Oleo de Steve Mills
El tarro de las
esencias
La casa era
antigua, muy antigua, tenía más de trescientos años, era de esas casas de
piedra, con paredes de un metro de grosor, que aislaban del crudo invierno y
del caluroso verano.
Nada más entrar
por la puerta de servicio, te topabas con la cocina, una amplia estancia, en la
que destacaba una enorme chimenea con su banco de madera alrededor, donde
calentarse, en tiempo frío.
Unas paredes blanquísimas,
en las que destacaban un viejo escurre platos bajo el cual se hallaba un fregadero
tallado en un bloque de granito, aposentado en una encimera de baldosas, compartiendo
espacio con los fogones de carbón.
En otra pared, un
anaquel cerrado, para evitar que los ratones accedieran a los alimentos y unos estantes de madera para depositar en ellos
todas las cosas que solíamos traer del mercado.
En el superior,
una larga línea de tarros de cristal, con indicaciones de su contenido,
escritos sobre unas etiquetas adhesivas.
Invariablemente,
cuando llegábamos ante él, se reproducía la misma escena, esas cosas de los
juegos infantiles, que cuando más los repites más les gustan.
Se ponían, nos
poníamos a leer las viejas etiquetas de papel, esas con margen azul marino, que
se usaban en tiempos en los cuadernos escolares.
La cantinela empezaba:
-
Arroz, azúcar, café, garbanzos, harina,
judías, laurel, nueces, olivas, pan rallado, pasta sopa, sal… y al tiempo los
críos salían corriendo a la era, esperando ser atrapados en un abrazo de
complicidad.
-
Con el tiempo, estando más
atentos y viendo los tarros, preguntaban por unos que estaban en un rincón.
-
¿Esos que están vacíos no tienen
nombre?
-
¡Oh, sí, claro que sí! No están
vacíos, son los tarros de las esencias.
-
¿Qué es eso?
-
Pues…. Es un poco complicado de
explicar.
-
¡Cuenta, cuenta!
-
No lo vas a entender.
-
¡Si entiendo! ¡Sí, seguro, sí entiendo!
La madre, mirándome de reojo, sonríe, diciéndome con la mirada, sal
de esta, si puedes.
Las madres, siempre prosaicas, aferradas al pragmatismo, a la
naturalidad de las cosas.
Algo que se considera fundamental, en la composición, en la realización
de alguna cosa.
Por su mirada, intuí que no me estaba explicando demasiado bien,
tampoco es que lo tuviera demasiado claro, en mi cabeza.
El peque se había ido a jugar con la pelota y reclamaba mi presencia,
pero la mayor seguía plantada frente a mí, con una cara cada vez más
inquisitiva, esperando una respuesta coherente a su pregunta.
Como le explico a esta criatura, que en esos botes, tan limpios y
transparentes, aparentemente vacíos de contenido, guardan lo más sagrado de
nuestra forma de ser, de hacer, de pensar.
-
Verás, en estos botes, se guardan
las esencias, que son como una especie de perfume que nos dice como son las
cosas.
-
¡Puedo oler! Ábrelo, quiero
olerlos.
-
No, eso es muy delicado y si lo
abro y se pierde, nos quedaremos sin saber lo que somos y todas esas cosas.
-
¡Bueno vale! ¿Pero entonces para
qué los tenemos?
-
Para un caso de urgencia, en un
caso de pérdida de identidad.
-
¡Vale! ¿Me sacas la bici?
-
¡Claro cielo!