SILENCIOS



Obra de Amedeo Modigliani


No digas nada,
deja que las palabras
dejen paso a
los movimientos.

Que nos acerquemos
con precaución
a ese abismo
que nos separa.

Pues está ahí,
entre tú y yo,
lo hemos hecho
a base de años,
de distancias,
de canciones
no compartidas.

A pesar de que
en algún momento
estuvimos frente
a nuestros deseos
sin realizarlos.

O quizás no lo eran.

Solo fue un sueño
de verano




Sarria, 12 de Julio del 2016

Encuentro inesperado



                                                             Imagen obtenida de Internet





Waltz Nº 2

Encuentro inesperado

Situémonos  en el espacio tiempo de la acción.

Una tarde de verano en un céntrico parque, de una bochornosa ciudad de clima mediterráneo, en  un caluroso día de finales de julio, sentado en un banco municipal que asombrosamente ha sido respetado por los grafiteros o graciosos artistas en ciernes que suelen poner lemas, firmas y sentencias por todos los rincones factibles de recibir la impronta de su spray.

Aprovecho para poder leer tranquilamente, sentado a la sombra de una acacia frondosa y bien cuidada, identificada convenientemente en plan divulgativo con una placa metálica colocada en el suelo, fiel receptora de los orines perrunos tratando de marcar sus propiedades territoriales.

Oigo a lo lejos los ruidos del zoo, situado colindante al parque que me acoge, con sus rugidos de animales, chillidos de monos, graznar de zancudas y berridos de elefantes, hay más sonidos pero no sé identificarlos, sigo enfrascado en la lectura, que no me produce ninguna satisfacción, pero qué es una penitencia autoimpuesta para tiempos de asueto estival.

Mientras sigo enfrascado en la vana comprensión del Ulises de Joyce, noto una presencia incómoda frente a mí, es esa sensación que tienes cuando alguien te mira fijamente en el autobús o en un bar, que no conoces de nada, pero que tienes ahí como juzgándote de no se sabe qué.

Al levantar la vista del libro, veo frente a mí un espléndido ejemplar de tigre bengalí, con todas sus rayas puestas. Cuando abre la boca con un rugido, supongo que para saludarme, observo con desagrado unos colmillos un tanto amarillentos en exceso, el sombreado de los ojos le resta calidez a esa ojeada que me dedica, dándole un toque en exceso agresivo.

Está claro que no suele cuidarse, pues también me parece que los bigotes no los lleva convenientemente recortados, dando a su boca una asimetría extraña.

Por suerte la mirada, tiene la nobleza de los buenos salvajes, a pesar de su apariencia de presidiario, no me parece un mal bicho y le contesto en plan saludo, levantando la mano en la que tengo el libro, que desaparece en un bocado entre sus fauces, para que luego digan que los salvajes no saben apreciar nuestra cultura.

Lo triste de este hecho es que no sabré cómo acaba la historia y ya llevo muchos veranos con ella, intentándolo, tantos que estaba pensando en escribir un paseo por mi ciudad, emulando a su protagonista.

Pero ahora sólo puedo pensar en mis penosos sueños erótico festivos, y cómo el acabar en los brazos de una sensual tigresa, eran de un cariz diferente a como pintan en este encuentro.

Y echo de menos un buen violín afinado, como elemento disuasorio y amistoso, para tratar de calmar sus ansias de conocerme mejor interiorizándome en su estómago.

Por suerte los cuidadores del zoo, vinieron a tiempo de impedir que intimáramos convirtiéndonos en un solo ser,

No obstante me pusieron una multa por dar de comer cosas indigeribles  a los animales del patrimonio municipal, como es preceptivo en las ordenanzas.



Cosas del verano

                      Campo de amapolas de Van Gogh




El estruendo producido por la actividad de un martillo pilón, se cuela  con alevosía por el balcón cerrado, recordándome que ya estamos en verano.

No llega el verano a una gran ciudad hasta que no estallan con gran profusión sonora, el levantamiento de su asfalto y sus aceras.

Para disfrute de jubilados aburridos, niños traviesos  y obreros sudados, recogidos en un batallón de inmigrantes con pocas reclamaciones sindicales.

