UN PERSONAJE




                  Pedralbes, (Imagen del autor)

Contemplaba el recinto, con la mirada perdida de quién no está especialmente interesado en nada que no sea dejarse llevar por la tranquilidad del entorno.

Había salido del monasterio, siguiendo las instrucciones del auxiliar, con el aviso apremiante de su cierre,

Sin estar interesado en la liturgia, sí consideraba que es un buen lugar para dejarse llevar por los pensamientos, propios y ajenos, en una navegación que no sabes nunca a donde te llevará.

Es un lugar donde, en tiempos, solía venir acompañado, aunque ahora, por circunstancias, lo haga solo. Es el único mérito que le doy, haberme enseñado estos lugares, pero con el riesgo de encontrármelo en el momento menos pensado.


Sintiéndome observado, a cierta distancia, pero igualmente de una forma incómoda, por aquel lechuguino autor, autoconsiderado escritor, y que no era más que un rellenador de líneas escritas en el ordenador, la mayoría de veces sin mucho sentido.

No tuve otra alternativa que salir del recinto y encaminar mis pasos lo más rápidamente posible, bien lejos de su nefasta influencia.
Por algo consideraba merecer la atención de un autor con todos los sentidos bien puestos.

Mirando disimuladamente, vi que tras constatar mi rápida huida, no hacía nada para alcanzarme, Y sí estar más interesado en observar el cálido comportamiento de un par de jóvenes, una adolescente y la otra un poco más hecha, que con sus gestos, hacían llegar a su entorno lo bien que estaban juntas.

Dándome cierta tranquilidad, al constatar que ya daba mi cooperación en su obra como asunto perdido.

Sé que hizo una llamada de búsqueda hacia mi persona, pero creerme si os digo, que un personaje también tiene su propia dignidad, para escoger donde quiere estar.


Sarria (Barcelona) 30 mayo 2016.


El hombre de la gabardina

                                                        Imagen obtenida de Internet



El hombre de la gabardina

(Música para acompañar) 

Siempre había creído que las escaleras al infierno eran descendentes.
Hasta que me he visto subiendo, los trece peldaños hacia el cadalso.

Recordando el tacto de tu mano posada sobre la mía, la última noche que estuvimos juntos, mientras agarraba el pomo de la palanca del cambio de marchas, Cuando justo una vez aparcados, frente a tu casa, lo vimos.

Ahí estaba él, quieto, estático, justo enfrente nuestro, en aquella lluviosa noche de mayo, en que nuestras miradas solo estaban perturbadas por el movimiento acompasado de los limpias y la dolorosa imagen de aquel ser, fuente de todas nuestras desdichas.

Aún no había parado el motor del coche, puse primera y aceleré con decisión hacia aquel bulto cubierto por una gabardina beige clásica.

Tú no dijiste nada. 


Sarrià, 24 mayo 2016


Presentación poemario



Cartel presentación




De perfiles, vértices, planetas, cuerpos árboles y escenarios y Numb, la espera sostenida
De Beatriz Pérez Sánchez


Acudir a una presentación de un libro, siempre es un hecho agradable, si encima se trata de un poemario, además es algo más sorprendente, por lo minoritario de esta especialidad literaria.

Poesía moderna, sin ataduras, palabras lanzadas al viento para ser escuchadas como un grito, el desgarro del desamor, la pasión por el hijo, la búsqueda frenética para llenar el vacío existencial.

La pérdida de la inocencia, siempre presente.

En este caso, la autora ha presentado en una performance, su poemario, que ha sido recitado en una declamación exquisita y acompañado por un bailarín que iba subrayando con sus movimientos el compás marcado por las palabras.

La autora se ha sumado a la danza en una serie de movimientos y recitaciones, que han dejado entusiasmados a los concurrentes al acto, almas entregadas a la causa poética.

He de reconocer mis limitaciones para la asimilación de la sensibilidad manifiesta en un libro de estas características, pero reconozco el esfuerzo que hay en su composición.


En suma un acto amable, concurrido, en donde la poeta se ha sentido acompañada por sus incondicionales.






                                                   La autora y sus colaboradores

ELS CORS PURS






Montaje teatral, basado en un cuento de Joseph Kessel, en el que se nos muestra una historia de amor imposible, a causa de la distinta concepción política del conflicto irlandés, por parte de sus protagonistas.

