Hombre en la
plaza
Iba con la
mochila al hombro, a paso vivo camino de la estación del ferrocarril, en mi
trayecto atravieso una coqueta plaza de Sarria, que ahora es prácticamente
peatonal.
Solo pasan
los vehículos de la limpieza y los de los cuatro residentes que hay junto con
los servicios para los comercios.
Quiero decir
con ello que es un lugar muy tranquilo, donde siempre encuentras algún mayor
leyendo el periódico aprovechando los rayos de sol otoñal.
Hoy al
cruzarla he visto un grupo de alumnos de un colegio cercano, de esos que van
uniformados en plan un tanto elitista, de colegio extranjero.
Estaban
sentados en unos de los bancos, en los que caben tranquilamente cuatro o cinco
personas de hechuras estrechas como las suyas y un par de pie.
Supongo que
era la hora del patio o estaban
esperando haciendo tiempo, para la próxima clase, tenían delante a un viejo
desaseado, explicándoles unas batallitas a las que no hacían ningún caso.
El hombre
tenía necesidad de hablar y ellos ninguna de escucharle, entretenidos con sus
pantallitas o sonriendo despectivamente de las historias del viejo de marras.
Iba con
prisa, y no me he entretenido demasiado con la estampa, es habitual ver a los sin
techo declarar sus principios a la gente joven, como descargándose de su
situación social.
Han sido
rechazados por los estamentos sociales, han perdido la conexión con el mundo
real y deambulan sin rumbo fijo por toda la ciudad, viviendo en plazas con
fuente y durmiendo en cajeros o soportales más o menos cálidos.
Al proseguir
mi camino, en un banco en el otro extremo de la plaza, estaban las pertenencias
del vagabundo, entre un viejo carrito de la compra, una manta con todas las manchas
posibles de productos diversos, un cartón de vino y periódicos viejos, me ha
llamado la atención un cochecito.
Concretamente,
una reproducción, de esas a escala 1/32, de una vieja furgoneta con grúa,
parecía un modelo de los años cincuenta, una vieja camioneta Chevy, Gmc o Ford.
Mientras
seguía hacia la estación, me he quedado con esa imagen. Por qué formaba parte
de sus pertenencias, una cosa tan fuera de contexto, en un desheredado de la
fortuna.
¿La había
encontrado y la guardaba para algún nieto? ¿Había sido gruista en un pasado
incierto? ¿Era su última conexión con un mundo apacible, antes de darse a la
bebida? ¿Se trataba de una suerte de amuleto?
Podía seguir
preguntándome cosas, sin llegar a saberlo nunca, ni tan siquiera deducir la
razón real de aquella pieza en su ajuar personal.
Por lo visto
a distancia, era una pieza más de colección que de juego infantil, con lo que
no parecía que se lo hubiera encontrado en la plaza abandonado por un niño,
ahora lloroso por su pérdida.
Estando en
estas cuitas, he regresado presto para preguntárselo, pero ya no estaba.
Los vagabundos, los sintecho, en esos carritos de la compra usurpados para mover sus cosas, llevan su historia a cuestas, como los caracoles sus casa.
ResponderEliminarEsa grúa de juguete, seguramente no estaba en venta. No sé por qué apuesto a que es el último eslabón que le ata a su historia real, en la que no imagino a un nieto esperando un presente de él.
Un beso
A medida que en la ciudad se va haciendo normal, encontrarse con gente apartada de toda esperanza, que deambula sin ton ni son, con sus curiosas pertenencias, que encima se las pretenden comprar.
EliminarUn beso.
Son muchas las cosas insospechadas que un hombre como él puede cargar, al igual que son muchas las penas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Realmente te sorprende, a lo que se puede agarrar uno para sobrevivir en un caos de desesperación, ante la nada personal.
EliminarUn abrazo.
La situación social de muchas personas es muy triste. Besos.
ResponderEliminarRealmente es muy triste y lo peor es que va a más.
EliminarBesos.
El hombre de la mochila, ha tenido suerte de encontrar a un grupo de jóvenes que le escuchen. Este tipo de personas me producen, a menudo, remordimiento de conciencia.
ResponderEliminarUna leve inclinación de sombrero.
La verdad es que no te dejan con la conciencia muy tranquila, y aquí se ve a unos chicos que se lo toman con cierta sorna y un tipo que solo pretende comprar una curiosidad, última propiedad interesante para un viejo mendigo.
EliminarInclinación con gorra.
Muy bien, me ha recordado un libro que leí de Steve López, el Solista, es la vida real de un vagabundo que de repente toca un violín, pero sin ánimo de pedir limosna, va con su carro de la compra con sus cachivaches y su violín al que siempre le falta alguna cuerda, el autor intenta ayudarlo, pero con muy poco éxito, descubre que la mayoria de los sin techo son enfermos mentales primarios, es decir lo eran antes de las adicciones. Antes se les tenía en sanatorios, que no digo que sea lo ideal, però ahora se van pudriendo en la calle.
ResponderEliminarCreo que hay todo tipo de casos, pero ahora se ha incrementado notablemente la gente que vive en la calle, además se ha incorporado gente joven, es un problema grave, como dices se están pudriendo a la intemperie.
EliminarDesde la calle se pueden observar tantas vidas verdad? Tantos mundos distintos, tantas cosas. Las vidas de tantas gentes.
ResponderEliminarUn beso dulce de seda.
Solo hay que salir con los ojos un pelín más abiertos, para captar todo un mundo a nuestro alrededor.
EliminarUn beso!
Algo que no tendría mayor interés es una pregunta sin cabida pero igual la hago: ¿Cómo consiguen esos carritos del súper los sintecho como ustedes les llaman?
ResponderEliminarPor aquí andan dos señoras cada una por su lado, vendiendo perfumes una, fritangas otra. ¿Se lo robarían? Ni modo que lo compraran pero ¿cómo le hicieron?
Un abrazo Alfred
Muchas veces en los aparcamientos de lo supermercados quedan carros que los clientes no llevan a su sitio. O bien gente que se los lleva a su casa, porque viven cerca y los dejan en la calle. Es relativamente fácil hacerse con uno.
EliminarUn abrazo.
Con prmiso visitando tu blog, estoy transitandolo
ResponderEliminarLa vida no siempre nos muestra sus mejores colores
Saludos
Encantado con tu visita, un placer tenerte por aquí. La vida es cruel.
EliminarSaludos.
Es excelente todo este trabajo que estás compartiendo, qué bueno eres, gracias! Nunca vayas a dejar de escribir, por nada del mundo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias por tus elogios. Intentaré seguir escribiendo lo mejor que pueda.
EliminarUn beso.