El calor es un añadido a la exaltación ruidosa de la estación en la que nos hayamos, estando al lado de nuestro querido Mediterráneo, se nos muestra un tanto pegajoso, fruto de la alta humedad ambiental.

El haber salido de casa, camino de un lugar supuestamente más tranquilo, no me ha servido de nada, sigo estando tras un balcón, cerrado, escuchando como levantan otra calle, para mejorar, se supone, los desagües, cableado, o lo que se tercie, da igual estamos en verano y hay que aprovechar el buen tiempo para la cosa de la obra pública y callejera, que sea bien transversal, es decir en todo tipo de barrios, céntricos o marginales, burgueses o populares, sensibilidad política aparte.

De tanto en tanto se produce una pausa, supongo para que podamos deleitarnos mejor, cuando reanudan su estruendo.

Los compresores expulsan un humo pestilente, cargado de partículas dañinas de esas que no pasarían un control en un automóvil amañado, pero aquí, a pie de calle, eso no cuenta y a cada arrancada, nos tumba de espaldas con su obsequiosa nube tóxica.

Me hubiera gustado hablar, mejor dicho escribir, sobre los campos dorados, cargados de mies, las amapolas rojas destacando sobre ellas, con pájaros lanzados en escuadrilla, intentando hacerse con unas cuantas provisiones. Unas nubes perezosas paseando por un cielo súper azul, en el que un sol esplendido nos muestra su cariño, ofreciéndonos todo su calor sin recato alguno.

Pero con este ruido ensordecedor, es imposible imaginarse una estampa idílica, pues rompe con la calma y el silencio que se respira y siente en la campiña.

Hay momentos en que tengo que reescribir las palabras al saltar mis pobres dedos sobre el teclado de forma inadecuada, por los temblores producidos por el retumbe de las máquinas.


He aporreado veintitrés veces una maldita cucaracha que se ha interpuesto en mi camino hacia la gloria literaria, cuando en situaciones normales, la hubiese acompañado amablemente hacia el exterior del recinto, lanzándola al vacío de una calle desolada y atrapada por el frío invernal, como antesala de una muerte digna.

Se me acusará de exagerado y desleal, contrario a la causa de la modernización de las estructuras metropolitanas, en suma en un mal ciudadano y lo soy, soy un egoísta capaz de bendecir unos minutos de paz en la vorágine de las obras no siempre justificadas pero siempre rentables para algunos.

Tal día como hoy, el país saltaba por los aires, en un encadenamiento de hostilidades y desencuentros, que un estado de derecho no pudo hacer respetar.


A saber cuánto tuvo que ver, en ese estallido de odio acelerado por unos ciudadanos desesperados,  la invasión acústica descontrolada y poco respetuosa con la pacífica vida deseable para toda la población.

ONOMÁSTICA


                  Bajamar de Joaquín Sorolla


Los ciclos de las celebraciones son repetitivos, cada tanto hay un evento, que nos marca unos días propios para celebrar.

Pero cuando quedan vacíos de contenido, son sólo un recordatorio, de unos tiempos en que celebrábamos un día importante, festivo, familiar.

Ahora, me llegan el rumor de las olas, en ese paseo ficticio, donde sumerjo mis pies en tus aguas, donde reinas como una sirena, lo sé, donde pones risas al sonido del mar.

Miraré a esa luna socarrona, que parece guiñarme un ojo, mientras me cuenta cosas y le explicaré mis locuras pasajeras.


Aunque no necesito un día como el de hoy para hacerlo, pero las fechas señaladas están para algo y yo te rindo pleitesía una vez más.

Qué tu no aceptarás, levantándome con un gesto, mis ánimos perdidos en cualquier orilla, de cualquier playa, de ese mar que nos mantiene unidos.

UNA PUERTA

                                           Mujer en el palco de Edward Hopper


Brindis

Esa puerta no estaba antes, al menos no recuerdo ninguna puerta al final del pasillo y si no la recuerdo es que no estaba, no existía. 

Lo cual haga, nada más percatarme de ella, sienta esa curiosidad insana de abrir la puerta, para ver que hay detrás.

