Encontronazo
Sus miradas se encontraron en una tarde de febrero de esas despistadas, pues sin ser primavera lo parecía, ya se sabe que el tiempo anda algo alterado y con eso del calentamiento global las estaciones rondan alocadas.
No importaría mucho para la historia si no fuera que, para ellos los protagonistas, una tarde así de buen tiempo, en la que te puedes pasear con la chaqueta al hombro, olía a primavera, a ver despuntar flores en los árboles y pájaros danzar juntos, se prestaba a cierto encantamiento.
Y ellos no iban a ser menos, aunque de buen principio no lo supiesen, un encuentro así, fugaz pero intenso no estaba premeditado, simplemente ocurre, como eso de que los planetas están bien alineados para que uno tenga la ocurrencia pertinente para saltar a la palestra con una ocurrencia única.
Muchos paseantes por la calle, mucho chancletero con la mochila a cuestas, ciclistas con ese gran maletón a la espalda, gente con túnica cantando, bultos escondidos mirando escaparates de lujo, tipos serios presurosos con la cartera de negocios por cerrar, oyentes con los cascos puestos, patinadores sin escrúpulos, alguna vecina con el carro de la compra y policías con el ojo atento y la mano en el subfusil para cuidar la seguridad ajena.
Y entre toda esa multitud, en una de las calles más transitadas de la ciudad, se tenían que chocar sus miradas.
No dando pie a especulaciones, ni dejando para más tarde lo que podía haber sido, pero no llegó a ser, fue un ahora y aquí.
Él supo al instante que era la mujer de su vida, ella supo inmediatamente que nunca se había sentido tan agradablemente desnudada.
Mientras le ayudaba a recoger sus pertenencias que habían caído al suelo, le mostró sus más sinceras disculpas por el encontronazo, a lo que ella advirtió que no tenía culpa alguna, que estaba despistada observándole.
Ante esto el no pudo más que sonrojarse disimuladamente ante un ataque tan directo y proponerle ir a tomar algo, ya que precisamente estaban cerca de su casa.
Ella alisándose las faldas y cogiendo los libros que él había recogido del suelo, le sonrió desconcertada ante una directa tan certera.
De los treinta encontronazos habidos en los últimos días este era el único que parecía tener posibilidades, la lástima es que uno de los libros que había recogido del suelo le daba cierto “yuyu”. Pero ya se sabe que nadie es perfecto.
Así que se dedicó a enaltecer la literatura y a mostrar mucho interés en lo que parecía ser prioritario para su escogida víctima.
Ante aquel asalto tan poco delicado, por ir mirando al cielo en un lugar tan masificado, no tuvo otra que aceptar las disculpas ofrecidas y mostrar las propias, mientras observaba que no estuvieran sucios o estropeados los libros que había sacado de la biblioteca, para el trabajo sobre literatura inglesa de principios del siglo XX.
El chico le gustaba (por eso no evitó el tropezón) y ya iba siendo hora de tener un poco de distracción, esperaba que no fuera un pelmazo, cómo esos que corrían por ahí dándose de literatos en ciernes y loando todo lo que estaba escrito, cuanto más raro mejor.
Mientras él intentaba recordar todo lo poco que sabía sobre literatura, ella le sometió a un tercer grado para saber todo lo posible de su persona sin que se notara demasiado.
Parecía una combinación perfecta, pues al cabo de muy poco tiempo los libros fueron devueltos e iniciaron uno propio a cuatro manos.
Barcelona, 26 Febrero 2020