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Las contraventanas golpean rítmicamente contra la pared, al estar
rotos los cristales, el viento se cuela por las ventanas como si estuvieran
abiertas.
Los golpes retumban en el interior de la casa, que vacía de
cualquier mueble o equipamiento, muestra en su desnudez interior, el abandono de la que ha sido objeto.
Una casa deshabitada es una triste realidad incomoda, no tiene
recuerdos que mostrar, solo su decadencia.
La marca en sus techos, del agua que empieza a filtrarse, son buena
muestra de ello.
Por no tener ni siquiera tiene un triste cartel de casa en venta,
para qué si nadie la quiere, es una casa maldita.
La gente de los alrededores lo saben bien, entre sus paredes
sucedió un trágico suceso del que nadie sabe a ciencia cierta cómo ocurrió.
Solo hay conjeturas, a cual más descabellada, la verdad es que
encontraron al don Julián, el dueño de la casa, colgado de una de las vigas del
desván con su propio cinturón, lo cual hizo que lo hallaran con los pantalones ridículamente bajados.
Llevaba varios días bailando sujeto por la correa de cuero, con lo
cual su aspecto había desmejorado bastante, ofreciendo a los visitantes una
lengua morada muy larga.
Entraron cuando al cabo de muchos días de no acercarse al pueblo,
ni ver señales de humo en la casa, los vecinos se extrañaron un poco, no mucho
pues nadie se metía en la vida de los demás, bastante tenían con sus propios
problemas.
Cuentan los que entraron, aunque luego fueron conminados a mantener
silencio, que en la casa algo terrible había pasado.
Elvira la mujer de Julián fue hallada en la cocina, con la cara
desfigurada por una perdigonada de escopeta, exactamente dos cartuchos en el
rostro, con lo guapa que era fue un trágico final para ella.
Tomasin el pequeño, que siempre iba con una vieja pelota de cuero,
que había sido de su abuelo, el difunto don Tomás, campeón de futbol con el
equipo de la cabeza de comarca en su juventud y héroe local por ello; estaba a
los pies de su madre, agarrado a su delantal, con el cuello seccionado.
Sarita, la princesa de la casa, con sus rubios rizos siempre
bailando, estaba en su cuarto con una almohada sobre el rostro, con la que
había sido asfixiada.
Como al llegar las autoridades, la casa estaba cerrada por dentro y
no vieron señales de forcejeo en ninguna entrada, la versión oficial y aceptada
por todo el mundo, fue que en un ataque de enajenación Julián había matado a su
familia y luego suicidado. Era una versión fácil y rápida de aceptar para poder
cerrar el caso, aunque Julián fuera considerado un santo varón y Elvira una
madre ejemplar.
Con lo cual no se abrieron diligencias y la casa paso a manos de un
hermano de Julián que vivía en el extranjero y no tenía, dadas las
circunstancia, ningún deseo de visitar ni ocupar.
Han pasado cerca de cinco años de los hechos y se notan en la casa,
no tiene el esplendor que gozaba cuando estaba habitada, al ser de madera está
muy desconchada y las tablas van perdiendo sus capas de protección.
Y aquí estoy, tras haber solicitado permiso para residir un tiempo
en ella, mientras trabajo en finalizar mí obra, cual Capote actual,
desentrañando todo el misterio encerrado en la casa.
Dicen que el asesino siempre vuelve al lugar del crimen.