No le importaba
subir por la estrecha escalera que ascendía a la azotea, cargado con un cesto
lleno de ropa mojada, siempre que fuera detrás de ella y pudiera admirar esas
piernas que asomaban por unas faldas, en las que jugaban a no enseñar.
Cuando llegaban
arriba y salían al exterior, una luz cegadora los deslumbraba con su intensidad
bajo un cielo espléndido, con el sol
restallando sobre las ardientes baldosas de arcilla cocida.
Al colgar la
ropa de la cuerda, las gotas que caían se evaporaban casi instantáneamente,
siendo un espectáculo ver los pequeños cercos que quedaban por unos instantes.
Acarreando el
cesto, seguía obediente los pasos de ella, mientras colgaban paredes de
sábanas, haciendo de habitaciones donde luego habitaban blusas, camisas, camisetas,
calcetines, bragas y calzoncillos.
Le daba cierto
rubor que se viera su ropa interior a lo que ella no le daba la más mínima
importancia, aunque las ponía juntas.
Verla con la
bolsa de las pinzas, colgada del antebrazo cual bolso de señorita rica,
paseando por la rambla, le atraía por la feminidad del gesto cada vez que cogía
una pinza.
Siempre era
así, el embobado en la contemplación de una silueta que se movía por entre las
piezas como una bailarina jugando con los pretendientes del ballet, hasta que
aparecía el príncipe y se iniciaba la danza del cortejo.
Aunque no
tuviera ojos para otra cosa, era consciente del paisaje, de ese mar que se
entreveía entre otras terrazas, algunas también habitadas por ropa en plan
bandera.
A medida que el
peso disminuía y las paredes de su inventada casa se definían, se sentía feliz
pensando en habitar en ella, con esa vecina con la que compartían lavadero.
Pero ella se
escapaba por entre esas telas blancas, resplandecientes gracias al
azulete en las que generosamente se habían aclarado, jugando con él a no encontrase.
Y así
persiguiendo sus ensoñaciones de hacerse un hueco entre sus brazos, acaba
bajando derrotado entre las risas de ella.
Hasta que un
buen día, una madre protectora, viéndolo más crecido, le dijo que no hacía
falta que subiera el cesto, que ya lo llevaba ella.
Ese día el sol
no lució tan espléndido, la ropa no era tan blanca, su ella no se movió como
una paloma blanca y él se entristeció en sobremanera.
Vecina imaginaria o no, le permite vivir una vida que le sería imposible de otra manera, Alfred.
ResponderEliminarMe gustó encontrarte y poder leerte.
Gracias
Gracias por hallarme, lo que me permite encontrarte, me gustó tu búsqueda.
EliminarLa cosas imaginarias bien pueden ser ciertas en alguna otra dimensión.:D
Saludos.
¡Qué belleza, Alfred!
ResponderEliminarMe has conmovido, qué ternura. Tus escritos son realmente encantadores.
Feliz fin de semana, un abrazo
Muchísimas gracias Rud!
EliminarFeliz fin de semana para tí también!
Un abrazo!
Esa mamá apareció en escena en un momento inoportuno, para entristecer al chico.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ya se sabe que la autoridad ahoga la libertad y con ello la posibilidad de continuar la historia personal. :D
EliminarUn abrazo.
Aun recuerdo a mi madre cuando colgaba la ropa al viento
ResponderEliminarAhora la secadora nos deja sin sueños
Bello texto!!
Hay! Esas secadoras tan cómodas pero que nos dejan sin sueños al sol.
EliminarMuchas gracias!!!
Un día las cosas cambian y ya nada es como antes, terrible y cotidiano.
ResponderEliminarUn abrazo, Alfred.
HD
El paso del tiempo nos castiga en nuestros sueños, dándonos altas dosis de realidad.
EliminarUn abrazo Humberto.
Has descrito muy bien el encanto y desencanto de unos jóvenes, que sencillamente, viven la vida.
ResponderEliminarUn saludo, pensando en la picaresca juvenil, que es encantadora.
Como bien dices la picaresca juvenil es encantadora.
EliminarUn saludo alegre.
Un día se rompe la magia y nos hacemos adultos.