Allí no puede haber nada, porque la puerta no existe, no hay constancia de ella, si tuviera fotos de esa parte de la casa lo comprobaría de inmediato, pero claro de un pasillo no suele haber fotos familiares, de la sala o del comedor, o incluso de la cocina sí que hay, llenas de anécdotas familiares, pero de este pasillo no recuerdo ninguna y si no la recuerdo es que no existe.

Lo bueno es que la puerta tiene la misma textura interna que las demás, incluso la misma tonalidad de amarilleo por el tiempo del blanco original, repintado a lo largo de los años por varias generaciones de habitantes y que me hacen ahora pensar en que les toca un repaso.

Antes de abrirla he tomado aire, como esperando una sorpresa, sin saber si me va a gustar o no, como el regalo de cumpleaños de la tía Antonia, que es capaz de acertar con un libro maravilloso o regalarte un jersey horrible color verde pistacho. Y en ambos casos tengo que tener una sonrisa preparada y un elogio en los labios para un “No tenías que haberlo hecho”.

Así pues he tomado aire y agarrando con fuerza el picaporte, he abierto sin más, fácilmente, con la suavidad de una puerta muy usada, me ha dejado el paso franco hacia el interior de una estancia muy amplia.

En el interior se veía una gran sala comedor, con mucha animación, mucha gente con aspecto alegre, en plan fiesta familiar o de muy conocidos.

Observando con detenimiento, he podido apreciar, desde una situación como elevada o de privilegio, estando sobre sus cabezas, una buena panorámica de todo lo qué allí estaba sucediendo, mi cara de asombro ha sido total. Pero nadie ha prestado atención a mi interrupción en ese espacio, ni que fuera en lo alto. Me sentía como en un palco, ante una representación teatral, pero siendo el único espectador.

¿Cómo podía haber una estancia tan grande y tan llena, en un extremo de la casa? Aquello parecía navidad en casa de los abuelos, bueno en realidad lo era. Pues empecé a fijarme en los miembros de aquel aquelarre festivo, donde todos hablaban a la vez y se entendía perfectamente entre ellos, con muchas risas de por medio.

No conocía a todos los ocupantes, pero sí a la mayoría, aunque ninguno de ellos prestaba atención a mi presencia, que ya digo era como de sobrevolar por la estancia o estar en un balconcillo, contemplando aquella multitud festivalera en plena celebración de un encuentro multifamiliar y amistoso.

Mi vista asombrada no paraba quieta, iba de un grupo a otro, miraba entre los diversos corrillos a ver  a quién reconocía, a veces a la primera, a veces mirando en un segundo intento, otras recordando fotos del viejo álbum casero.

La abuela con su moño bien colocado y su cara de autoridad puesta, que no obstante escondía un gran corazón, hecho de esfuerzo ante su tropa de hijos.

Mi madre a su lado, tan preferida como sus hijas, las cuales no le negaban su derecho al sitio. Te debo un abrazo, tu marcha fue presta. La tía Encarna, todo humanidad, un volumen difícil de ignorar, divertida por qué sí, hablando sin parar por encima de sus hermanas, las tías Herminia y Casilda, que ruborizadas la hacían callar. Mi tío Alfonso narrando sus destrezas al volante de aquellos viejos cacharros, mientras sus hermanos más pequeños Pablo y Antonio se reían de sus batallitas. Quién si podía contarlas, pero era muy discreto para hacerlo, era Eulogio, marido de Herminia, hombre de pro, serio y circunspecto, pero noble como el que más, tras sufrir una guerra con prorroga y ser militar hasta el fin, reconocía las atrocidades que el régimen ignoraba.

Julio su cuñado, esposo de Encarna, tan voluminoso pero más serio, sindicalista de las primeras hornadas, engañado y decepcionado con el color azul, supo reconvertirse en empresario para suerte de sus hijos.

Entre los más jóvenes, distinguía más por su voz, que por verlo, al primo José, siempre presto para animar el cotarro. Su hermano le ríe las gracias tomando una copa.

