleaños, no estaba seguro si era de piel auténtica o un plástico muy bueno.

Regresé al montacargas, al  parking, al coche, a los contenedores y cuando me disponía a tirar a mi querida amiga en un bonito recipiente marrón, lleno a rebosar, se paró un coche patrulla de la guardia urbana, conminándome a ir a otro sitio  a tirar mi basura orgánica.

Tampoco estaba para discutir mucho con la autoridad competente, que me observaban, mientras iniciaba la consabida operación de recarga de Silvia, a través del portón trasero de mi flamante Alfa Romeo.

Las cuatro siguientes ubicaciones de contenedores orgánicos, sufrían el mismo problema de excedencia de material.

Estaba a punto de rayar el alba, sin solucionar donde depositar los restos de mi amiga, que empezaba a dejar de serlo, dada la pesadez de recolocarla.

Opte por dejarme de cumplimientos cívicos y dejarla en un contenedor gris, válido para todo, cuando la brigada de limpieza que bajaba por la calle con sus carritos de amplias ruedas, al verme dijeron que ni se me ocurriera tirar basura orgánica en dichos cubículos.

Les dije que estaban todos llenos y tenía prisa para poderme ir a trabajar, necesitaba tirar esa súper bolsa, lo antes posible.

Me aconsejaron que fuera a un punto verde y ahí me solucionarían el problema.
Les hice caso y tras poner el cuerpo cada vez menos moldeable en el maletero, partí hacia el destino indicado.

Pero cuando pasé por el puente que salvaba el río, protagonista exclusivo de la ciudad, opte por atenerme a los clásicos de la novela negra, optando por deshacerme de Silvia, por el conocido método, de dejarla caer desde el pretil al agua.

Quedó un bulto chillón, como testigo luminoso, de mi único desencuentro con mi querida amiga.



PLAZA MAYOR



 Plaza mayor (foto del autor)


Como en aquel pueblo no había grandes monumentos para encandilar a los turistas, los más jóvenes de consistorio propusieron sacar los pasos de semana santa, que eran expuestos en la iglesia románica poco antes de semana Santa.

Puestos de acuerdo el concejal de cultura con el párroco de la localidad, en el reparto de atribuciones y responsabilidades, permitieron a las cofradías montar  toda la logística del acto.

Repartieron los folletos en todos los centros de información turística de la comarca, con tiempo suficiente para que el quince de agosto, fiesta grande en casi todos los municipios, ellos consiguieran la máxima audiencia.

La iglesia iluminada, permitió realzar aún más la salida nocturna de los pasos, era una noche gris, con esos nubarrones que amenazan una fuerte tormenta de verano.

El aparato eléctrico empezó amenazando la noche, dándole un toque espectacular, a los penitentes encapuchados, que arrastraban sus cadenas con la fe de los conversos.

La entrada en la plaza mayor, fue espectacular, con un rayo iluminándola entera, cuando hacían acto de presencia el principio de la comitiva encabezada por una enorme cruz detrás de un cura con birrete y casulla morada con ribetes de oro.

Los tambores sonaban ensordecedores, marcando el ritmo a los costaleros, que en su andar, bamboleaban los pasos con grácil equilibrio, siendo la virgen de los dolores, la más fotografiada.

Los turistas estaban repartidos por el trayecto, habiendo incluso algunos instalados en unas tarimas con sillas de tijera.

Los más espabilados de los habitantes con casa en la plaza, habían alquilado los balcones, con derecho a bota de sangría.

Al final estalló, la amenaza de tormenta, se convirtió en una realidad húmeda y pegajosa, con unas gotas, que de tan gordas con sólo unas pocas ya estaba todo el mundo empapado.

La reacción natural de todos los componentes de la procesión fue irse a guarecerse bajo los soportales de la plaza.

Como se trataba de una tormenta veraniega, todos daban por supuesto que duraría poco tiempo, con lo que se insto a los tambores y trompetas a seguir, pero no fue así.

La lluvia persistía, parecía como si los de arriba, estuvieran locos o jugando a una guerra con cubos de agua.

