Imagen obtenida de internet
Cruzando el parque
Después de una copiosa comida de celebración, nada menos que un
treinta cumpleaños, de esas que se prolongan hasta que los camareros nos miran
con cara de siesta.
Opte por salir a caminar, una buena forma de hacer bajar,
literalmente, lo excesivamente ingerido y de paso airearme para recobrar el
ánimo.
Las celebraciones se me hacen especialmente duras, parece que me
hayan borrado la sonrisa de la cara, poniendo una de circunstancias, para
adentrarme en el mundo que me rodea.
A medida que me iba acercando a mi barrio, la noche se adueñaba de
la tarde.
Parece mentira que a finales de noviembre, desees ir en mangas de
camisa, mientras contemplas las calles adornadas con motivos navideños.
Motivo para la polémica, pues en plena situación de crisis, con
desahucios diarios y gente rebuscando en los contenedores de los supermercados,
el ayuntamiento se gasta un pastón, para alegría de las compañía eléctrica.
Dirán que así, se crea una sensación de optimismo, que impulsa al
consumidor, al que aun le quede algo, a gastarse en los comercios, parte de sus
menguados recursos.
Mientras pensaba en todo ello, me adentre en un solitario parque,
que me permitía acortar buena parte de la distancia hasta mi casa.
Un festivo, a última hora de la tarde, no solía estar muy
concurrido, ciertamente, a parte de una mujer con un cochecito en el que
llevaba a un bebe, con la que me crucé en la entrada, no vi a nadie más.
Mientras me adentraba en el recinto, admirando los frondosos árboles
e intentando adivinar el camino, que el fastuoso alumbrado municipal, con esa
luz amarillenta, que debe de hacer las delicias de los insectos, pero que no te
permite ver más allá de tus narices, hasta la próxima farola.
Ya muy en medio, llegando a un viejo caserón, reconvertido en centro
cívico, totalmente cerrado por la hora y el día de la semana, oí un crujido a
mi espalda.
De esos que en las películas, no auguran nada bueno, en el que la
chica aprovecha para abrazar al héroe, que evidentemente, nunca se entera de
nada.
Como no hacía nada de viento, ni se veía un alma por toda la zona,
me mosqueo un poco.
Siempre podría ser un perro, suelto por un incívico amo, que no está
al corriente de las ordenanzas, sobre lugares públicos,
Pero, solo un crujido y nada más, nada de resoplar con fuerza,
restregarse contra un árbol, orinarse en otro y corretear un poco.
Podía ser una piña al desprenderse en caída libre, compitiendo con
la manzana de Isaac.
Me calme, aspirando despacio y soltando aire más despacio todavía,
seguí a paso vivo hacía la salida.
Superado el claro, donde estaba el palacete, me adentro otra vez en
árboles, flores, plantas setos.
Ahí el ruido fue más nítido y no había el sonido del rebote de la
piña al caer al suelo.
Me paré en seco, como había pasado directamente de un lado a otro,
sin yo verlo, oh acaso eran dos y querían atacarme.
En esto vi unos ojos, acechantes, inmensos, escudriñando la
posibilidad de obtener algo de mi persona.
Tenía por lo menos dos metros de altura y solo le veía los ojos,
totalmente dilatados.
Entonces se pronunció, alto y claro, Dejándome con el desconcierto
por haber podido desconfiar de un desconocido.
Era un buho
Esos paseos por las sombras penumbras...
ResponderEliminarUn abrazo
Esas sensaciones que se tienen ante lo desconocido.
EliminarUn abrazo.
Una buena redacción que el lector recibe al final con una amplia sonrisa.
ResponderEliminarUn cordial saludo.
Me quedo con tu amplia sonrisa.
EliminarUn saludo.
Una descripción detallada del momento y del lugar, las sensaciones que nos brindas con ester relato nos hacen adentrarnos en ese solitario parque con el protagonista y al igual que él nos sorprende cuando descubrimos quién es el autor de los ruidos.
ResponderEliminarUn saludo Alfred y perdona por no haber entrado antes de tu blog, se me pasó.
Puri
Hola Puri, bienvenida sea cuando sea, gracias por tu grato comentario.
EliminarUn abrazo.