Cuadro de Edward Hopper
Cuentos breves
25-Oct.-2013
Mientras
cenaban estaban viendo las noticias en la tele, últimamente hablaban poco,
llegaban los dos muy cansados y no les apetecía prácticamente nada, y nada es nada.
Se limitaban a
intercambiar los partes indispensables para saber el estado del bebé, la
situación laboral y la salud de los familiares.
El se limitó en burlarse de un anunció de perfumes, en el qué, el simple paso
de una hermosa mujer destilando una fragancia, convertía a los hombres en una
jauría de perros babosos que obedecían sus menores indicaciones.
Ella,
siguiendo la broma le dijo que al revés, también valdría, pues la cosa no era
muy diferente.
Al día siguiente se levantó pronto y se fue antes de lo habitual, sin
despedirse siquiera.
Mientras
circulaba por la ronda de circunvalación, se fijo en un bello deportivo, con la
capota bajada, conducido por una hermosa melena rubia.
Salieron por la misma salida, y entonces se percató de que llevaba la rueda
trasera izquierda pinchada, le hizo luces para advertirla y cuando fue visto por el retrovisor le hizo gestos evidentes del
percance.
Pararon en el arcén, no sabía por qué lo hizo él también, pero se ofreció a
echarle una mano, siempre fue habilidoso, se quito la americana dejándola en el
asiento trasero del descapotable, sobre unas cajitas, se arremangó y se puso
manos a la obra.
En un breve tiempo se la había cambiado y estaba recibiendo su gratitud eterna,
no le dio importancia, pero se sentía un caballero andante, no aceptó ninguna
invitación y se limitaron a intercambiar sus tarjetas corporativas.
Ella de una
conocida casa de perfumistas y él de una empresa de instalación de sistemas
para oficinas.
Estando en su coche camino del trabajo, un aroma dulzón surgía de su chaqueta,
pero pensó que se marcharía enseguida y no le dio mayor importancia. Dejó la
ventana bajada y el aire de circular lo disipó enseguida.
Cuando entró en su centro empresarial, la recepcionista le insinuó una sonrisa
burlona, a la qué él no prestó atención alguna.
En el ascensor, un comercial de área, le dijo si había pasado buena noche, con una
cierta chufla. Y al salir y pasar por la zona de la maquina del café, notó unas
miradas más inquisidoras de lo normal por parte del personal femenino de
administración.
Ya en su despacho, notó otra vez el aroma, y colgó la americana al lado de la
ventana dejándola abierta,
como a pesar de estar en pleno otoño, la temperatura era cálida, se permitió
estar toda la mañana en mangas de camisa.
Cuando bajó al comedor, no había ningún jefe de sección, y comió sólo, bajo la
atenta mirada del personal subalterno.
A media tarde, al salir, el aroma persistía a pesar de que se había
acostumbrado, y lo notaban más las personas que le rodeaban.
Tenía que pasar por un hotel del centro, para recoger una visita importante y
llevarla a una presentación, de esas inevitables, para estar en las comidillas
del gremio.
Mientras esperaba, en recepción, envió un mensaje advirtiendo a su pareja, que
no iría a cenar a casa y llegaría tarde.
En la espera, se encontró saliendo del ascensor una antigua compañera de la
facultad, que se había ido a ocupar un alto cargo en una multinacional en la
capital, tras acabar un máster de altos vuelos.
A donde él fue
a verla en una ocasión, llevándose una prenda intima de recuerdo, con una
promesa de volver en cuanto acabase su formación, cosa que no se cumplió a raíz
de conocer a su actual mujer, olvidándose hasta ahora de la existencia, de tan
bello recuerdo.
Sin asomo de malestar, se le acercó, besándole en las mejillas y abrazándole,
con cariño, pidiéndole inmediata información sobre su vida.
Al mismo tiempo, le sugirió que no fuera con aquel perfume tan embriagador,
pues delataba mucho sus ansias de conquistas.
Azorado no se atrevió a explicarse y quedaron en verse al día siguiente, cuando hubieran acabado con sus compromisos, para
comer en el mismo hotel, y poder ponerse mejor al día, de sus respectivas vidas.
Rápidamente atendió a su visitante, el cual se sacó un pañuelo, con cara de
pocos amigos, tapándose la nariz y comentando que le molestaban profundamente
las colonias fuertes.
Se excusó como pudo, lo llevo a la sala de celebración del acto, lo presentó a
unos compañeros y con una vana excusa, se retiró precipitadamente de la sala.
Cuando salió se topó con su ex compañera otra vez, azorado le pregunto si era
tan fuerte el perfume que llevaba, ella riendo le dijo que era cómo un reclamo
andante, y mejor llevar la chaqueta a la tintorería.
Le ofreció subir a su habitación y dársela al servicio de habitaciones, en un
momento se la limpiarían mientras tomaban algo.
Dicho y hecho, subieron, entregaron la americana, se tomaron unos gins, y se
explicaron sus logros profesionales, olvidando mencionar sus vidas
sentimentales.
Cuando le trajeron su prenda, agradecido, le prometió una invitación para más
adelante, bajaron juntos, atravesando la salida riendo y cogidos del brazo.
La cara de estupefacción de su mujer, allí en la acera, agarrada al cochecito
de su hijo, con los nudillos blancos, expulsando un odio in crescendo por la
mirada, le dejo desarmado, intento hacer las presentaciones y recibió una
sonora bofetada pública y la advertencia de que no se pasara por casa.
Su amiga le comentó mejor verse en otra ocasión, y desapareció con rapidez del
escenario, mientras intentaba en vano contenerse las carcajadas.
Mientras él se
quedaba azorado en la entrada del hotel viendo alejarse ambas mujeres por
caminos dispares.
Al mismo tiempo en la terraza de paseo central, en una de las mesas, sus
ocupantes reían las ocurrencias de un publicista, sobre los anuncios de
perfumes y sus repercusiones en el comportamiento humano.