Con una rica escenografía, en la que se da una forma onírica a toda la acción, subrayada por unas muy acertadas canciones bien interpretadas.

Unos actores van desgranando sus monólogos para exponernos de una forma velada su propia forma de ser y el conflicto que arrastran por  ser fieles a sus propias convicciones.

Es la típica obra en que has de adivinar más de lo que muestran,  la confusión es permanente entre lo que dicen, lo que hacen y lo que imaginan.

Ciertamente es como un poema visual, difícil de entender y valorar, es una exposición para atentar contra el fluir de nuestros sentimientos.

El impacto conseguido difiere de unos a otros en función de nuestra especial predisposición en dejarnos llevar por palabras, silencios, música, canciones, personajes, actores, etc.etc.

De las dos supuestas historias presentadas, un evento familiar, reunión en la que alguien tiene un texto preparado para leer, rezuma un cierto aroma que recuerda Dublineses,  película de John Houston basada en uno de los cuentos de Joyce. Sobre todo su final, la confesión de un amor perdido.

La obra está cargada de un cierto efectismo, esos andares quietos, esa doble actividad de los actores en cuanto a personajes y narradores. Esos músicos que no acaban de estar del todo dentro de las historias.

La segunda historia, el dilema de cada miembro de la pareja, entre su unión o su entrega al activismo ideológico, está resuelto antes de ser planteado, ella viene tras unos meses fuera con los suyos y a la primera disyuntiva toma partido para beneficiarles aunque cueste la vida de su amado, usando la colaboración de una mano inocente, la del hijo auténtica víctima del drama.

En suma un espectáculo teatral, para almas sensibles al efectismo creativo.










Els Cors Purs de Joseph Kessel
  
Traducció de Just Cabot

Edicions Proa, Badalona

1930

Colgada en una pared


                Sala Museo Maurithsuis. (Internet)




Colgada en una pared

Desde mi atalaya, tras la barandilla, contemplo cada día, las caras de los visitantes extasiados ante mi imagen, la verdad es que el señorito Juanito me pintó muy bien, muy natural, tal como era yo en aquel tiempo y así me he quedado para siempre.

Normalmente pasan un momento frente a mí, escudriñándome, alejándose y acercándose para verme en diferentes ángulos y se van, algunos intentan hacer un retrato con esas cajitas que llevan todos,  pero Paquita siempre lo impide con su sonrisa puesta.

Lleva unos cuantos años aquí conmigo, aunque sea ridículo por mi parte hablar de tan poco tiempo; he tenido la posibilidad de ver muchas personas y cosas a lo largo de mi estancia en este museo de Maurithsuis.

De todos los visitantes, admiradores o no de mi rostro, éste ha sido el único, que me ha dirigido la palabra, lo cual al principio de descolocó un poco, me daba cierta vergüenza, ver a un tipo mayor, sentado delante de mí y charlando por los codos.

Pero su voz, se me fue haciendo una cantinela agradable, tan educado él, iba desgranado su vida y sus creencias. Sé que ha Paquita también le hacía gracia, pues cada vez ponía más la oreja e iba corriendo su taburete más hacía el banco donde se sentaba.

La verdad es qué me moría de ganas de contestarle e incluso de intercambiar unas palabras, también con ella, pues no todo lo que decía lograba entenderlo, digamos que soy de otra época.

A veces me parecía que desprendía una pena como muy honda, como si algo en su interior no acabase de salir.

Otras veces era divertido y sarcástico, como cuando se metía en cosas de los políticos, eso lo pillaba mejor, pues siempre han sido iguales.

Supe a través de sus visitas, las cuitas de sus hijos, los deseos que tenía para ellos, que ninguno tenía ganas de cumplir, pero que aceptaba el camino escogido por cada uno.

Al final su presencia se me hizo imprescindible, la verdad es que no sabía cómo pude estar tanto tiempo puesta en la pared, lejos de cualquier contacto con la gente, sin  sentir el calor humano.

Tiempo atrás, hice alguna escapada, en la quietud de las oscuras noches, en que mi presencia no era tenida en cuenta, algunos, los más veteranos hacíamos alguna excursión, para liberarnos del tedio de nuestra hermosa existencia de objetos admirados.

No eran gran cosa, dadas nuestras limitaciones físicas, pero algún divertimento nos proporcionaba, mas de todo te cansas.

