Imagen obtenida de internet
Amanecer
Le habían dicho
que tras la oscuridad de la noche, aquel espeso manto que le impedía ver
convenientemente, siempre salía un sol radiante.
Era cuestión de
tener paciencia, en unas pocas horas de espera, el gran astro emergía tras las
montañas, iluminando su espléndido valle.
Así que se
sentó en una silla de mimbre, más bien bajita, a la puerta de su casa, provisto
de una botella de ron, para atemperar el cuerpo en aquellas horas previstas de
espera.
Al principio
estuvo imaginando como sería la aparición de aquel sol, que decía que quemaba
todo lo que tocaba y al cual no podía ni siquiera acercarte, sin quedarte como
mínimo ciego.
Por lógica,
cuando asomara por la parte superior de la montaña, quemaría algún árbol.
Pero no
recordaba ningún incendio desde hacía muchos años y no fue culpa del sol, sino
del tío Mateo, que quería dedicar una zona del bosque para cultivar forraje
para las vacas y montó una buena.
Lo encerraron
unos días en el calabozo del pueblo, como
fue cosa de poco tiempo, hasta que pagaron la multa, ni siquiera quitaron las gallinas que el cabo tenía en el.
Iba pasando el
rato, dando tragos cortos, para hacer durar la botella hasta el amanecer, que
se retrasaba y hacía prever que la botella no aguantaría tan larga espera.
De tanto en
tanto, un búho caprichoso le dedicaba uno de sus exabruptos, desde uno de las
encinas más cercanas a la casa.
Aquello empezaba
a ser un poco pesado, la postura en la silla la había cambiados decenas de veces,
incluso apoyándola sobre las patas traseras sobre la pared haciendo un poco de balancín.
El hecho era
que la botella había menguado considerablemente y no aguantaría hasta el final,
ni siquiera restringiendo los tragos al máximo y alargándolos más en el tiempo.
Claro que podía
ir a buscar otra botella, pero con la mala suerte que siempre tenía, seguro que
en cuanto se levantara para ir a buscarla y entrara en su casa, el sol se plantaría
ahí delante sin avisar y dejándole con un par de narices.
Terrible
decisión la suya, estaba harto de ver el sol en lo alto sin conseguir saber cómo
se asomaba, por aquellas montañas tan altas, pues le habían llevado más de tres
horas subirlas, un día que quiso saber qué había al otro lado.
Lo tuvo que
hacer a escondidas, pues no le dejaban salir solo de correrías por ahí, decían
que era peligroso.
Total por una
vez que se encontró con un cazador de jabalíes, una mala bestia que se había
cargado a una marrana y pretendía hacer luego puntería con los pequeños jabatos
que se acercaban a su madre muerta, la cosa le molestó y con su propia escopeta,
la del cazador, al que se la quitó de un manotazo, le pego un perdigonazo por
la parte trasera, que le obligaría a parecer un colador a la hora de sus
evacuaciones.
Eso hizo que
nunca le dejaran coger la escopeta de padre, ni salir solo a pasear por el
bosque, ni siquiera ir a un pueblo cercano, donde estaba la escuela.
Total un día el
maestro, harto de repetirle las cosas varias veces le pegó con una regla en los
nudillos de las manos, entonces también se enfado mucho y lo tiró dentro del
estanque de la fuente que había en medio de la plaza, por aquella época no
había tanta sequía y por suerte estaba llena de agua.
Los compañeros
del aula, aplaudieron a rabiar por su puntería y por quitarles de en medio un
tipo con tan malas pulgas. No era fácil acertar desde el piso de arriba hasta
en centro de la plaza, algunos de los que jugaban al baloncesto no lo
conseguían siempre.
Luego vino una
maestra, muy joven y moderna, que les explicaba las cosas de la vida, como si
ellos no estuvieran al corriente, pues quien más quien menos, allí todos vivían
con animales de granja. Y estaban al corriente de la semillita y las abejas y
todo eso.
Por una vez no
fue él, quién se metió en un lío al colarse en la habitación que tenía
Prudencia, se llamaba así la pobre chica que habían enviado de la capital, para
enseñarle en vivo y en directo cómo funcionaba la cosa esa de la reproducción
animal. Un poco animal si era el protagonista.
Don Genaro, el
alcalde se enfadó muchísimo, pues la chica quiso irse, pero cobrando una indemnización
de aquí te espero.
Por suerte el
padre Jacinto lo arreglo todo, al decir que la chica iba provocando con esas
faldas tan cortas y esos escotes tan generosos y ya se sabe que la gente de
campo, es un tanto impetuosa. Así que un poco más y le hacen pagar a ella el
disgusto.
Sea como fuere,
allí estaba él, con una botella vacía, sin ron, bajo las estrellas por cierto ¿Dónde
se habían metido? Y esperando un sol que no salía nunca de su escondite.
Cuando empezó a
llover, no se lo pudo creer, agarró la botella y la estampó contra la pared, le
pegó un puntapié a la silla y entró en la casa.