ESPERANDO EL BUS


                            Imagen obtenida de internet

Esperando el Bus

Estaba esperando el autobús, al ser sábado, la frecuencia de paso era menor, un detalle de la oficina de transportes del ayuntamiento, que considera que la gente los utiliza menos ese día y, por tanto, no son necesarios tantos vehículos.

Así que tuve tiempo de distraerme contemplando cómo, al estar delante de un centro comercial de relevancia, un agente de la policía municipal, se ponía las botas, multando a los que se detenían en el carril bus para recoger a familiares, que salían cargados con bolsas.

Aparecía cuando paraba un coche confiado, poniendo las luces de emergencia, saliendo sus ocupantes y regresando, con la multa ya servida y el policía yéndose.

Cuando ya había cumplido con su cupo de productividad, se quedó mostrándose e impidiendo que parasen, haciendo circular a la parroquia, con energía.

En esto, una conductora en uno de esos bellos coches altos, potentes y con pinta de vehículos para exploraciones intergalácticas, apareció recorriendo todo el carril bus para girar calle abajo. Saltándose la cola que iba por su sitio.

No corto ni perezoso, el agente se puso frente el coche, obligándole a parar y haciendo circular a todos mientras le espetaba a la mujer su fea conducta.

Esta, con los ojos llorosos, se disculpaba diciendo, que ella solo quería ganar tiempo, que sus chicos le esperaban y que el carril lleno, tanto servía para girar como para ir recto.

El agente del orden, con total prepotencia, tomó nota de sus datos en uno de esos cacharros modernos, que eran una terminal conectada a un ordenador, o algo por el estilo, en un minuto tenía la receta hecha.

Se la libró, y cuando ya no quedaba un coche en circulación le dejó salir del carril e irse.

A todo esto, yo le afeé su conducta, diciéndole que no había molestado a ningún vehículo, además no pasaba ningún bus, con lo cual no perjudicaba a nadie, el agente me dijo que podía obsequiarme con otra multa para mí, por resistencia a la autoridad.

Me volví a la protección de la marquesina, llevándome conmigo una sonrisa cómplice de la bella conductora, que no tenía pinta de ser madre de ningunos chicos desamparados en una calle céntrica.

Como mi bus seguía sin venir y todos los posibles testigos se habían subido en uno correspondiente a otra línea, seguí al policía hasta su escondite, en un pasaje por donde entraban las mercancías para el centro.

Allí estaba fumándose un cigarrillo, con la cara de batracio satisfecho, en el disfrute de su poder sobre el resto de los mortales.

Al verme, sonrió con la superioridad manifiesta en los elementos de su condición, enseñándome la PDA.

No tuvo tiempo de sacarse el cigarrillo de la boca, el primer navajazo le seccionó la carótida e inmortalizó la estupidez manifiesta de su rostro.

Me aparté lo suficiente para que no me salpicase y no me cayera encima en su descenso al infierno.

Me molesta sobremanera la prepotencia de cierta gente, solo espero que me restituyan pronto los puntos para poder tener mi carnet de conducir, porque si no, no sé qué va a ser de mí. 

