Foto cedida por la D.G.T.
The Great Escape | Soundtrack Suite
(Elmer Bernstein)
El viento que nos da en la cara lo provocamos nosotros en nuestra rápida escapada.
La cosa se complicó nada más salir de la ciudad, con aquel calor con el cual no había neurona que pudiese funcionar correctamente.
Por suerte la moto se limitaba a seguir las indicaciones recibidas sin cuestionarse nada ajeno a ponerse en marcha y correr tanto como el puño del gas le indicara.
Además, el consumo no lo controlaba y tampoco le importaba mucho el elevado coste de la cada vez más preciada gasolina.
Ya llevábamos unas cuantas horas de fogueo carreteril, tragando millas sobre el asfalto, que parecía fundirse en negro para hacernos desaparecer en sus entrañas.
Había considerado una brillante idea hacer aquella escapada al norte, pensando inútilmente en tener un clima veraniego más suave que el soportado en nuestra ciudad de procedencia.
Con la agradecida excusa de ver una exposición de lo más interesante para los amantes de quemar carburantes contaminantes, más el añadido de permitir conocer una persona admirada.
Pero la cruda realidad impuso su verdad, el clima fue algo diferente a lo esperado, el norte se convirtió en un insoportable caluroso sur, que sólo pudo ser apaciguado con cantidades de cervezas no cuantificadas, nos metíamos en los locales refrigerados para dejar de respirar como buenas merluzas del norte.
Una situación así, te altera la sesera y no permite poder valorar con ecuanimidad todo aquello que tienes alrededor o te sucede en proximidad.
Justo cumplidos los objetivos personales que dieron pie a la aventura, reconfortados con la satisfacción de haber acertado en su descubrimiento, tocaba iniciar el regreso al punto de partida, con la temperatura en alocado ascenso.
Así no es de extrañar que aceleráramos el paso más de la cuenta, por aquello de llegar a la frescura prometida antes del último adiós.
Barcelona, 27 agosto 2022