Las calles se convirtieron en pequeños torrentes, haciendo que todo el mundo optara por ir hacia la plaza, iluminada por los flamantes rayos, que suplían la falta de luz en las farolas.

Los niños, aprovecharon las hojas de la gaceta, que estaban en las papeleras, para hacerse unos barquitos de papel, cargados de ilusiones por competir entre ellos, por ver cual llegaba antes a un destino incierto.

En esto Paquito, un chico considerado por todos un poco ido, aunque él se consideraba poeta, artista, y hacedor de eventos y performances varias, se salió del grupo.

Arrancó a bailar por en medio de la plaza, mientras la lluvia lo iba empapando, las trompetas entonaron “Singing inthe rain”, momento en que María, la chica más hermosa del pueblo, que soñaba con ser artista e irse en cuanto tuviera una oportunidad, se apunto a la danza.

Antonio, el hombre para todo del ayuntamiento, arrancó un generador, iluminando el centro de la plaza con sus bailarines en él, con un foco, permitiendo el disfrute de tamaño acontecimiento.

La pareja se entrelazaba y separaba al ritmo trepidante de la música, sus marcados pasos chapoteaban en el agua con inusitado ímpetu, la pasión que su baile desprendía, casi no necesitaba focos, para ser vista.

Como quiera qué, ella llevara un fino vestido de algodón blanco, al ir siendo empapado por el agua, permitió a sus espectadores, gozar de unas vistas que no estaban en el programa.

El espectáculo estaba servido, los danzarines acabaron contagiando al resto de acompañantes en la procesión e incluso algún turista con exceso de sangría.

La desolada plaza, se fue convirtiendo en un escenario enorme, dedicado a una escenografía dedicada a la lluvia, que seguía cayendo intemperita al ajetreo que iba aumentando.

La luz de los cirios, permitía que los componentes de la banda, interpretaran correctamente las partituras y tocaran cada uno su instrumento y no el del compañero, menos los tambores, que daba igual.

Los hostales y tabernas sitas en la plaza, viendo la afluencia de gente, necesitada de un poco de atención, sacaron inmediatamente jarras con sangría para los turistas y cervezas y chatos para el resto.

El padre Esteban, flamante párroco, no paraba de santiguarse, diciendo Virgen Santa y Dios mío, a cada momento, viendo el cariz que iba tomando, la animada plaza.

Los del consistorio, aun no viéndolo claro, empezaron a intuir que no les iba a ir tan mal el asunto, si la gente se divertía.

Dado que las túnicas y caperuzas de los penitentes eran un engorro, mojadas como estaban, se los fueron quitando y dejando amontonados en la cruz que había en el centro de la plaza, como si le hicieran una ofrenda.

A lo cual se sumaron enseguida, las alumnas del Sagrado Corazón de Jesús, que acudían a un recorrido para conocer el románico primigenio, desde Alemania, que habían dado el esquinazo a las monjas acompañantes, casi cada noche, menos aquella, en qué ellas fueron de las primeras en quitarse los hábitos.

Tengo de dejar de narrar en este punto, dado el cariz de acabó tomando la fiesta, cuando mojados y desnudos, acabaron abrazándose.

Supongo que para darse la paz.




LA PALMERA

                                        Imágenes de internet


En verano la máquina expendedora de bebidas  frescas y pequeños tentempiés, estaba mucho más solicitada, parece mentira lo apremiado que vamos los pobres currantes, carentes de tiempo para poder prepararnos algo que llevarnos a la boca.

Instalada en la zona de servicios, donde se suele tomar los refrigerios, nada más entrar, cada unos le echaba una mirada lasciva, pensando en lo que se tomaría en la hora del café.

Lo más solicitado, dentro de todo el surtido de chucherías y bollería industrial y que por lo tanto se acababa antes, eran unas enormes palmeras recubiertas de chocolate.

Parecía como si dada su puesta en escena en la exposición, sonriera a los usuarios, buscando complicidades, que evidentemente no había intento de dieta que pudiera resistir.