Cumple Mami






A ti…
En pocos días será tu cumpleaños. Hubieras celebrado 58 años. Qué lejos me suena y sin embargo qué joven nos dejaste.
Además dos días antes se cumplirán 6 meses desde que te fuiste. Te fuiste… Qué manera más sutil de decirlo, como si hubiera sido por elección propia.
No tuvimos la mejor de las relaciones, ¿pero quién si? Madre e hija, mismo carácter fuerte e intransigente, manera contraria de ver la vida: El resultado explosivo sin dudarlo. No aguantábamos más de 10 minutos sin discutir. Pero no por ello dejé de sentir jamás tu amor de madre. Y es que ese amor es innegable, te arrolla y protege. Y cuando desaparece te encuentras vulnerable al mundo, sintiendo una soledad y tristeza infinitas.
Dicen que cuando pierdes a alguien es cuando te das cuenta con toda tu intensidad del valor que aportaba en ti. Y es muy cierto. Podíamos estar días e incluso semanas sin tener contacto, quizá un mensaje escueto para cerciorarte que todo iba bien. Pero sabía que allí estabas, que cualquier cosa que necesitara podía contar contigo. Si no me encontraba bien me ofrecías toda tu preocupación. Si no sabía desenvolverme con cualquier tarea tus consejos estaban siempre disponibles. Si tenía cualquier duda buscabas cómo resolverla. Ahora ya no.
Una de las últimas veces que te vi antes de descubrir que no estabas bien, fue cuando tuvimos esa conversación. Yo iba a coger unos cuántos aviones después de incidentes varios. Y siendo como eras de sufridora, me sorprendiste con tu buen pensar diciendo que no hay que dejar de hacer nada por miedo ni angustiarse por lo pueda pasar a uno mismo o a los demás. Que si pasa bienvenido sea mientras te pille haciendo lo que querías. Y bien grabadas quedaron esas palabras. Aunque jamás hubiera pensado que cercanos quedaban los días en que tendría que afrontarme a ello y aplicármelo.
Recuerdo que cuando entré en la habitación de la clínica por primera vez poniendo mi mayor sonrisa para hacerte sentir mejor me la devolviste y me dijiste “te he echado de menos”. Ese es mi último recuerdo de ti. Así lo decidí. No son los días en la clínica viéndote primero cansada, más tarde triste y luego sufriendo. Ni mucho menos los últimos donde ya no estabas. No. Mi último recuerdo es mirándome con tu inmenso cariño y diciéndome “te he echado de menos”.
¿Pues sabes qué? Yo también, pero en presente: Te echo de menos. Y a pesar de que todo el mundo insiste en que es cuestión de tiempo, yo siento que no será así, que cada día que pasa me doy más cuenta de tu ausencia y el vacío no hace más que incrementarse. Y que cada momento especial que me llegué ya no podré compartirlo contigo.

Pero soy afortunada de haber disfrutado de ti casi 30 años. Me quedo con todo tu cariño, tus quejas y cabreos varios, tus risas, tu fuerza… Me quedo con todos los recuerdos, de infancia y de más mayor, buenos y no tanto, y en mi mente siempre apareces con una sonrisa enorme y preguntándome “Cuca, ¿cómo estás?”.

Cris.





Cumple mami II

Seis meses que te fuiste pueden parecer una eternidad, cuando quisiera recuperar ese tiempo para poder estar siquiera un minuto contigo.

Sé que lo último que querrías sería vernos apenados, apesadumbrados, o vencidos por el acontecimiento que nos separó, pero tú no estás con nosotros y  eso no podemos cambiarlo.

Y por ello seguimos adelante, día a día, con nuestras vidas, manteniéndonos unidos e intentando honrarte siendo cada uno, la mejor persona posible.

Será para nosotros otra forma de vida, en la que tu ausencia, presente en todos los actos cotidianos, se irá asimilando y aceptando, con la rabia del vencido.

El dicho popular dice que el tiempo lo cura todo, pero cómo se puede curar una separación tan traumática, simplemente tendré que acostumbrarme y eso cuesta mucho.

Ya todo son recuerdos entre nosotros, de todo tipo, tremendamente valiosos por no poder aumentarlos.

A veces siento como si tu mano me acariciara la cabeza, queriendo quitarme la pesadumbre que me acompaña, estando con la mirada perdida y lo consigues.

Irán llegando fechas en las que tu falta será más notable, y en cada una, alzaré mi mirada al cielo, dónde sino,  para pensar en ti, y que me digas, estoy bien.

Alfredo




6 meses llenos de un vacío que difícilmente podíamos haber imaginado...
El próximo día 28 hubieras cumplido 58 años y hace 20 años que murió mi padre... que coincidencias...
Acabo de ver el escrito que ha hecho Cristina y al ver tu foto, me ha venido a la cabeza una cosa que me dijiste un día en la clínica.
El lunes 22 de setiembre, al salir de trabajar, fui a verte a la clínica donde había quedado con mamá. Recuerdo que solo entrar, tu cara se iluminó y me regalaste una sonrisa enorme y dos palabras que no olvidaré en la vida: "hola bonita". Enseguida empezaste a preguntarme por mis cosas y de repente me dijiste (con el genio que siempre te ha caracterizado): haz el favor de decirla a mamá que no venga esta tarde, me sabe mal que venga a diario mañana y tarde porque va muy cansada. Al cabo de un momento de haberme dicho esto, entro ella por la puerta y solo pudiste sonreír. Pero realmente, ¿en qué otro sitio podía estar?
Recuerdo que cada vez que veníamos a verte uno de nosotros, se te iluminaba la cara, incluso cuando te costaba mantener los ojitos abiertos.

