Esperaban
que ella se dignara abrir la puerta para dejarlas pasar, momento en que eran
alcanzadas por sus compañeras, creando un sonido cálido sugerente.
Esperando
momentos de gloria por venir, seguían tocando con la sana intención de
emocionar a sus vecinas, para que les bajaran algo de comer, uno de esos bizcochos caseros, rellenos de
mermelada de albaricoque, tan gratos al paladar, cuando era acompañados de un
buen té.
Cuando
se abría la puerta, las notas invadían aquella sencilla estancia, donde todo se
resumía en un espacio único, dado que el
aseo era comunitario y estaba en un extremo del rellano.
Para
entonces ya tenía el horno en marcha y controlaba el tiempo necesario, para
poder sacar la apreciada mercancía.
Se
sabía cuántas piezas musicales eran necesarias para cada tipo de tarta, mientras iba moliendo azúcar para poder
poner una fina capa por encima.
Se
sentía afortunada por tener aquellos chicos que le alegraban sus tardes a cambio
de una merienda, y ella se aseguraba no tenerlos haraganeando por el barrio.
Cuantos
se echaban a perder, por no tener una actividad de cualquier tipo, acabando en
malas prácticas y abuso de sustancias nocivas.
Los
chicos seguían con su trabajo constante, poco a poco, con mucha dedicación, en
plan topo, iban excavando una galería, que les llevara a la cámara del viejo
banco, su gran objetivo vital.
Uno
de ellos vigilaba el buen funcionamiento del gramófono, e incluso se permitía,
mirando por el tragaluz, hacer sesiones de playback, con el instrumento firmemente
agarrado.
Tenían
claro que al devolver el último plato, al finalizar su trabajo con éxito, se lo
devolverían con los beneficios correspondientes, en esto eran unos buenos
chicos y muy considerados.
Como
eran buenos profesionales tenía buen cuidado de ir repitiendo estrofas, para
hacer notar que era una práctica virtuosa y no un concierto.
Lo
cual, dicho sea de paso, molestaba un poco al resto de los vecinos, que tenían
poco interés por la música y menos tocada de forma tan sincopada y repetitiva.
Las
tardes iban pasando, las sesiones de música iban mejorando, al poner músicos
más notables, con el peligro de ser más reconocibles, y el túnel avanzaba hacia
su destino.
Al final llegaron a John Coltrane con sus Ballads,
momento en la vieja pastelera empezó a notar un resquemor ante tanto
virtuosismo desaprovechado, recordando que el viejo piano del sótano, estaba demasiado atacado por las termitas para tener
tanta sonoridad.
Decidió
bajar a echar un vistazo, en vez de esperar que le subieran los platos, pero
cuando llego a la puerta se los encontró, polvorientos y sonrientes, diciéndole
que tenían que ir a un concierto, una sala que en la que les querían poner a prueba.
Como
despedida le dejaron un paquete, un regalo por sus atenciones le dijeron, con
la broma de que mejor no recordara sus caras, sólo su música.
Parece cosa de locas, pero he estado escuchando un poco de jazz.
ResponderEliminarLos chicos acabaron en magníficos músicos que firmaron discos de oro entre meriendas que siempre les recordaban a tardes de suavidad.
Un abrazo.
Un buen jazz, siempre nos trae mil historias, gracias.
EliminarUn abrazo.
Muy bien escrito. Mientras lo leía, me ha hecho el efecto de estar en el cine, cómodamente sentado y mirando la película.
ResponderEliminarun saludo.
Muchas gracias! Las imágenes que nos trae la música son de lo más variopinto.
EliminarUn saludo