Pero, ya se sabe, en verano las reposiciones de productos, se alargaban en el tiempo, provocando su ausencia y escasez, sobre todo de lo más solicitado, con el consiguiente desespero de los hambrientos usuarios.

Nada más entrar y percatarse de que solo quedaba una, el encargado del almacén, intentó poner un pedazo de cinta adhesiva para bloquear los números de referencia de la susodicha.

Antonio, uno de los comerciales, asustado ante su inminente pérdida, de la pasta que quería reservar, para un poco más tarde y sin poder hacerse con ella, por carecer de monedas, desenchufó la máquina expendedora.

Eloísa la secretaría pizpireta, que nadie solía tener en cuenta, salvo para echarle miradas y palabras subidas de tono, se agenció con un rotulito, en el que puso: “Máquina fuera de servicio, disculpen las molestias”.

Uno de marketing, Roberto, todo cachas y gimnasta de pro, se aproximó a ella, mirando con disimulo, que nadie le observara, y al darse cuenta del rótulo, escondió en el bolsillo del pantalón un artilugio que se había fabricado para impedir la entrada de monedas.

Martínez, el de mantenimiento, que al principio se la miró con displicencia, pues se tría sus sabrosos bocadillos, lo pillaron con las monedas en la mano, desilusionado con el letrero.

A todo esto el gran jefe, Sr. Llano del Cerro, entró con aire decidido, y horrorizado ante una máquina nueva fuera de servicio, entró en cólera, exigiendo que avisaran inmediatamente a la compañía, y retiraran ese infame artilugio incapaz de superar la canícula estival.

Valentina, jefa administrativa, y chica para todo, se apresuró a cumplir con los deseos del mandamás, llamando con urgencia, a la empresa de vending.

Cuando el operario, cabizbajo y humillado, se llevo la máquina, todos los empleados, observaron desconsolados, como se iba la sonriente palmera recubierta de chocolate, que empezaba a fundirse como una lágrima.







Columpiándose en una tela de araña


                               Enigma ( óleo de Modesto Trigo )


Hacía tiempo que vivía en aquel apartamento deshabitado, se instaló en cuando vio aquel baño tan espléndido, todo blanco impoluto con una cenefa azul marino.

La alcachofa de la ducha le recordó tierras extrañas, donde su madre había habitado antes, antes de coger el barco, que le trajo a aquel extraño lugar, donde estaban tan mal vistas.

No tenía ni idea, pero lo que estaba haciendo, era vivir de okupa, su madre apenas le enseño cuatro trucos, para saber  realizar una buena tela, y así poder  cazar bichos incautos.

Aunque la verdad sea dicha, por aquel apartamento no había mucha vida y si mucho polvo, que tenía que sacudir de sus múltiples patas, lo cual era un engorro.

Hasta que descubrió aquella fantástica alcachofa, que dispensaba agua a voluntad, de un grifo mal cerrado, pero esto, creo que no lo tenía muy asumido.

La tranquilidad se acabó el día que se presentó, uno de aquellos seres enormes, que se creen dueños del mundo y solo hacen que destrozarlo todo.

Eso era otra de las pocas cosas que le enseñó su madre, ante esos seres, lo mejor era salir corriendo, mataban por cualquier cosa y no apreciaban su arte de tejer.

Estaba columpiándose en la ducha, tan ricamente al compás de la caída de las gotas de agua, intentando acertar con las patorras.

Cuando entró, sin avisar y, al verla soltó un alarido gutural, de tal alcance decibélico, que temblaron los cristales de la ventana y se agrietó la hermosa luna que había sobre el lavabo.

Salió corriendo, dejándose deslizar por una  de sus cuerdas, antes de que intentaran acabar con ella, pues tal cosa era lo que indicaba la expresión de la cara, de la intrusa.

Sabía que de aquellos animales, los del sexo femenino, eran realmente los más peligrosos, arrasaban con todo, les molestaba todo animal que campara libre por lo que consideraban su territorio, que solía ser muy amplio.

Pero este, parecía tener una fobia especial por su especie, no era normal una reacción tan agresiva.

