EL BESO

                                                El Beso obra pictórica de Klimt

El beso

En tiempo de escuelas, las sensaciones son más intensas, las convicciones son a cara o cruz y los sentimientos explotan cuando toca, sean correspondidos o no mostrando entonces euforias o sollozos.

Cada vez que lo veía, cruzándose en la alameda solos o acompañados por sus respectivas pandillas, lanzaba su mirada  con el arrobo precoz de una adolescencia vigente.

Día tras día, con las carteras a la espalda, las deportivas bailando y el mejor conjunto para lucir, se enfrentaban uno contra otro sólo mirándose.

Aquella mañana, al salir para el instituto, los ojos no pudieron evitar el encuentro con una intensidad superior a la habitual, los resquemores que la recorrían por dentro alimentaban las mariposas que en todo humano anidan.

Un fresco aroma de jazmines mareaba el ambiente, su penetrante olor transportado por la brisa que el mar traía con sal de la vida, ahogaba la somnolencia matinal.

Sin saber por qué, sin predeterminación, sin tener en cuenta el entorno, sí solos o con compañeros testigos del arrebato, sus miradas se cruzaron y se encendió una tormenta.

Sus labios se juntaron y sus cuerpos se abrazaron, una mezcla de fresa inocente y tabaco prohibido les unió en un aroma compartido, que los besos tienen sabores que no siempre son miel, aunque gusten más.

Una humedad invadió su más íntima sensación, sin saber aun que hacer que no fuera abrazarse más intensamente, sin soltar de su boca su conquista reciente, descubriendo así una   sorprendente cualidad de su oponente, al indicarle sin soltarla de sus brazos donde le gustaría estar.

En un respiro, se dijeron ¿Cuando? Y retomando su exploración bucal, se contestaron ¡Siempre!