El viajero en autobús



                                     Amanecer (Foto del Autor)






Viajero en autobús

Amaneció con un día rojizo, cargado de nubes espesas, de esas que presagian,  una buena tormenta de verano, pero mientras no descargan, el día se convierte en un bochorno estival difícil de soportar.

Nunca sabes en qué momento, tu vida puede  dar un giro radical, de esos que cambian el curso de tu historia.

Cogí el bus de primerísima hora de la mañana, la misma línea de cada día pero más temprano para poder tener un intercambio de palabras con el jefe sobre un asunto que me interesaba sobremanera.

El conductor evidentemente era otro, al cual no conocía y por supuesto tampoco él a mí, aunque la cara de somnolencia en ambos era común.

A pesar de la hora, diría que estaba más lleno, que el de media hora más tarde, supongo que era gente con trabajos de jornada intensiva.

Eran todos unos desconocidos para mí y evidentemente yo para ellos, con lo que me sentí observado como un terrícola entrando en una nave espacial, por todos menos por ella.

Cuando le pedí, correcta y educadamente,  sentarme en el  asiento vacío, contiguo al que ocupaba  la mujer, de una edad indefinida pero muy bien arreglada, donde había depositado su cartera, me miró con una mirada de analista de riesgos.

Se apartó, trasladándose  hacia el asiento  de la ventana, cediéndome el que ocupaba, con una sonrisa.

No es que me guste  en verano, usar un asiento previamente calentado, pero es mejor ir sentado, pudiendo leer el diario matutino e ir enterándome de las alegrías diarias.

Mientras estaba en ello, me fue llegando los efluvios con los que mi compañera  de fila, se había perfumado, hay que decir que era de una calidez que no se estila en las trabajadoras de primera hora de la mañana.

Lo cual la situaba en un estatus superior, un tanto desconcertante para mí, en ese lugar y ese momento.

Enfrascado en la lectura de las columnas de opinión, de las grandes figuras del diario, sobre un tema de suma actualidad que había trastocado la sociedad entera, no me fije en ella.

Pero la persistencia del aroma, me obligó a dedicarle alguna mirada furtiva, pues impedía la concentración en lo que estaba leyendo.

Es más, no me había enterado de nada de lo leído, en mi mirada oculta capté un busto generoso envuelto en un bonito sujetador, que la transparencia de la blusa permitía apreciar totalmente.

Me cazó en la siguiente mirada solapada, fue interceptada de forma y manera que no tenía excusa por mi parte, pero aún así, hice el gesto de sacarme el móvil del bolsillo de pantalón, medio incorporándome, como si corriera prisa contestar, con lo de los mensajitos estamos todo el día ante la pantallita, que precisamente era lo que estaba haciendo ella, se limitó a sonreírme.

Observe que había un detalle discordante, todos tenemos alguno, llevaba un reloj digital, de esos antiguos, con pantalla plana y correa metálica, que era cronómetros, calculadora y no sé qué más. No le pegaba para nada.

La humedad ambiental del inicio de un día de agosto, creo que hacía el olor más persistente, por suerte llegamos al final del trayecto y salí zumbando hacia un bar, a tomar un café.

Lo suelo hacer, pues el enlace con el que me lleva al polígono, suelen tardar quince minutos, allí estaba ella, sentada en la barra, con un aromático café en la mano y mirándome con cara de esperarme.

En ese momento me sentí desarmado, le sonreí y me senté a su lado, pedí mi café, y compartimos unos momentos, en los cuales iniciamos una conversación, inicio de un cambio total en mi vida.

Evidentemente mantuvimos una conversación, que superó ampliamente, los quince minutos que tenía asignada.

Teniendo en cuenta mi soltería, mi mujer me abandonó, hacía unos cuantos años, se aburría me dijo, no teníamos hijos y fue una cosa rápida.

Desde entonces había tenido alguna relación casual, no solían durar mucho por no decir nada, compensaba la soledad de un momento y luego me olvidaban.

Por eso el placer de una conversación, en compañía de una mujer de buen ver, aparentemente deportista, me permitió hacerme unas ensoñaciones.

Hablamos de nuestros trabajos, de lo pesados que son los jefes, de lo que incordian  los clientes, lo fatal que lo hacían los políticos y, culpando a la crisis de todos nuestros males.

Básicamente, me explicó que trabajaba en los juzgados, al principio me dio la impresión de que se trataba de una secretaría, pero estaba claro que no era así, luego dijo que era una juez.