 Le lanzó un cucurucho que llevaba en la mano, quedándose en la tela, un buen puñado de helado de nata, que las gotas de agua de la ducha, empezaron a disolver.



CRONICAS DESDE LA CUNETA II







Crónicas desde la cuneta II

Cuando ves la calidad de la gente que te rodea, esa que no conoces, ni saludas, ni dedicas un vistazo, es cuando tienes un problema, por nimio que sea y tienes que recurrir a ella.

Sentados sobre las maletas, tras el diagnóstico certero, conciso y cruel del mecánico, esperamos un taxi para llevarnos a la ciudad y ahí recoger un vehículo para proseguir nuestro viaje de regreso a casa.

Nuestro fiel compañero de fatigas, no ha podido más, siendo víctima de un desfallecimiento importante, que le impide continuar, estamos en fiestas y su arreglo va para días.

Su aparato circulatorio dijo basta, la bomba rota impedía la circulación del líquido refrigerante, expulsando el vital contenido, en un babear continuo.

Forzamos la exigencia de su funcionamiento, añadiéndole agua al ritmo que la perdía hasta llegar a manos expertas, que fueron los que nos avisaron de la locura de seguir por ese camino.

Así que, ahí estábamos, viendo con pena, como lo cargaban en un camión con destino a una base de repatriación, mientras nosotros esperábamos el mismo destino.

Nos recogió una taxista, sudamericana, morena y locuaz en grado sumo, para nosotros, que veníamos de un recorrido, parco en palabras.

Los castellanos y norteños, no son gente de natural habladora, se limitan a las palabras justas para hacerse entender o manifestar que no quieren entenderte, sin florituras.

Pero está, nos puso al corriente de toda su vida, en los diez años que llevaba acá, y de los males y operaciones, que acababa de sufrir.

Todo en un recorrido de apenas unos veinticinco Km. A velocidad de vértigo, sorteando coches, motos, peatones descerebrados y buses impresionantes.

Una vez en el centro de recogida de vehículos de alquiler, en un momento nos ofrecían uno para sustituir al nuestro, dándonos un excelente corcel, joven y brioso, perfumado aún con el olor de recién salido del concesionario.

Todas las personas nos atendieron con una sonrisa, unas palabras de ánimo, para no agravar una situación incómoda y sin aceptar ninguna dádiva personal, solo nuestro eterno agradecimiento.





Agosto 2014

CRONICAS DESDE LA CUNETA

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Crónicas desde la cuneta


Vamos con nuestro vehículo, sin nada más que la chapas identificativas, recomendadas por un brillante prócer, cuando fue presidente del gobierno central.




De momento, sin ningún tipo de problemas, al adentrarnos en territorios vecinos, tras cruzar el gran rio divisorio, aprovechando una noche brillantemente iluminada por la luna.

Hemos tenido algún encuentro fortuito con indígenas, ante los cuales nos hemos mostrado amistosos y comprensivos, mirando en todo momento no utilizar nuestra lengua vernácula, y sí la suya, sin dejes o acentos propios de nuestra cultura.




Hay que decir antes que nada, que los lugareños nos han tratado con cierta indiferencia, sin tratar de indagar mucho sobre nuestro origen.

Uno de ellos, pareció ser un poco más amistoso, intentando incluso entrar en nuestro vehículo, en el que estuvo indagando sobre el olor que desprendía.




Hace mucho, el utilizar su misma moneda en las transacciones a las que hemos tenido que acudir, en bien de nuestra subsistencia.

Las comidas, más copiosas y cargadas que las nuestras, son apetitosas, pero nos dejan cómo un poco fuera de combate, por ser de digestión lenta y pesada.





Hemos atravesado zonas boscosas, con la visión de algún cervatillo, corriendo, ante nuestras asombradas narices, con otras totalmente desérticas, áridas y que en esta época del año estaban baldías.




Los campos que hemos visto más hermosos, son los dedicados al cultivo del girasol, un mar de flores amarillas siguiendo el ritmo del astro rey, marcando las horas del trascurrir del día.




