Foto del autor (Nueva librería Finestres de Barcelona, vista desde el exterior)
La inauguración de una gran librería en un día tan señalado, sólo podía traducirse en una buena afluencia de público.
Además, es agradable ver como se revertía la tendencia que había llevado a cerrar emblemáticos locales, (esas nobles librerías donde el ruido de las estanterías de madera se acompasaba a la respiración de los ojeadores), incapaces de superar el escollo de la especulación inmobiliaria.
Propiciando las calles tomadas al asalto por oficinas bancarias de dudoso gusto, que ahora con una reconversión salvaje, cedían el terreno ocupado, tras el cierre de las mismas.
Así pues, acudir a una nueva oferta, con todo pensado para ofrecer el lugar ideal para leer, mirar, remirar, comentar, especular sobre el mundo de las letras, era una cita obligada para el Día del Libro.
Cuando un viejo conocido le dijo, te voy a presentar a ...
Solo mirarse ya notaron que algo en su interior se encendía.
Una agradable sensación, a la que ambos ya no estaban acostumbrados.
Pero que ese fuego interno no se podía ignorar, también lo tuvieron bien claro.
En un momento, así de golpe, desaparecieron todos los personajes de su entorno, nada ni nadie importaba.
Estaban ellos dos frente a frente, sin que nada les distrajese, como cuando bajas el volumen de una radio excesivamente ruidosa al poner los anuncios, en este caso unas presentaciones que no venían al caso.
Se acababan de conocer, pero ya eran íntimos. Se habían mirado a los ojos, imaginando la sonrisa que cada uno ponía en ellos, era demasiado fantástico para ser real.
No importaba con quién acababan de llegar al acto y al lugar, estaba claro que saldrían juntos y solos de allí.
Caminaron y caminaron sin tiempo ni lugar, por calles y plazas tomadas al asalto por tribus de ávidos lectores, en época de fin de veda.
Con las mascarillas puestas sus voces ahogadas no impedían las risas cómplices.
No hubo lugar a discusión, se sentaron en la primera terraza en la que por olvido quedó una mesa libre. Pidieron lo mismo por qué ya les estaba bien y al dejar libre el lugar, tampoco tenían dudas a dónde ir.
La cama de él gano la apuesta, era más grande.
Enfilaron el paseo con andares vivos ante el destino predeterminado y aceptado con común alegría.
Lástima, aunque tardarían tiempo en lamentarlo, ya que ambos salieron sin que les firmaran sus libros.
Enterraron con paletadas de indiferencia, todo aquello que pudiera hacer fructificar una relación sin un intenso deseo.
Barcelona, 29 abril 2021