Evidentemente no solía acudir al trabajo en bus, su vehículo estaba en la revisión, tenía un coche que aparcaba en una plaza reservada, un MX5 descapotable de esos de techo retráctil eléctricamente, le encantaba sentirse libre.

Al poco tiempo, le había explicado mi trabajo, en el departamento de informática, en una empresa de importación de productos y su posterior comercialización al mayor.

Parecía interesarle mucho  el tema, y yo aproveche para hacerlo más interesante de lo que en realidad era, un simple trabajo rutinario, de controlar las cuentas de los operarios y arreglar sus fallos.

Quedamos en vernos al mediodía en un conocido restaurante, adonde acudían muchos ejecutivillos de la zona, donde por un precio razonable, tenías un menú, totalmente satisfactorio, siempre tenía mesa reservada y solía comer sólo.

Me fui al trabajo con una sensación extraña, como la de no saber si había ligado, si me habían hipnotizado, si había caído en gracia, cualquier cosa.

Aquel día me negué, a quedarme el mediodía, para hacerle una cosa al jefe, alegando una cita importante al mediodía, lo cual le sorprendió desagradablemente, pues tenía asumido disponer de mi en cualquier momento, pero me sentía eufórico y rebelde.

A  las dos en punto estaba en mi mesa, con la carta en la mano y una clara delante, esperando con impaciencia la presencia de mi partenaire.

Dos claras más tarde, se presentó desplegando todo su glamour, ya no llevaba el reloj japonés y si, un Cartier de oro, más en consonancia con su personalidad.

Me pidió disculpas por la tardanza, ellos no tenían horario de salida, pues estaba en función de la causa que estuviera tratando.

Pidió una frugal ensalada de tomate con queso mozzarella al orégano con bonito a la plancha, me sentí obligado a renunciar a mi entrecot para pedir lo mismo.

Era adicta a los paseos y a correr en sus momentos libres, lo me permitió hablarle de mis escapadas por la zona montañosa de la ciudad, donde la especulación, había hecho pocas incursiones.

Se notaba que congeniaba conmigo en muchas cosas, películas, autores literarios, gustos musicales incluidos.

Hasta mi particular sentido del humor le hacía gracia, lo cual no decía nada a su favor, pero me gusta constatarlo, ahora que lo recuerdo.

De política hablamos poco, pues es un tema delicado y provoca más desencuentros que avenencias, como la religión, ella era de izquierdas yo también.

A la hora del café, ninguno tomó postre, lo pidió con sacarina y yo con hielo, fue cuando me planteo el asunto.

Tras un largo matrimonio con un conocido arquitecto, mayor que ella y muy apreciado por las autoridades municipales, consiguió un divorcio poco amistoso.

Su ex consideraba normal tener cierta relación asidua con chicas que podrían tener la edad de sus hijas si las hubiesen tenido.

Se había negado a adoptar aún sabiendo que ella deseaba tener descendencia y ahora que se le presentaba la ocasión, el hecho de estar divorciada se lo iba a dificultar.

No entendí mucho la premisa, pero estaría encantado de ayudarla en lo que hiciera falta.

Y resultó que había algo más, que mancillaba su reputación y ponía en peligro su carrera, un pecadillo de nada, cosas de juventud.

Ante mi mirada incrédula, optó por decirme que era algo de lo que se avergonzaba y no quería que saliera a la luz pública, estaba en fase de instrucción y su nombre sólo estaba con las siglas, de momento.

Me pidió que entrase, con algún subterfugio que ella me proporcionaría, en los juzgados  para eliminar ciertas pruebas que había en el ordenador central y la involucraban en asuntos de cierta turbiedad.

Mi papel al rescate de una dama en apuros, de forma noctámbula, en plan peliculero, tenía cierta gracia, pero también cierto riesgo.

Borrar o alterar las pruebas judiciales de un delito, ni que fueran multas de tráfico, no estaba premiado  en absoluto, por bien que estuviera la chica de turno, que lo estaba.

La carne es débil y la del hombre más, así que me vi estudiando un plano del edificio, con la sala donde estaba el "Hal" de turno, con el que me tenía que pelear.

Mejor dicho, pisparle la cartera, sacarle un billetico, guardársela otra vez y que el individuo no se enterara, ni lo echara en falta.

Así fue como pedí unos días a cuenta de vacaciones para un tema personal, aludí a la consabida tía muy enferma de la que soy heredero único y queda mal no atender en sus últimos momentos.