Vistos desde un cuadro, el paisanaje real es curioso, son los contrapuntos a una belleza natural que por sí sola no llega a extasiarnos, le falta esa inmadurez, esa intrascendencia, esa levedad que da su presencia.

Cualquier cosa es mejor que ciertos compañeros siempre discutiendo de astronomía sin ponerse de acuerdo o bien otros haciendo una autopsia interminable cargada de morbo.

Desde los tiempos que estaba siendo plasmada en este lienzo no había visto nada tan enternecedor, salvo la mirada de deseo que me dedicaba el señorito, que no era la misma  que a la dueña de los pendientes, por cierto.

Ahora veo como se van  cogidos del brazo, hacen una buena pareja, a pesar de que él le lleva bien… bien… tres lustros. Pero que representa eso comparada con mi eternidad.


Se ha dejado el bastón, pero no he dicho nada, creo que lo ha hecho expresamente.

Desde el taburete



No sabía qué era lo que le cautivaba de aquel hombre, siendo un tipo maduro, estaba claro que no era precisamente el aspecto digamos de buen ver, en plan puramente  varonil.

Si que tenía una cautivadora voz queda, con la que se dirigía no se sabe bien a qué ni quien, pero al oírla día tras día se le hizo arrebatadora.

Sus palabras eran como una fina lluvia cuya cadencia, iba calando en su interior un sentimiento presto a fructificar en su árido verano tras un mayo florido.

Aquel hombre desgranaba un monologo, interrumpido por largos silencios, en los que expresaba con gran sentimiento el devenir de su vida y la falsedad del sueño de la libertad por oposición a la rígida vida laboral y la tiranía de los horarios.

Se iba despachando a gusto, a veces con sorna e ironía, sobre la vida pública presente, en la que nada era lo que parecía o querían vendernos.

Ella veces se bajaba de su taburete de observación y daba una vuelta por la sala e intercambiaba unas frases con su compañero de la otra sala, el cual se reía de las ocurrencias  que le contaba sobre su fiel visitante.

Con lo cual se perdía algunas frases, que quedaban sueltas en el aire de la exposición sin saber bien bien a quién iban dedicadas, aunque la joven del cuadro, si parecía prestarle atención.

Un buen día se le acercó y mirándole directamente a los ojos se lo preguntó

-         Buen hombre, con quien habla usted.
-         Con todo aquel que quiera escucharme, le soltó con una sonrisa del todo afable.

-         Eso está bien, pero se me hace un poco extraño verle aquí, sólo, hablando sin parar, sin nadie que le preste atención, que le escuche, salvo yo, a ratos.

-         Para mí ya es importante. Si es usted o ella, no variará mi discurso. Pero ella siempre pone cara de estar interesada.
-         ¡Pero ella es un cuadro!

-         Sí, pero muy inteligente, me obliga mucho a pensar lo que quiero decirle. En cuanto a usted Sra. no me atrevo a molestarla, pues se que está atenta a cuanto pueda ocurrir y no debo distraerla. (Esto me pareció decirlo con cierta sorna, dada la poca actividad diaria)

-         Usted mismo, pero al final le tomaran por un viejo chalado. Aunque en mucho de lo que dice, tiene más razón que un santo.

-         ¡Gracias! Pero no deja de ser un desahogo, para sentirme vivo sin molestar demasiado. En todas partes la gente no tiene tiempo de conversar, se escudan en una despedida rápida para desaparecer, en pos de su trabajo o de sus rutinas diarias.

-         Ud. Es joven y guapa y no tiene que temer la sensación de ser un poco estorbo o algunas veces un objeto invisible.

-         Gracias por el cumplido, pero ya estoy en la edad de ser invisible, se dé que hablo. Vivía con una hija mía que se fue con el último novio que tuve, vale que era algo más joven que yo pero estuvo feo, encima no me habla.

-         La vida actual no la acabo de entender, es todo demasiado precipitado, poco reposado, todo es aquí y ahora. Ven algo que les gusta y a por ello, sin mirar de quién es o a quién importa.

-         Si algo así, estamos en una jungla, no hay reglas.
-         ya

La quietud de la sala se prestaba a las confidencias, a medida que ella fue desgranando su vida, se fue sintiendo más a gusto con aquel hombre de mirada sincera, como alguien a quien sí le importaban sus cuitas.