Hemos constatado la proliferación por todas partes de un número incalculable de ruinas de construcciones pertenecientes a otras culturas y otras épocas.




En parte viven de enseñarlas y hablar de ellas, aunque hasta ahora no hayan hecho gran cosa por conservarlas.




Se nota que han pasado muchos pueblos y cada uno ha impuesto sus maneras, con métodos autoritarios.

Parece ser que en tiempos remotos la convicción sobre la manera de hacer las cosas venía impuesta por la razón del más fuerte.

Con lo que lo de guerrear sin descanso, era el deporte nacional, luego vinieron, épocas en las que se daban un descanso que podía durar un número indeterminado de años.

En los períodos en que no se peleaban, fructificaban actividades de carácter menor, como puedan ser, la literatura, la ciencia, la arquitectura, la filosofía y esas cosas.






Agosto 2014


Viajar en coche


                                       Imagen obtenida de internet

Suele ocurrir, cuando salimos de viaje, los vecinos nos miran con curiosidad y preguntan hacia dónde vamos.

Nos ven cargar las maletas, ponerlas ordenadamente en el maletero, como voy moviéndolas hasta encajarlas bien.

No me gusta que las cosas den bandazos, ni que se vuelquen, y si es un cesto abierto, se salgan las cosas y queden repartidas por el maletero.

Siempre conduzco, me gusta y suelo aguantar bastante rato sin cansarme, cuando el trayecto es muy largo, solemos parar de tanto en tanto, ya para repostar como para estirar las piernas y pasar por el lavabo.

Mi  mujer es la rutas, suele mirarse el itinerario con todas sus cuitas, para estar preparada para cualquier eventualidad, incluso ha visualizado el trayecto en el ordenador, para conocerlo mejor y explicármelo.

Así, siempre estoy atento a sus indicaciones, cuando va comentando las incidencias en la carretera, aunque procuramos salir a horas tempranas, para evitar los agobios de un excesivo tráfico.

De esta manera con el coche revisado, para evitar sorpresas, con el depósito lleno de combustible y muchas ganas, solemos partir ilusionados, ha recorrer el mundo.

Ir siguiendo la cinta de asfalto negra, contemplando los paisajes que nos rodean, parando en lugares que nos llaman la atención, sin ningún condicionante preestablecido.

Suelo estar atento a sus indicaciones y disfruto con las explicaciones que me da, sobre lo que vamos  recorriendo.

Las etapas del viaje, vienen marcadas por la distancia acordada como ideal para realizar en una jornada y por la reserva hecha de alojamiento.

Nos gusta llegar y tener el sitio acordado para pernoctar, es muy incómodo, empezar a dar vuelta buscando alojamiento, por la noche, entretiene mucho y es una pérdida de tiempo evitable.

En las paradas, suelo hacer fotos durante el itinerario y sobre todo en los lugares que hacemos estancia, por ser sitios de interés cultural, paisajístico o simplemente turístico.

A veces ella me cuenta, con una sonrisa que intuyo, la cara de sorpresa, de los empleados que nos ayudan a descargar el coche y se lo llevan al garaje del hotel.

Bueno el hecho de llevar un bastón blanco, para ayudarme en mis desplazamientos, cuando salgo del coche, no creo que sea tan relevante, pero se ve que sí, que causa un cierto desconcierto.

Bueno, cuando regresemos, ya os contaré que tal ha ido y pondremos unas fotos de recuerdo, de los lugares visitados.



El viajero en autobús



                                     Amanecer (Foto del Autor)






Viajero en autobús

Amaneció con un día rojizo, cargado de nubes espesas, de esas que presagian,  una buena tormenta de verano, pero mientras no descargan, el día se convierte en un bochorno estival difícil de soportar.

Nunca sabes en qué momento, tu vida puede  dar un giro radical, de esos que cambian el curso de tu historia.

Cogí el bus de primerísima hora de la mañana, la misma línea de cada día pero más temprano para poder tener un intercambio de palabras con el jefe sobre un asunto que me interesaba sobremanera.