Me estudié los planos, hice un croquis de cómo salir por la vía más rápida posible, me leí todo lo que encontré sobre el sistema informático, centrándome en los ficheros, en realidad sólo quería sustituir el contenido de uno, sin que se notara.

Las contraseñas y protección de archivos no me preocupaban,  pero lo difícil era no dejar rastro. Cuando consideré que ya lo tenía todo preparado, la llamé, fui a su casa, un suntuoso ático en la parte alta de la ciudad, con unas vistas de vértigo.

En realidad era un dúplex, con la cocina, sala, comedor, una habitación suite, en la inferior, todo con una terraza súper amplia y en la de arriba una habitación despampanante con una terraza ad hoc.

Mi apartamento, posiblemente cupiera en su cocina, pero es una apreciación fruto del resquemor que me acude al recordarlo.

Cenamos y bebimos con generosidad, me dio un vino syrah, uno de mis preferidos del que di una buena cuenta.

Con la copa se iniciaron los acercamientos, pero realmente hasta que me desperté por la mañana, desnudo en la habitación superior, no tuve constancia alguna de haber pasado una noche loca.

Es más, cuando baje a la cocina, Marta ya estaba vestida haciendo unas tostadas, por cierto no la había presentado, si se llama Marta, ojos verdes, melena pelirroja, complexión delgada, pero con curvas. Sonrisa maquiavélica con unos dientes súper cuidados, blancos blanquísimos.

Me dijo algo así como que ya lo volveríamos a intentar y que no me preocupara, lo cual confirmaba mi primera impresión de que nada de nada.

Después de desayunar, me dio un pendrive, con el documento que quería intercambiar, me despidió, diciendo que era mejor no ir juntos para que no nos relacionaran. Tuvo el detalle de darme un beso.

Partí todo convencido a mi misión, entre sin problemas en los juzgados, exhibiendo una citación como testigo de un accidente de tráfico, me escabullí hacia la sala de ordenadores.

Hacia un frio que pelaba mis ya de por sí mermados atributos, acobardado ante el desafío que tenía enfrente, pero fue más fácil de lo esperado, una mujer de la limpieza entró con un cubo y una fregona, y me colé tras suyo diciéndole que hacía una actualización y me iba enseguida.

Supongo que le pareció perfecto, pues no se sacó los auriculares para contestarme y sólo hizo una ligera inclinación de cabeza repetitiva, como al son de un ritmo de música urbana.

Baje al  parking busqué el coche de Marta y deposité la memoria introducida en el equipo de música, bien a la vista, que es la mejor manera de esconder algo.

Subí a planta y salí como un buen ciudadano, después de haber cumplido con su deber, de testificar para aclarar unos hechos.

Esperé su llamada, hasta la noche, luego unos días, fui a su piso, me dijeron que estaba en alquiler hacía meses, pero con lo de la crisis solo hacían que mirarlo para chafardear.

Había vuelto a la rutina del trabajo, a mis viajes matutinos en autobús, a mirar a mis vecinas de soslayo, la vi.

Me sonrió, me entregó un sobre, me dijo que le sabía mal, pero que había tenido que denunciar a su fuente de información, para no perder su licencia, era periodista y era un tema muy delicado, esperaba que con eso se me hiciera más fácil mi estancia entre rejas.

Y así estoy ahora, contándoles todo esto, en un calabozo, intentando explicar que fui inducido a cometer un delito de forma totalmente engañosa.

Pero la juez que me tocó en suerte, se limitó a dictar sentencia y a comentar, que todos los hombres somos iguales, que siempre nos queremos escudar en las mujeres.

Por cierto me llamo Osvaldo, sí ya sé que tiene gracia, pero nací al otro lado del charco como dicen Uds. Y allí es más usual.








4 comentarios:

  1. Es muy bueno. Esos hombres solitarios, que se emboban para hacer cosas que una mujer sugerente les propone...

    Bien narrado. Mantiene la intriga, un buen tono, y mejor desenlace. Un abrazo.

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  2. Hay! Esas mujeres que utilizan sus armas en pobres seres solitarios...
    Gracias por tu grata crítica.
    Un abrazo.

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  3. Está muy bien escrito. Vaya con la juez, si es que lo era y Osvaldo es un pajarito.
    No es muy normal en una juez, pero es un típico caso de corrupción.

    Un saludo de verano.

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    1. Gracias por tan beneplácita crítica.
      Respondo al saludo veraniego con un saludo de trabajo en la gran ciudad.

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