La mujer del cuadro esbozó una imperceptible sonrisa, había visto escenas curiosas, pero aquella le enterneció los colores, aunque siempre profesional, recupero el tono inmediatamente.

La chica de la perla


                      La joven de la perla




Con eso de la jubilación y la soledad en su casa, tenía mucho tiempo libre y todos, conocidos, familiares y amigos le aconsejaron que se buscara una distracción a ser posible fuera de casa. Ya se sabe que las casas se pueden caer encima y es bueno airearse.

Así que, fruto de su primeriza afición filatélica, centrada en coleccionar sellos de cuadros famosos, de países diversos, ahora empezó a visitar los distintos museos que se prodigaban por toda la ciudad,

Arte  abstracto, clásico, moderno, colecciones de mecenazgo privado, grandes colecciones itinerantes, entidades financieras con prurito de cultura etc. etc.

De este modo nuestro hombre, no se perdía ninguna muestra pictórica, que aconteciese en la ciudad, teniendo preferencia por una exposición fija, en la que estaban todas las mejores obras de los grandes maestros.

Acabó pasando largos ratos contemplando la belleza de una joven, a la que le fue cogiendo cariño y dedicándole  unos monólogos cada vez más extensos.

Llegaba se daba una vuelta por las salas, que los días laborables no solían estar muy ocupadas, aparte de algún grupo de estudiantes y los habituales copistas haciendo prácticas y se acercaba ante su cuadro preferido, se sentaba en un banco de madera, antiguo lleno de florituras doradas, y empezaba a desgranarle sus cuitas personales.

Los vigilantes, guías y personal de limpieza, le saludaban al verlo entrar, dado su asiduidad en las visitas. Cada sala tenía su persona encargada de evitar cualquier tipo de tropelías o intento de hacer fotos o incluso acercarse demasiado a una obra.

Daba igual como fuera el día, puntual a su cita llegaba se sentaba en el banco y se ponía a hablar, tanto explicó, contó, improvisó y narró que al final consiguió captar el interés por su persona, para poder quedar a la hora de la salida,  e irse con la vigilante a tomar unas copas

Vistas desde un campanario


                                        Imagen del autor 



Aquella mañana empezó a amanecer muy pronto, al menos antes de cuando habitualmente solía clarear el día, parecía como si hubieran adelantado la hora del alba.

Un resplandor impresionante se encendía y apagaba en breves lapsos de tiempo, provocando una sinfonía de colores rojizos dignos de una primavera  en ciernes.

La humareda que provocaban se mezclaba con la niebla natural, que empezaba a flotar por los campos, antiguos trigales en desuso, con alguna amapola despistada que no estaba al caso de su nueva denominación: campo yermo.

El estruendo tras los fogonazos, nos mantenían más despiertos y asustados de lo habitual en aquel tiempo y momento, en el que estábamos prestos para morir sin pedir explicaciones.


A medida que conseguían afinar un poco, los proyectiles levantaban junto con la tierra, estacas, sacos, cuerpos y demás elementos según donde cayeran, una inmensa oleada de psicosis negativa; que los suboficiales combatían a grito pelado, aludiendo a la virtud de las madres del enemigo.

Desde lo alto de un campanario, un infeliz voluntario gracias a ser pinchado con una bayoneta, nos indicaba con banderitas de colores, la situación que intuía más que ver, en la zona que tan estruendosamente nos saludaba, en una nueva mañana dedicada a la barbarie sin tapujos.

Quietos, esperando que con el cese de el espectáculo pirotécnico, surgiera la oleada gritona indicando la visita del adversario, intentábamos ver tras aquellas asquerosas máscaras de gas, cómo se acercaban unos seres supuestamente congéneres nuestros.

Atentos a los silbatos de los mandos, parapetados tras los sacos terreros que coronaban las trincheras, comprobábamos una y otra vez el cerrojo del fusil, la fijación de la bayoneta, la cinta de la ametralladora, que estuviese todo bien engrasado y sin pegotes de tierra que a cada poco nos caían encima, tan pronto iban estallando las bombas a nuestro alrededor. 

Los enlaces no hacían más que correr de lado a lado, a medida que las comunicaciones fallaban al saltar por los aires, alguna base de radio con su servidor incluido.


A pesar de todo podía ser una buena mañana, era cuestión de llegar a la noche. Ganar un día más de nuestra existencia.