El vacío es enorme y mucha gente suele decir que con el tiempo se irá pasando, la verdad, lo dudo, pero quiero que sepas que SIEMPRE SIEMPRE SIEMPRE vamos a estar al lado de Alfredo y de tus tres niños.
Elena


Seis meses tristes, intensos.
Ya sabes que siempre intento buscar lo positivo de cada circunstancia y por triste que sea, lo encuentro. Aquella llamada tuya: "no vengas que ens posarem a plorar las duas". Tenías ganas de que estuviera contigo y yo también lo necesitaba. Así es que entré en la habitación, con una sonrisa y no forzada. El corazón me iba a toda marcha.  Me cogiste de la mano y a partir de ahí, me fuiste haciendo el regalo de tu cariño. Así lo sentí Mari Carmen. Elogiabas mi vestido gastadito, al día siguiente mi vieja blusa, al día siguiente ¡¡jolín que alegría!!: "sabes?" me dijiste, "me gustaría comer un arrocito integral con verduritas". Al salir de la clínica me fui a comprar las verduras, creo que nunca he cocinado con tanto amor. Me fuiste presentando a todos vuestros amigos que por cierto decían, que no hacía falta que dijéramos que éramos hermanas. Y tus incesantes riñas, llenas de cariño. : "Que haces otra vez aquí?. Haz el favor de irte a casa a descansar", "pero tú estás tonta?" Y luego se lo dijiste a Elena: "siento que tu madre vaya y venga cada día, mañana y tarde". Bueno, lo discutíamos y yo volvía, era lo que las dos necesitábamos. Y era la manera que teníamos de mostrarnos el cariño, que aunque siempre había existido, nunca había aflorado con tanta intensidad. Por eso en medio de la tristeza y el dolor ............, estás en mi corazón Mari Carmen y en el de todos y es bueno que hablemos de ti, que te hagamos presente en nuestras reuniones. El dolor es grande, pero tengo la certeza que estás rodeada de amor y de luz y que descansas y estás en paz y eso trato de visualizar, tal como me aconsejó un muy buen amigo y me ha ido muy bien y me ayuda a vivir el duelo. Para mí es Dios y El es amor. Tengo la inmensa suerte de creerlo así. Cada uno lo vivirá como pueda y sepa.
Me gusta cuando Guille y Miki me dicen :"hola chatunga" y cuando Cristina me pone un whatsApp o me llama. He hablado con ellos bastante, sin agobiarlos. Quiero que Alfredo y ellos, estén seguros de que estoy a su lado, de que pueden disponer de mí. Cuando nos vemos, estás entre nosotros, es evidente. Luego el vacío es enorme, pero grande la satisfacción de haber estado con ellos. Trato de hacer comidas parecidas a las tuyas, pero Alfredo no tiene nada que envidiar: es todo un cocinitas. Encuentro a faltar tu "holaaaa" al teléfono y como sonido de fondo un tenedor batiendo huevos para la tortilla de la cena y nuestras conversas, en las que no siempre estábamos de acuerdo y muchas cosas Mari Carmen. 
El día 28 de Marzo tu cumple, el mismo día que Sta. Teresa y el mismo día que hará 20 años que Ignacio ........ está al otro lado y lo recuerdo con todo mi amor y me duele no oír su voz ronca, grave,  tan lleno de ternura y a veces de reproches, pero mi comunicación con él, de otra manera, pero muy intensa, continúa y continuará siempre. También contigo es y será así, y con papá y mamá y la tía y tío Batán y y y y y y  tantos.

Ah, y si nunca te lo había dicho, te lo digo ahora: 
Te quiero chata
Gloria 



UNA MODELO

UNA MODELO








                                    Modesto Trigo, el estudio.




Como se conocían de bastantes sesiones, el pintor se limito a pedirle cómo la quería sobre el diván, retocando un poco el posado en aras de sus preferencias visuales.

La postura era un tanto forzada, aunque al maestro le pareciera una naturaleza yacente de lo más sugerente, a ella le daba igual, se limito cerrar los ojos y esperar instrucciones.

La luz tenue que entraba en el estudio,  junto con la visión otoñal que se vislumbraba por la ventana, le daba el toque adecuado que quería conseguir reflejar en su obra.