El conductor evidentemente era otro, al cual no conocía y por supuesto tampoco él a mí, aunque la cara de somnolencia en ambos era común.

A pesar de la hora, diría que estaba más lleno, que el de media hora más tarde, supongo que era gente con trabajos de jornada intensiva.

Eran todos unos desconocidos para mí y evidentemente yo para ellos, con lo que me sentí observado como un terrícola entrando en una nave espacial, por todos menos por ella.

Cuando le pedí, correcta y educadamente,  sentarme en el  asiento vacío, contiguo al que ocupaba  la mujer, de una edad indefinida pero muy bien arreglada, donde había depositado su cartera, me miró con una mirada de analista de riesgos.

Se apartó, trasladándose  hacia el asiento  de la ventana, cediéndome el que ocupaba, con una sonrisa.

No es que me guste  en verano, usar un asiento previamente calentado, pero es mejor ir sentado, pudiendo leer el diario matutino e ir enterándome de las alegrías diarias.

Mientras estaba en ello, me fue llegando los efluvios con los que mi compañera  de fila, se había perfumado, hay que decir que era de una calidez que no se estila en las trabajadoras de primera hora de la mañana.

Lo cual la situaba en un estatus superior, un tanto desconcertante para mí, en ese lugar y ese momento.

Enfrascado en la lectura de las columnas de opinión, de las grandes figuras del diario, sobre un tema de suma actualidad que había trastocado la sociedad entera, no me fije en ella.

Pero la persistencia del aroma, me obligó a dedicarle alguna mirada furtiva, pues impedía la concentración en lo que estaba leyendo.

Es más, no me había enterado de nada de lo leído, en mi mirada oculta capté un busto generoso envuelto en un bonito sujetador, que la transparencia de la blusa permitía apreciar totalmente.

Me cazó en la siguiente mirada solapada, fue interceptada de forma y manera que no tenía excusa por mi parte, pero aún así, hice el gesto de sacarme el móvil del bolsillo de pantalón, medio incorporándome, como si corriera prisa contestar, con lo de los mensajitos estamos todo el día ante la pantallita, que precisamente era lo que estaba haciendo ella, se limitó a sonreírme.

Observe que había un detalle discordante, todos tenemos alguno, llevaba un reloj digital, de esos antiguos, con pantalla plana y correa metálica, que era cronómetros, calculadora y no sé qué más. No le pegaba para nada.

La humedad ambiental del inicio de un día de agosto, creo que hacía el olor más persistente, por suerte llegamos al final del trayecto y salí zumbando hacia un bar, a tomar un café.

Lo suelo hacer, pues el enlace con el que me lleva al polígono, suelen tardar quince minutos, allí estaba ella, sentada en la barra, con un aromático café en la mano y mirándome con cara de esperarme.

En ese momento me sentí desarmado, le sonreí y me senté a su lado, pedí mi café, y compartimos unos momentos, en los cuales iniciamos una conversación, inicio de un cambio total en mi vida.

Evidentemente mantuvimos una conversación, que superó ampliamente, los quince minutos que tenía asignada.

Teniendo en cuenta mi soltería, mi mujer me abandonó, hacía unos cuantos años, se aburría me dijo, no teníamos hijos y fue una cosa rápida.

Desde entonces había tenido alguna relación casual, no solían durar mucho por no decir nada, compensaba la soledad de un momento y luego me olvidaban.

Por eso el placer de una conversación, en compañía de una mujer de buen ver, aparentemente deportista, me permitió hacerme unas ensoñaciones.

Hablamos de nuestros trabajos, de lo pesados que son los jefes, de lo que incordian  los clientes, lo fatal que lo hacían los políticos y, culpando a la crisis de todos nuestros males.

Básicamente, me explicó que trabajaba en los juzgados, al principio me dio la impresión de que se trataba de una secretaría, pero estaba claro que no era así, luego dijo que era una juez.

Evidentemente no solía acudir al trabajo en bus, su vehículo estaba en la revisión, tenía un coche que aparcaba en una plaza reservada, un MX5 descapotable de esos de techo retráctil eléctricamente, le encantaba sentirse libre.

