El billete
Solicitó un libro que le habían recomendado hacia bastante tiempo y
que ahora con el estreno de la película, había vuelto a la palestra
informativa.
Cuando se lo entregaron, tras dar las gracias y firmar la recepción
del mismo, lo introdujo en el bolso sin más.
Llegó a casa, les quitó los zapatos a sus doloridos y cansados pies,
dejó el bolso en el recibidor y se trasladó a la cocina a preparase un té
reparador, verde aromático, con toques de lima japonesa, con una cucharadita de
azúcar de caña.
Lo llevó a la sala y mientras corría las cortinas para poder ver el suave atardecer, cuando las luces rojizas
se adueñaban de los tejados, entonces recordó el libro.
Fue a buscarlo, se puso unas zapatillas y se instaló en el sillón a
hojearlo.
Sin darse cuenta, ya se había tragado el primer capítulo y el
té se había enfriado, no le importó
demasiado, dado que el libro le estaba enganchando.
Buscó algo para poner de punto de libró y entonces se percató de que
el libro tenía uno.
Un billete de tren, usado y de cercanías,
De algún estudiante, evidentemente de letras, poniéndose al día de
la literatura molona que arrasa en las listas de ventas.
Oh quizás de una laboriosa empleada, que distrae sus penosos
trayectos al trabajo, leyendo.
También podría ser de un sesudo profesor de historia, que aprovecha
el libro, para con las pautas de acontecimientos, que va indicando, relatar los
hechos pasados de una manera amena y divertida.
Se quedo mirando la noche incipiente, e intento imaginarse la
persona, cuya mano depositó el billete a dieciocho páginas del final.
No había leído un capítulo completo,
signo evidente de leer en trayectos cortos, oh de no importarle demasiado,
dejándolo cuando otra cosa reclamaba su interés.
Se inclinó enseguida por la opción de una persona mayor, los
jóvenes, están todo el día con la música colgando de la oreja y mirando la
pantallita del móvil.
Cada vez la intriga le arreciaba más, opto por ponerse los zapatos y
regresar a la biblioteca, tenía tiempo de llegar antes de que cerraran.
Se dirigió a la chica que tan amablemente le había atendido:
¡Hola!
¡Buenas tardes! ¿Caramba ya se lo ha leído?
No, no es eso, podría decirme quién lo solicitó antes
La chica miro en la pantalla, los datos con los movimientos de
entradas y salidas.
Lo siento, Ud. Es la primera persona que lo ha solicitado.
Al ver la cara de extrañeza, añadió. No constan los datos de los
donantes, solo miramos si la obra ya la tenemos o no y la incluimos en la base
de datos.
¡Vale! ¡Muchas gracias! Era sólo una curiosidad
Si viene mañana, quizás la Sra. Dolores, sepa quién es el donante.
Por las mañanas, es cuando suelen traer libros.
¡Gracias!
¡A Ud.!
Enfiló el camino hacía su casa, con el libro en la mano, el punto en
su sitio y la noche puesta.
Otra vez en casa, zapatos fuera, libro en mano, billete sobre la
mesa.
Ese billete de tren usado, que empezaba a tener vida propia, al
menos en su imaginación
Correspondía a un trayecto que solía hacer a menudo, era entre su
flamante ciudad y la capital, apenas treinta minutos.
Se imaginó las caras que solía ver, mientras recorría los campos,
que esperaban la siembra.
Mientras, acariciaba el billete con las yemas de sus huesudos dedos,
como si fuera la cabeza de un gato, que le tuviera que adivinar la respuesta a
sus elucubraciones.
Tras mucho cavilar, otra taza de té y un concierto entero de
Brandenburgo, el número tres
en concreto.
Recordó un apuesto caballero,
sentado siempre en el lado de la ventanilla, con un libro en las manos y a
veces, riendo por lo bajini.
Sí tenía que ser él, mañana
sin falta, cogería el tren, inspeccionaría todos los vagones, hasta encontrarlo
y entonces.
¿Y entonces qué? Perdone,
estoy leyendo el libro que cedió a la biblioteca municipal, y se dejo un punto
que era un billete de este tren
Elevaría su cabeza plateada y
con sus ojillos verdes se le quedaría mirando con cara de pasmo, diciéndose: Otra
loca a ¿primera hora de la mañana?
No tenía ningún sentido, ¿Que
pensaba encontrar? ¿El amor de su vida? ¿Su príncipe azul? ¿El compañero
perfecto?
¡No! Eso no es posible, eso
no existe, eso sólo es propio de las películas americanas, las de final feliz,
las comedias.
Al día siguiente, no fue a la
estación, se había leído todo el libro durante buena parte de la noche y dirigió
sus pasos a devolverlo y si acaso se prestaba, averiguar su propietario, ya
sólo por curiosidad.
¡Hola! ¡Buenos días! Vaya hoy si que ha madrugado, acabo de abrir y
ya está Ud. Aquí.
¡Anda! Me lo vuelve a traer o
es que me da otro ejemplar.
Comecocos que mantiene su misterio hasta el final.
ResponderEliminarCreo que el misterio empieza al final.
EliminarUn saludo.
Es muy bueno ese final. Mucho. Abogo, si se admiten apuestas, a que tu personaje es sonámbulo!. Broma
ResponderEliminarBuen ritmo, muy bien llevaba la tensión. Un abrazo
Ahora que lo dices...tenía unas ojeras muy marcadas, pero se fue tras contar su historia, sin poder preguntarle nada.
EliminarUn abrazo.
Se lee de un tirón esperando el final, saber de quién es ese billete y cuando terminas de leerlo continuas con la intriga. Muy bien narrada toda la escena, los detalles mas ínfimos están muy bien plasmados, el té que se enfría , las zapatillas, etc, Creo Alfred, que podrías hacer una continuación ya que nos dejas con la miel en los labios al no saber de quien es el libro.
ResponderEliminarMuy bueno, me enganchó hasta el final.
Un saludo Alfred.
Puri
Gracias Puri, esperaremos a ver si regresa este personaje.
EliminarUn abrazo.
Hay que ver cómo de algo tan pequeño y a priori insignificante se puede crear un relato que engancha y te obliga a leer hasta el final. Un saludo.
ResponderEliminarUn billete de tren puede dar para mucho, aunque supongo que depende de quién te lo pase. Muchas gracias.
EliminarUn saludo.
Muy bueno, Alfred, logras un clima íntimo, con pequeños detalles bien descriptos y con un final enigmático.
ResponderEliminarMuchos saludos.
Hola! Gracias por tan benevolente crítica.
EliminarGrandes saludos.