Había una vez








Había una vez

Había una vez una princesa buena,  trataba con educación a su personal y siempre pedía las cosas por favor, dando las gracias cuando había sido cumplida.

Todos a su alrededor se sentían a gusto, pues irradiaba optimismo, estaba de buen humos constantemente y no permitía que una desazón se contagiase.

A medida que fue creciendo y adquiriendo conocimientos, su comportamiento se fue haciendo más reflexivo pero no más aburrido.

Con lo que el nivel de exigencia al personal a su servicio se fue haciendo más elevado, lo mismo que con sus tutores.

Cuando adquirió el desarrollo físico adecuado, consideraron oportuno que se iniciara en las artes marciales.

Pues era del todo necesario se supiera defender en cualquier contingencia, así como también se le dio una formación adecuada en cuestiones de protocolo y comportamiento  social.

Enseguida le gustó el arte de la danza, pasear por los jardines, tocar el clave y deleitarse con la lectura de libros de las horas.

El tema de la espada le costó un poco más de tiempo lo cual no quiere decir que no acabara dominándolo igualmente.

Como nadie se atrevía a tocarla físicamente, por el respeto debido a una dama de tan alta alcurnia, el tema de la lucha personal, lo llevó con una instructora, campeona olímpica en…. ¡da igual!

En el tiro, tuvo un instructor militar, que aprovechaba cualquier circunstancia, para ilustrarla en cuestiones de valores patrios, que ella no asimilaba convenientemente, por no ser  muy de su gusto.

Cuando todo ello consiguió un nivel de autoprotección, que le permitía ser bastante autosuficiente, para cuidar de sí misma.

Momento en el que sus regios padres, le permitieron tomarse unas vacaciones totales, es decir, salir del palacio, de la corte y del país y adentrarse  por los vericuetos de otras sociedades.






Y había también

Un muchacho incorporado a la ciudad, escondido en los bajos de un camión, cogiéndose con un cinturón que le sujetaba por encima de la transmisión.

Fue un viaje doloroso que pudo sobrellevar gracias a su pequeño tamaño, que le permitió instalarse en tan desagradable lugar, durante cientos de kilómetros.

Cuando llego, tras deambular por todo tipo de barrios, durmiendo en los bancos de los parques y comiendo de lo que dejaban abandonado en las papeleras, fue atrapado por una batida de la guardia urbana.

La mayoría de los que estaban en su situación, eran senegaleses cameruneses y de etnia negra, aquél día fue el único blanco, en realidad le llamaron morito, cosa que sin saber porque no le gusto nada.

Pero le dieron comida caliente y una cama para dormir, lo cual en su desconfianza de cualquier tipo de autoridades, lo tolero por necesidad.

Una de las voluntarias que acudían al centro para ayudar en la formación y desarrollo de los chicos, se intereso por él.

Al darse cuenta que era apreciado por su precario estado, su total abandono de ninguna relación de afecto familiar, que denotaba con su fría mirada, siempre pérdida tras la actividad frenética de ella en el portátil.

Le enseñó todos lo necesario para valerse con un ordenador, el chaval era despierto y lo fue pillando todo con una rapidez inusitada.

Cuando le enseño el fabuloso mundo de internet, a él se le abrieron los ojos ante la posibilidad de ver cosas de su mundo anterior.

A escondidas de ella vio páginas de las conocidas como para adultos, pero se cansó enseguida, tras adentrarse en una web en la que se sintió reconocido.

Le hablaban a él y solo a él, le mostraron cual era su papel en la sociedad, y cuál era su gente, poco a poco fueron captándole y atrayéndole, hasta hacerle ser un religioso ultra.

Notaba cierta contradicción entre lo que le decía su gente y la realidad de aquellos que le acogían, pero a medida que fue adentrándose en el mundo del fanatismo religioso, empezó a ver la depravación del mundo occidental.

Cuando cumplió los dieciocho, paso a ser mayor de edad y ya no tenía que ir al centro a dormir.

Sus nuevos amigos le proporcionaron un piso compartido con compañeros algo mayores que él pero que le trataban como a un igual.

Le respetaban por su alto conocimiento del Corán y su interpretación de las normas  de su ley.

Siempre con la mochila al hombro, que poco a poco fue cargando con desprecio que convirtió en odio a sus nuevos conciudadanos, por infieles y de costumbres totalmente disolutas.

De cara al centro mantenía su comportamiento de chico desvalido y perdido en la gran ciudad, lo cual le permitía seguir en contacto a pesar de ser mayor de edad.

Mundos separados por las cortinas sociales, esas que hacen que en contadas ocasiones unos vean a otros, a pesar de compartir una misma ciudad.

Mezclado entre estudiantes, entro en el metro, a la hora convenida, su participación era importante para la causa.

El hecho de entregar su vida, no le descorazonaba en absoluto, había visto lo suficiente, para saber que no saldría de ser un pobre muchacho, con ganas de curiosear.

Pero que en la sociedad de acogida, aparte de exigirle mucha dedicación, con poca retribución, no pasaría a una integración completa.

Por eso, con sus nuevos amigos, se sentía una persona, incluso una persona importante, capaz del máximo sacrificio, por complacerles.

Con ello conseguirían, en un futuro, imponer su modelo de sociedad, basado en unas normas y creencias, rígidas pero fáciles de seguir.

Mientras pensaba en todo ello para darse ánimos, miro furtivamente a sus compañeros de viaje, le dijeron que no se fijara en nadie, para no perder concentración y no personalizar el odio en nadie en concreto.

Pero se sintió tan superior, por ser el autor del acto que cambiaría el destino de sus acompañantes, que acabo mirándolos fijamente.

Hasta que su mirada se cruzó con otra igualmente imperativa, unos ojos que escaneaban todo lo que veían, de una hermosura desconocida hasta entonces por él.

Todo en ella, a pesar de una vestimenta típica de estudiante, emanaba autoridad, se quedo tan prendado, que olvido para que estaba ahí y que es lo que tenía que hacer.

Mientras acariciaba el botón del móvil, necesario para iniciar la masacre, se dio cuenta, de que no podía destruir esa mirada, esos ojos le indicaban que no era esa su misión en la vida.

Mientras esos ojos fijos en él, le provocaban cierto sonrojo, ella inicio un connato de sonrisa, sus emociones empezaron a cambiar de prioridades.

¿Pero y si estaba contemplado su momento de duda, para activar el detonador a distancia por medio de una llamada?






4 comentarios:

  1. Una chica elegante y fuerte, mental y físicamente decide alzar el vuelo.
    Un pobre muchacho, tratado muy injustamente en esta vida, lee el Coran y es transportado a otro mundo, donde se crece enormemente y se convierte en ultra religioso, llegando a odiar a todos los que no piensan como él.
    LLegado su momento de ofuscación religiosa con un atentado, se encuentra con unos penetrantes ojos femeninos...

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  2. Encuentro que puede se fugaz y acabar en una llamarada, o prolongado en pequeños incendios domésticos, por el bien de todos.

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  3. Me quedo con ella. La princesa autosuficinete.
    Un kamikaze islamista me produce un repelús de aquí te espero, Alfred. Bien narrado.

    Un abrazo.

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    1. Gracias Albada2, la lástima es que se encuentren en el mismo tren, o no?
      Un abrazo.

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