Al poco tiempo, le había explicado mi trabajo, en el departamento de informática, en una empresa de importación de productos y su posterior comercialización al mayor.

Parecía interesarle mucho  el tema, y yo aproveche para hacerlo más interesante de lo que en realidad era, un simple trabajo rutinario, de controlar las cuentas de los operarios y arreglar sus fallos.

Quedamos en vernos al mediodía en un conocido restaurante, adonde acudían muchos ejecutivillos de la zona, donde por un precio razonable, tenías un menú, totalmente satisfactorio, siempre tenía mesa reservada y solía comer sólo.

Me fui al trabajo con una sensación extraña, como la de no saber si había ligado, si me habían hipnotizado, si había caído en gracia, cualquier cosa.

Aquel día me negué, a quedarme el mediodía, para hacerle una cosa al jefe, alegando una cita importante al mediodía, lo cual le sorprendió desagradablemente, pues tenía asumido disponer de mi en cualquier momento, pero me sentía eufórico y rebelde.

A  las dos en punto estaba en mi mesa, con la carta en la mano y una clara delante, esperando con impaciencia la presencia de mi partenaire.

Dos claras más tarde, se presentó desplegando todo su glamour, ya no llevaba el reloj japonés y si, un Cartier de oro, más en consonancia con su personalidad.

Me pidió disculpas por la tardanza, ellos no tenían horario de salida, pues estaba en función de la causa que estuviera tratando.

Pidió una frugal ensalada de tomate con queso mozzarella al orégano con bonito a la plancha, me sentí obligado a renunciar a mi entrecot para pedir lo mismo.

Era adicta a los paseos y a correr en sus momentos libres, lo me permitió hablarle de mis escapadas por la zona montañosa de la ciudad, donde la especulación, había hecho pocas incursiones.

Se notaba que congeniaba conmigo en muchas cosas, películas, autores literarios, gustos musicales incluidos.

Hasta mi particular sentido del humor le hacía gracia, lo cual no decía nada a su favor, pero me gusta constatarlo, ahora que lo recuerdo.

De política hablamos poco, pues es un tema delicado y provoca más desencuentros que avenencias, como la religión, ella era de izquierdas yo también.

A la hora del café, ninguno tomó postre, lo pidió con sacarina y yo con hielo, fue cuando me planteo el asunto.

Tras un largo matrimonio con un conocido arquitecto, mayor que ella y muy apreciado por las autoridades municipales, consiguió un divorcio poco amistoso.

Su ex consideraba normal tener cierta relación asidua con chicas que podrían tener la edad de sus hijas si las hubiesen tenido.

Se había negado a adoptar aún sabiendo que ella deseaba tener descendencia y ahora que se le presentaba la ocasión, el hecho de estar divorciada se lo iba a dificultar.

No entendí mucho la premisa, pero estaría encantado de ayudarla en lo que hiciera falta.

Y resultó que había algo más, que mancillaba su reputación y ponía en peligro su carrera, un pecadillo de nada, cosas de juventud.

Ante mi mirada incrédula, optó por decirme que era algo de lo que se avergonzaba y no quería que saliera a la luz pública, estaba en fase de instrucción y su nombre sólo estaba con las siglas, de momento.

Me pidió que entrase, con algún subterfugio que ella me proporcionaría, en los juzgados  para eliminar ciertas pruebas que había en el ordenador central y la involucraban en asuntos de cierta turbiedad.

Mi papel al rescate de una dama en apuros, de forma noctámbula, en plan peliculero, tenía cierta gracia, pero también cierto riesgo.

Borrar o alterar las pruebas judiciales de un delito, ni que fueran multas de tráfico, no estaba premiado  en absoluto, por bien que estuviera la chica de turno, que lo estaba.

La carne es débil y la del hombre más, así que me vi estudiando un plano del edificio, con la sala donde estaba el "Hal" de turno, con el que me tenía que pelear.