Mi padre, siempre como patricio en el senado, platicando sobre  excelencias conocidas y tú riéndote a su lado, tomándole el pelo con el cigarrillo en los dedos, esperando que te de fuego, mientras es admirado por los más jóvenes con ansias de recorrer mundo. Una nube de humo se mueve sobre sus cabezas como señal de otros tiempos, en que tener el cigarrillo en la mano era señal de confraternización.

Estoy pasmado, veo sin ver y no puedo creer lo que estoy viendo y encima oyendo. Estando tan cerca pero a la vez  distante, no puedo acercarme pues no estoy con ellos aunque los vea tan próximos y algo me separa que no es la fina capa de humo.

Ver aquel compañero de mili, caído en un atentado terrorista por una bomba lapa trampa, a otro amigo con el que compartimos piso en tiempos muy lejanos ya, o aquella chica de larga melena con ojos verdes y buenos apuntes universitarios. También a aquel piloto tan atrevido y simpático, incapaz de acatar órdenes de equipo, seccionado en un fatal accidente.

Recuerdo esas comidas familiares, en los que en una mesa inacabable, en la cual una punta no sabía nada de la otra, se compartían a parte de las suculentas viandas, conversaciones que un extremo censuraría al otro y se rasgarían las vestiduras por juicios que ahora deben de compartir tan ricamente.

Me alegra verlos en armonía, contentos en sus eternas discusiones, por ver quién tiene razón, sobre algo que olvidaron hace tiempo.

Al cerrar la puerta al salir, he tenido que girarme para cerciorarme, que no estuviera, esa puerta que no existe y no está al fondo del pasillo, de una casa que ya no habito.




JÚLIA, EL DESIG. (RAMÓN CASAS)



                                                   Distintas visiones de Julia por R. Casas




Exposición Ramón Casas




Júlia el desig
Ramón Casas
Cercle del LiceU





Exposición centrada en la relación entre el pintor y su musa, exhibida con una gran muestra de las obras en las que ella ejerce de modelo.




Julia Pelaire se convirtió, de modelo objeto de deseo, en musa, y después esposa del pintor, que ya estaba en una etapa de madurez pictórica y creativa notable.




La muestra presentada, en una excelente exposición donde vemos toda la pasión puesta en Júlia por parte del pintor, totalmente enamorado y que renunció a su mundo burgués por ir a convivir con ella y su familia.




En los cuadros se ve la influencia de esta mujer en su vida, a pesar de qué en las crónicas de la época, apenas si se la tiene en cuenta y por ello no es mencionada.




Es de agradecer el esfuerzo por reunir estos cuadros y dibujos, mayoritariamente cedidos por colecciones privadas. Que nos permiten conocer unas pinturas en las que afloran los sentimientos del pintor de forma magistral.




Exposición totalmente recomendable para los que se pasen por Barcelona en estas fechas.




Las visitas son guiadas en grupos no muy numeroso y se tiene que hacer reserva por anticipado. El guía se empeña en darnos una lección de historia un tanto condicionada por un sesgo de carácter digamos social que estaría bien si no cargara tanto las tintas, en un intento de mostrarnos las sabidas diferencias de clase, desde una perspectiva marxista de la historia.





Pero a efectos pictóricos, eso tiene poca importancia.

Una pared blanca

                                                     Flores rojas (foto del autor)



Una pared blanca


Escribiré un poema,
clavando cuatro palabras
para ti, en una pared
blanqueada para ello.

Antes de que amanezca
de que el sol te despierte,
las aves echen el vuelo
y que el mar se embrave.


Quiero tenerlo bien listo,
pensado lo que te diré
con las ideas que claman
solas dentro mi cabeza,
y desean tus oídos
como regalo de vida.
(O al menos eso creo).


Anhelo que esa pared
sea muy blanca y limpia
como un alma bien nueva,
con todas las flores rojas.

Donde escribir palabras
que solo tú, sepas leer.
Pues yo puedo olvidarme
de esos significados,
que tu sonrisa al alba
bien descifrará para mí.

Solamente tu mirada
quitará vendas de ojos
lastimados al clavarlas,
en pared blanca y limpia.


Escribiré el poema
solamente para ti. y
me leerás las palabras
que desees qué escuche.

De esos versos clavados
en mi limpia alma nueva,
tan solo quisiera oír
tus risas por la mañana.