ResponderEliminarSaludos.
Eso parece, pero siempre nos queda el síndrome de Peter Pan.
EliminarSaludos.
Guau! que belleza, sugestivo, sugerente y elegante relato. La fotografía es muy bonita :)
ResponderEliminarBesos Alfred!
Muchas gracias!!! La foto me la hicieron con mucho cariño.
EliminarBesos Sofya!
Ilusionante. Cualquier situación a cierta edad, mueve las tripas y da alas a la imaginación jugando a mariposas...
ResponderEliminarEs precioso el relato, hasta el desencanto del final se queda arropado en el alma.
Por cierto, vaya lugar más bonito el de la foto en la que estás!
Besos.
Muchas gracias por tus alabanzas! La foto está hecha en Porto Petro (Mallorca). Un lugar precioso.
EliminarBesos!
Que manía tenemos los adultos de matar sueños ¡¡
ResponderEliminarExcelente relato .. sabes? te leo y has pintado una escena de una película de Fellini ... tan mediterránea , tan sensual y ensoñadora ..
besos y buen domingo ¡
Casi lloro de emoción por la comparación que haces, nada menos que con un gran maestro como Fellini...
EliminarBesos para ti y feliz semana.
jajaja exagerado
Eliminarea ... te traigo un pañuelito de lino blanco lavado con azulete y con olor a lavanda :P
Por ejemplo! :D
EliminarBesos!
Una escena muy propia de una película, el protagonista se recrea en el pasado y con el nos lleva a todos.
ResponderEliminarMuy bueno Alfred.
Puri
Me alegra que te haya gustado, es un paseo por una azotea en un tiempo ya pasado, ciertamente.
EliminarBesos Puri!
La madre quiere adelantarse al irremediable desengaño, antes de que las ilusiones lo hagan demasiado doloroso.
ResponderEliminarQué bien contado.
Saludos.
Hola Macondo, las autoridades, ya sean familiares, civiles o militares, siempre acaban coartando l libre albedrío.
EliminarMuchas gracias.
Saludos.
Lindo relato, Besos.
ResponderEliminarMuchas gracias Amapola Azzul!!!
EliminarBesos!!!
Exhala ternura a punto de naufragar en la adultez.
ResponderEliminarMuy buen texto Alfred. Encantador. Un beso
En la ternura está la medida de todas nuestras cosas.
EliminarMuchas gracias.
Un beso.
Delicioso y enternecedor relato.Y preciosa vista al mar.
ResponderEliminarPor aquí me quedo Alfred.
Un abrazo.
Bienvenida seas, paseate por la orilla del mar, o toma el sol en la azotea, mientras el sol y el viento juegan con las sábanas, entreteniendo a los chicos.
EliminarUn abrazo!
La memoria siempre nos hace recordar aquello que de alguna manera nos impactó en su día... Este hermoso relato que has escrito, tan cotidiano, tan autentico, me ha trasportado al Sur, a una azotea blanca, luminosa con sabanas blancas danzando en el aire... Un abrazo
ResponderEliminarGuardamos multitud de imágenes, en nuestra cabeza que a veces se activan por cualquier pequeño detalle que se nos presenta de sopetón.
EliminarUn abrazo.
Un relato precioso con todo detalle, tanto, que he visualizado la escena como si estuviera viendo una película.
ResponderEliminarMe ha gustado muchos Alfred, realmente encantador.
Un abrazo.
Bueno, era un poco la intención, verlo, sentirlo, disfrutarlo y ...
EliminarMuchas gracias.
Un abrazo.
Que grato leer recuerdos que aun acompañan, que nos lleva a momentos que de alguna forma nos cincelaron
ResponderEliminarSaludos
Un tiempo pasado que aún tenemos muy vivo en nuestra cabeza.
EliminarSaludos.
Tu protectora madre, se dio cuenta de que en esa azotea "hay ropa tendida", para disgusto tuyo.
ResponderEliminarBonito y tierno relato.
Un abrazo, Alfred.
Gracias Manuel! Siempre hay una persona encargada de velar por el orden y las buenas costumbres. :D
EliminarUn abrazo.