Casa Batlló (Foto obtenida en Internet)
Drac
El príncipe se adentró con resquemor en el espeso bosque, por donde
seguía la senda que le llevaba a la ciudad donde esperaba solucionar su futuro.
En un pequeño claro, impidiéndole el paso, un inmenso dragón estaba
leyendo un libro de caballerías.
Sin más se dirigió a él para romper el silencio incómodo.
- ¡Hola!
llevas tiempo aquí.
- Son
tantos de vuestros años que ya no recuerdo.
- Entonces
sí que llevas tiempo.
- ¿Me
dejarás pasar?
- ¿Y
por qué no? ¿Qué te lo impide?
- Tú
presencia me incomoda.
- Serás
tiquismiquis.
- Es
prudencia, no siempre te encuentras con un dragón al paso.
- Ya
estamos con las suspicacias discriminatorias.
- Pues
entonces prosigo en mi camino.
- ¿Vas
a la ciudad de Siempre Acertarás?
- Si
así es, hay fiestas y concursos y como premio al más apuesto y valiente, que
soy yo, podré obtener la mano de la hija del rey, que es, si las habladurías
son ciertas la más bella del lugar.
- Y
tú vas y te lo crees.
- ¿Acaso
no es cierto?
- Cuanto
te han cobrado por la inscripción.
- Aún
nada, pero creo que son doscientos talentos.
- No
está mal, nada mal.
- Es
todo lo que tengo, si no sale bien, tendré que irme de cruzadas.
- Solución
un tanto radical, ¿No crees? No has pensado en trabajar.
- Soy
un príncipe, no puedo Oh tengo fortuna o muero en el campo de batalla.
- Todo
un héroe si señor.
- Tu
no lo entiendes, solo eres un triste dragón de bosque con mal aliento.
- Perdona
el mal aliento es por culpa de la deficiente alimentación que me dan tus
congéneres. Me tienen a régimen de cordero todo el día, ni una triste calabaza.
- La
cuestión es quejarse, bien que traen la comida.
- Sí
es verdad, pero ser el monstruo que aterroriza a los forasteros tiene que tener
una recompensa.
- Pues
me da en la nariz que se han hartado de ti.
- Serán
capaces, estos desagradecidos y yo con estos ardores que me producen fuego en
la boca.
- No
sé, déjame pasar y con tu fuego te lo comas.
- Pasa,
pero piensa que hay buena competencia. ¿Cómo te llamas?
- Jorge,
en casa Jordi, pero eso es muy largo de explicar.
- Está
bien cómo quieras, espero que te vaya bien.
- Se
me dan muy bien las artes marciales y soy capaz de cortar una cabeza de un solo
tajo
- Pensaba
que era un rio y no una forma de corte.
- Ya
nos veremos Drac chistoso.
- Aquí
estaré, esperando la comida de esos amigos.
El príncipe cabalgó a lomos de su
silencioso caballo, que a pesar de haber escuchado toda la conversación se
mantuvo al margen de ella, ninguno de los dos le dirigió la palabra y el pudo
descansar tranquilamente y comerse un poco de alfalfa.
Cuando llegó a la población justo a un
día de camino, se la encontró toda engalanada con estandartes y lienzos
inflamados por el viento, luciendo todos los colores del arco iris.
La gente se movía afanosa por las
calles, donde había puestos ofreciendo
comida y vino para los muchos transeúntes y curiosos que iban llegando para ver
los torneos.
Llegaron hasta el mesón donde pidió alojamiento para
ambos, se llevaron el caballo a las cuadras y a él, sólo le pudieron ofrecer un
cuartucho en las golfas, donde dormía las criadas.
Todo le estaba bien, era su última
oportunidad de rehacer su vida, tras la ruina de su familia por culpa de los
excesos de su hermano, el heredero del trono.
En el pueblo constató que había cierta
tristeza en el ambiente, pues a pesar de ser de fiestas, no era oro todo lo que
relucía.
Las gentes miraban recelosas, no se fiaban
de los forasteros y los soldados enseguida estaban encima de cualquiera que
levantase sospechas.
Al príncipe le daba igual, el sólo
quería ganar la prueba y con ella el derecho a ser escogido para la bella
princesa.
Al día siguiente se levantó hecho polvo,
por dolorido de dormir sobre un jergón de paja sobre el duro suelo de
irregulares tablas de madera y por la suciedad que lo rebozaba todo, más el
inmenso griterío de sus vecinas, aprovechando sus momentos de asueto para
parlotear de todo a gritos y risas.
Una vez en la plaza, se persono ante la
mesa de inscripciones, montada para nobles autorizados a llevar capa y espada.
Allí le notificaron que para conseguir el premio mayor, tenía que competir con
los restantes pretendientes a base de imponerse a un temible dragón que vivía
en el bosque y que había acabado con la cabaña de reses y bovinos de la antes
otrora población ganadera de Siempre Acertarás. Denominada así por sus
innumerables dichos y sentencias.
Se apuntó raudo, pues el animal en sí,
no le pareció excesivamente peligroso y si juicioso, llegaría a una entente con
él y ganaría la prueba de calle.
Así que esperó su turno para salir a
competir, mientras tomaba unas cervezas con sus competidores.
Así vio como iban regresando candidatos
renqueantes, ensangrentados y sin ánimos para contar su desgracia, algunos
incluso no volvieron.
Cuando le avisaron que era su turno,
salió raudo sin ponerse armaduras ni el casco, pues estaba convencido que solo
era cuestión de hablar con el monstruo y negociar una buena entente.
- ¡Hola!
- ¡Hola!
Te estaba esperando. Vaya pandilla de inútiles que han enviado. ¿A qué viene
esto?
- Se
ve que están muy molestos por haberles dejado sin reses.
- Menuda
pandilla de mentirosos, Se las ha vendido su jefe y no ha encontrado nada mejor
que echarme las culpas a mí, que encima le vigilaba el reino
- Pues
ya ves, tenemos un problema, quieren prescindir de ti por la vía más expeditiva
posible, o sea, anularte del todo.
- Menudo
estúpido y luego que hará, ¿Cómo justificará la salida de borregos de la
ciudad?
- A
mí no me mires, yo sólo quiero ganarme un puesto fijo en la corte, con chica
incluida.
- Como
todos.
- Si,
ya llevo mucho tiempo dando vueltas.
- Pues
tú dirás
- Te
derroto, te llevo prisionero al castillo y te busco un lugar para que te
instales. Tendrás que distraer a los niños por eso, que lo sepas, nada es
gratis y escoges tú el menú.
- Me
parece bien, pero entonces no me saldrá el fuego por la boca.
- Mejor
Así los niños no se asustaran.
Le pasó una cuerda por el cuello y se
lo llevó hacia el pueblo, donde fue recibido como un héroe y obligado a casarse
con la apuesta princesa, una practicante
de sumo que estuvo encantada de tener un dragón para practicar, el cual no
pensaba lo mismo y prefería el griterío infantil bajando por el tobogán de su
espalda.
-