¡Ahí! ¡Sí ahí mismo! A la izquierda, donde empieza el muro, estaba
nuestro puesto de control, el 11 bis. (Fotos colección del autor)
De cómo fue mi primera participación activa en las 24 horas
motociclistas de Montjuïc, allá por la prehistoria…
…estábamos en tierra de frontera, en un control que nadie sabía
que pintaba allí en medio, los miembros de otros puestos vecinos nos miraron
con la cara de desdén, propia hacia los novatos.
Nosotros imperturbables, nos limitamos a montar la tienda
de campaña adjudicada y poner, todas las cosas para contingencias varias, en
orden.
La carrera se iba desarrollando con la tranquilidad
monótona de ir viendo pasar las horas y notar cómo sus participantes iban
disminuyendo.
Estábamos encantados de poderlos ver en primera línea y sin
pagar, bueno eso ya lo habíamos conseguido antes también, pero esta vez íbamos
de legales.
Pero es lo que tienen las carreras de resistencia, que
algunas máquinas no resisten y ceden, y otras veces es el factor humano; el
cansancio hace mella en alguno de los pilotos, y esa fracción de segundo en
frenar o trazar, es fatal y puede
conllevar el accidente.
Para eso estábamos nosotros, bueno, me refiero a los
controles de pista normales, lo nuestro era una circunstancia especial. El
control 11 bis. Lo cual la indicaba que éramos un añadido, de última hora, (lo
que se dice una improvisación, vaya), entre dos controles de verdad. El del
Ángulo y el de la Rosaleda, donde esa
especie de falsa curva, que ya tomaban bastante despacio, al salir del ángulo y
antes de frenar para la siguiente, allí nos pusieron.
¡Allí! Pero justo allí donde nadie esperaba que pasara nada,
en una zona entre dos curva lentas, tuvo que ocurrírsele a alguien caerse y no
solo eso, sino poner la pista perdida, derramando gasolina del depósito, que
al ser de dos tiempos implicaba aceite en pista, añadido al del cárter, también
depositado cual fina capa deslizante por el asfalto.
Nos faltaron pies para correr y manos para indicar el
problema a los participantes. Como
jabatos noveles en esas líderes, desplegamos un abanico de banderas amarillas,
para indicar la peligrosidad del lugar, (por aquel tiempo el color amarillo
estaba bien visto por las autoridades, competentes por supuesto) avisando de máquina
accidentada en pista, con piloto aturdido en el margen, por suerte sin
consecuencias graves, aparte del orgullo herido y esas cosas. pero con el asfalto
en mal estado.
Y lo más importante, mi presencia en la pista ondeando la
bandera que mejor nos representaba y en aquella ocasión totalmente obligada, la
de aceite por la zona de la trazada.
Protagonistas del momento, como toreros ante el peligro,
así nos mostrábamos a las hordas de bestias que acometían la curva temerosos
con lo que se iban a encontrar, ya avisados por el anterior control de que la
cosa estaba chunga.
Mientras desesperados, mis compañeros echaban sepiolita a discreción en la pista, para absorber
el fatídico líquido derramado, yo seguía sólo ante el peligro, pensando cómo me
había dejado engañar de aquella manera, para ver la carrera gratis y en primera línea, según nos
dijo el amigo que una vez instalados en el control pirata y montada la tienda,
desapareció para hacer relaciones públicas y pavonearse con la cinta puesta de
controlador total, ese pase para todas las zonas prohibidas, menos la que le
correspondía.
Pero eso, a la moza agraciada con aceptar sus graciosa
invitación no le iba a importar mucho…
Pero cómo le explicarían a mi madre que hacía yo en medio
de una pista con las motos pasándome casi por encima, mientras las toreaba
mostrando la bandera para mi cuatribarrada, para los demás la de “peligro:
aceite en el asfalto”
cuando me desengancharan de alguno de aquellos centauros,
que apenas me veían, dado lo diminuto de mi tamaño, por mucho trapo mostrado,
sólo veían una bandera con patas.(Por suerte tal cosa no aconteció)
La cosa se fue normalizando, mientras una vez retirado los
escombros y el asfalto se quedaba limpio tras el sucesivo pase de competidores
por el polvo blanquecino que habíamos puesto en la pista.
Aplausos y pitos es lo que nos correspondió a la cuadrilla actuante
por parte de los verbeneros espectadores que aquellas horas de la noche,
desviaron su mirada de las cervezas para ver el espectáculo ofrecido.
Digamos que superamos el trance con nota. De aquel grupo,
unos acabaron corriendo, otros participando en algún equipo y otros de fieles
espectadores, pero disfrutando todos un montón de la montaña mágica.
Así varió en los siguientes años, nuestra participación en
la carrera de motos más significada e importante, de nuestra querida ciudad preolímpica,
digamos de forma sustancial. Pero eso ya lo iré contando…
Barcelona, 27 Diciembre 2017
Fotos colección del autor