Cuando todo estaba en orden, inicio pincel en mano, a ejecutar su plasmación en un espléndido óleo.

Era muy detallista y meticuloso, las obras le solían durar bastante tiempo, con lo cual las modelos se lo tomaban con paciencia, pero todo y la calma, tenían que pedir poder moverse un poco de tanto en tanto.

Entonces se producía el drama para él, pues tenía que conseguir el mismo posado anterior, recomponer la exposición exacta, que evidentemente la modelo no sabía ejecutar.

Esto le producía un desespero, que a veces le llevaba a tirar los pinceles y la paleta por los suelos, farfullando maldiciones indignas de mencionar.

Había llegado a pensar en comprar una muñeca hinchable, pero evidentemente no tenía nada que ver, desde el brillo que despedían, sin comparación posible con la piel humana, hasta las facciones, arrugas, cabello, en fin qué no.

Así que cuando conseguía una modelo que supiera atenerse a sus instrucciones y pudiera recomponer tantas veces cómo hiciera falta la postura inicial, la retenía tanto como le era posible, aunque le costara mucho más dinero.

Tenía asumido que ese, era todo el interés que despertaba su pintura, en aquellas mujeres a las que él tanto admiraba y a las que acababa amando con los pinceles, acariciando su cuerpo plasmado en la tela, cientos de veces.

Por todo lo expuesto se deduce lo poco amante que era de la improvisación y de los cambios en su primer planteamiento.

Cuando una mariposa se poso en el vientre de la mujer, a parte del mohín que le produjo en la cara por las cosquillas, la mancha de color le alteraba su visión de conjunto.

Se acercó presto para ahuyentarla,  al darle con el pincel, un moteado de pintura, decoró aquella suave barriguita.

Desesperado, acudió a por disolvente, pidiéndole que no se moviera bajo ningún concepto, a ella se le escapaba la risa, mientras le frotaban con un trapo untado en aguarrás.

Cuando vio el resultado de su limpieza, desde su posición frente al cuadro, se percato que el tono de la piel había variado, no era el que había empezado a poner en su obra, desesperado, acudió ante su modelo, le pidió perdón y empezó de nuevo con un trapo bien limpio untado, a darle otra vez, con toda la intensidad necesaria, hasta no dejar ni rastro de pintura.

Otra vez en su sitio, contempló un vientre enrojecido por el continuo frotamiento, había desaparecido la blancura nívea que tanto le había gustado de aquella mujer.

Si esperaba a que recuperara su tono habitual, podría pasar un tiempo en el que perdería la luz natural de la que ahora disfrutaba, lo cual también le alteraría la visión que él quería.

Se veía ante un día perdido, la desazón hacía mella en él, mientras ella, acartonada en el diván, no se atrevía a moverse.

Al final, contemplando como recuperaba el color original, optó por hacerle una fotografía.  


LA COPA DE CRISTAL




                         Imagen obtenida de internet



Se imagino a sí mismo con su duro corazón de hielo hecho añicos, como una copa de fino cristal arrojada al suelo de granito.

No había vuelta atrás, se había ido. Indicándole que ya podía recoger sus cosas, pues al volver no quería ni su presencia ni nada que la recordara.

Contempló por última vez,  desde el ventanal, aquella inmensa vista de los arboles rojizos, con las hojas a punto de caer, para formar un manto de abrigo a la tierra desnuda.

Una ardilla se quedo manteniendo su vista, mientras engullía sus raciones de invierno.

Hizo un barrido con la vista, por la sala, gravando en su memoria, las características de aquella estancia, en la que tan buenos momentos habían pasado. O quizás sólo a él se lo parecían.

Tenía una maleta, una mochila, una bolsa de mano y la gabardina, a sus pies, era todo cuanto se pensaba llevar.

Quedarían los abrazos, besos, bromas, risas, suspiros, sueños, confidencias, compartidos entre aquellas paredes, pintadas de verde esperanza.

Dejaba los discos oídos mil veces, bailados algunos, un montón de libros y unas cuartillas escritas, que ya no tenían ningún sentido.

Depositó en el mueble de la entrada, las llaves con un medio medallón, que encajaba en el del llavero de ella, apagó las luces, desconectando el diferencial, así el congelador estaría apetitoso, después del fin de semana.


 Y se fue rumbo a lo desconocido, sin dar ningún portazo, con la cara desencajada y un rictus de tristeza en el semblante.