Mejor dicho, pisparle la cartera, sacarle un billetico, guardársela otra vez y que el individuo no se enterara, ni lo echara en falta.

Así fue como pedí unos días a cuenta de vacaciones para un tema personal, aludí a la consabida tía muy enferma de la que soy heredero único y queda mal no atender en sus últimos momentos.

Me estudié los planos, hice un croquis de cómo salir por la vía más rápida posible, me leí todo lo que encontré sobre el sistema informático, centrándome en los ficheros, en realidad sólo quería sustituir el contenido de uno, sin que se notara.

Las contraseñas y protección de archivos no me preocupaban,  pero lo difícil era no dejar rastro. Cuando consideré que ya lo tenía todo preparado, la llamé, fui a su casa, un suntuoso ático en la parte alta de la ciudad, con unas vistas de vértigo.

En realidad era un dúplex, con la cocina, sala, comedor, una habitación suite, en la inferior, todo con una terraza súper amplia y en la de arriba una habitación despampanante con una terraza ad hoc.

Mi apartamento, posiblemente cupiera en su cocina, pero es una apreciación fruto del resquemor que me acude al recordarlo.

Cenamos y bebimos con generosidad, me dio un vino syrah, uno de mis preferidos del que di una buena cuenta.

Con la copa se iniciaron los acercamientos, pero realmente hasta que me desperté por la mañana, desnudo en la habitación superior, no tuve constancia alguna de haber pasado una noche loca.

Es más, cuando baje a la cocina, Marta ya estaba vestida haciendo unas tostadas, por cierto no la había presentado, si se llama Marta, ojos verdes, melena pelirroja, complexión delgada, pero con curvas. Sonrisa maquiavélica con unos dientes súper cuidados, blancos blanquísimos.

Me dijo algo así como que ya lo volveríamos a intentar y que no me preocupara, lo cual confirmaba mi primera impresión de que nada de nada.

Después de desayunar, me dio un pendrive, con el documento que quería intercambiar, me despidió, diciendo que era mejor no ir juntos para que no nos relacionaran. Tuvo el detalle de darme un beso.

Partí todo convencido a mi misión, entre sin problemas en los juzgados, exhibiendo una citación como testigo de un accidente de tráfico, me escabullí hacia la sala de ordenadores.

Hacia un frio que pelaba mis ya de por sí mermados atributos, acobardado ante el desafío que tenía enfrente, pero fue más fácil de lo esperado, una mujer de la limpieza entró con un cubo y una fregona, y me colé tras suyo diciéndole que hacía una actualización y me iba enseguida.

Supongo que le pareció perfecto, pues no se sacó los auriculares para contestarme y sólo hizo una ligera inclinación de cabeza repetitiva, como al son de un ritmo de música urbana.

Baje al  parking busqué el coche de Marta y deposité la memoria introducida en el equipo de música, bien a la vista, que es la mejor manera de esconder algo.

Subí a planta y salí como un buen ciudadano, después de haber cumplido con su deber, de testificar para aclarar unos hechos.

Esperé su llamada, hasta la noche, luego unos días, fui a su piso, me dijeron que estaba en alquiler hacía meses, pero con lo de la crisis solo hacían que mirarlo para chafardear.

Había vuelto a la rutina del trabajo, a mis viajes matutinos en autobús, a mirar a mis vecinas de soslayo, la vi.

Me sonrió, me entregó un sobre, me dijo que le sabía mal, pero que había tenido que denunciar a su fuente de información, para no perder su licencia, era periodista y era un tema muy delicado, esperaba que con eso se me hiciera más fácil mi estancia entre rejas.

Y así estoy ahora, contándoles todo esto, en un calabozo, intentando explicar que fui inducido a cometer un delito de forma totalmente engañosa.

Pero la juez que me tocó en suerte, se limitó a dictar sentencia y a comentar, que todos los hombres somos iguales, que siempre nos queremos escudar en las mujeres.

Por cierto me llamo Osvaldo, sí ya sé que tiene gracia, pero nací al otro lado del charco como dicen Uds. Y allí es más usual.