Foto gentileza de M.S.N.
El Níspero
(Eriobotrya japonica)
Cada primavera lucía mejor. Más hermoso y cargado de fruta a cada año que cumplía.
Al final resultó una buena idea haber escogido aquel rincón del jardín para plantarlo.
El jardinero lo desaconsejó, por cuestiones de ubicación, sombreado, humedades, tierra empobrecida y no sé cuantas zarandajas más.
Pero era el lugar adecuado para poner un árbol frutal que era lo que en aquel preciso momento de aquel desdichado día estaba disponible y presto para ser plantado, pues lo había traído la señora poco antes de desaparecer subrepticiamente.
Al resto de la familia no le importó demasiado en donde quisiera poner el árbol de marras, pues bastante apenados estaban, cómo para preocuparse por un tema tan banal.
La ausencia de la señora Florentina empezó a dejar de preocupar a la familia, al mismo ritmo que las autoridades que investigaban su desaparición empezaron a dejar de dar señales de vida por la finca, como ella hizo antes.
Era una cosa inexplicable, no había ninguna razón conocida para que le hubiera pasado algo y en cuanto irse así a la francesa, pues no era de su condición y mucho menos de su hasta la entonces exquisita educación.
Por mucho que investigaron y preguntaron, buscaron e incordiaron por toda la geografía próxima a la finca. No hubo forma de saber nada de ella, cómo sí se la hubiese tragado la tierra. Una cosa inaudita.
Incluso se sospechó de una actuación desalmada, por parte de un vecino con bastantes malos modos, con el cual siempre había habido problemas de lindes, como está correctamente mandado en las relaciones campestres. Ya se sabe que en los pequeños pueblos la gente se aburre mucho.
El único que podía haber ayudado a desentrañar el misterio, dado su habilidoso olfato y su total querencia por la desaparecida, murió al poco de saberse la noticia de la extraña ausencia de su dueña.
El desdichado animal fue enterrado por el más pobre aún y desesperado padre de familia. El cual, dado que siempre había dependido en todo del ama de la casa, se sentía perdido y no se le ocurrió otra cosa que plantar el árbol en ese curioso lugar, en el que ya se habían encontrado más huesos, supuestamente de algún anterior animal de compañía.
Y ahora, con el tiempo pasado y de mejor ánimo, el pobre abandonado, sonreía de forma desmesurada cada vez que iba al rincón a contemplar cómo crecía aquel fantástico ejemplar cargado cada vez con más fruta.
Se ponía casi tan contento, cómo cuando le comunicaron que habían dado por desaparecida a su mujer, equiparándolo a un fallecimiento y, por tanto era el único heredero de la hacienda con todos los bienes que contenía, que no eran pocos, aparte de los caudales depositados en las entidades financieras.
El Farró, 31 Mayo 2020