Foto de I.C.C.
Una misiva azul
Cuatro de la madrugada, una sombra furtiva baja
por las escaleras del edificio, solo un punto de luz, proveniente de una
pequeña linterna de bolsillo le indica el camino, para evitar tropezar con
alguna alfombrilla de esas puestas ante las puertas, o con una bolsa de
desperdicios mal puesta; hay vecinos con muy mala conciencia muy expresa al
respecto.
Llegada al hall de entrada, se aproxima a los
buzones de correo y abre sin producir ruido alguno, tras un ligero forcejeo, un
buzón del cual asomaba un pequeño triángulo azul, indicativo de haber un sobre,
carta o algo, en su interior.
Al sacar la pequeña llave una vez vuelto a
cerrar la trampilla del compartimento de madera, el tacto sometido al
abrigo de unos cálidos guantes de lana le juegan una mala pasada, la llave cae
al suelo, provocando un sonido que resuena de forma estridente pues a pesar de
su pequeño tamaño, va acompañada de un llavero tamaño regio.
Ese pequeño ruido, altera el ligero sueño del
gordo gato de la vecina del principal, que en su sordera, hace compartir
los seriales televisivos al resto de vecinos a cualquier hora del día o de la
noche.
Con los maullidos del vocinglero animal,
tirano en ciernes con sus caprichos alimenticios en plan gourmet, que su dueña
cumple escrupulosamente, con encargos en el súper, que superan a los de una
familia de tamaño medio, es decir papas y dos retoños.
Al ruido de gato, contesta rápido el
perro del segundo, para deleite del resto de población perruna, aburrida de su
triste existencia de presos encerrados con derecho a paseo vigilado y una
comida monocorde al día.
Al concierto resultante a capella, con
todo tipo de voces caninas, se le suma, la incorporación de improperios por
parte de los propietarios de tan dulces mascotas, compañeros inseparables de
los momentos más felices en la vida de sus amos, que no entienden la alegría
del vivir, a esas horas en que la noche bulle de vida.
El griterío resultante ayuda mucho a
ello. Y si no que se lo pregunten a las cucarachas en su
paseo noctámbulo
La sombra, estática esperando se calme
tamaña marabunta, está al pie de la escalera, en el más puro estilo gallego,
hacer ver que no se sabe si sube o baja.
Nada de usar el ascensor que delataría su
presencia, e iría iluminando los rellanos, en las mirillas de cuyas puertas,
estarían al acecho, los atormentados seres despertados a unas horas
intempestivas, en las que ya estaban descansando de sus discusiones familiares
diarias.
Poco a poco, la paz vuelve a reinar, con
alguna bronca apagándose, contra el último animal en dejar de hacerse oír en
otra aburrida noche sin poder ladrar a la Luna, a pierna suelta.
La lucecita empieza avanzar, subiendo
peldaño a peldaño, con suma delicadeza, las bambas de moda y de última
generación, amortiguan sus pasos de forma felina.
Pasa por delante de las puertas, girando
la cara en sentido contrario para no ser reconocido, llegando hasta su puerta,
abriéndola e introduciéndose, cómo un buen agente secreto de una película
de espías, esas de la guerra fría.
Una vez introducido en su habitáculo, la
sombra se convierte en un ser humano, del género masculino, peinando canas y
porte poco o nada atlético.
Con el sobre en la mano, se sienta ante
un escritorio, enciende una luz de lectura, también usada para escritura, y con
un abre cartas, perfecto para un crimen en la campiña inglesa, lo abre con un
cierto cuidado, por preocupación ante lo desconocido y la reverencia ante un
ritual de liturgias muy antiguas, perdidas en el tiempo.
Cuando ha mirado el remitente, no ha
podido averiguar de quién se podría tratar, unas iniciales que no se recordaban
y una dirección postal ignorada en la base de datos de su desmemoriada cabeza,
no le daban ninguna pista a seguir.
Así las cosas, una vez abandonado el
pasamontañas, de estrecha abertura y muy apropiado para pasar desapercibido en
estos momentos de calor agobiante, nuestro hombre, absorto en la misiva, lee y
relee su contenido, con el entusiasmo y la fe de los agnósticos.
Una antigua novia, cuyo rostro se
difumina en el blanco y negro de cuando existían las pelis de arte y ensayo,
quiere recordar a todos sus amigos, parientes y conocidos, que le ha llegado la
hora de finalizar su vida laboral y quiere despedirse haciéndolo saber al
máximo de gente posible, siendo así, el afortunado con una invitación, que para
sí quisieran, cualquiera de los amantes de los jolgorios fatuos, típicos de los
veranos con cenas a la luz de las antorchas, apagadas por la brisa mediterránea
de nuestra querida costa, donde se protegen de los calores veraniegos, los
prohombres de la cosa dineraria.
Cómo han localizado, al astuto vecino,
enemigo acérrimo de cualquier parafernalia, escondido siempre en su guarida,
esquivando incluso al presidente vitalicio, en sus inquisitivos abordajes,
tanto en el ascensor cómo en el campo abierto de la escalera.
Misterio insondable, que sólo el buscador
más descarado, ha sido capaz de desvelar.
Se sabe descubierto, perdido en la vorágine de tener que dar
señales de vida, ha cometido el error de abrir la carta, ya no puede dejarla en
devoluciones y poner desconocido. Se avecina una importante tragedia personal,
tener que excusarse o peor aún, tener que ir.
Lo mejor es atajar el asunto, por las bravas, con mano firme y
decidida, con la rapidez que requiere solventar un asunto personal de tamaña
gravedad.
Así qué sin pensarlo dos veces, la primera reacción es la que
vale, coge un sobre, en este caso sólo tiene unos de color crema, que para el
caso valdrán igual, y con letra amorfa de palote, va poniendo la dirección de
su querido presidente, a quién considera tan desmemoriado como cualquiera, para
cómo no recordar una compañera lejana en el tiempo y en los recuerdos.
Además una invitación es una invitación, seguro que le gustará
pavonearse de ella.
- ¡Hola Buenos días!
- Buenos días.
- Menudo follón esta noche ¿No?
- Sí, con el calor los animales se vuelven más ariscos. Y encima
empiezan ya con los petardos.
- Sí, eso parece.
- ¡Vaya! ¿Veo que es usted el que tiene carta hoy?
- ¡Ah! Sí, es verdad. (Con una cara que se ilumina por
momentos, ante un acontecimiento en su anodina vida).
- Bueno todos tenemos cosas de tanto en tanto, la mía de ayer, era
pura propaganda de un coche, publicidad personalizada le llaman ahora. ¡Ya ve!
- Pues la miro ahora mismo.
Rasga con apremio el sobre de marras, poniéndose las gafas, que
según la moda al uso, se llevan colgadas en dos partes, divididas en medio,
Se lee el tarjetón con la invitación, se mira el remitente con
cara de sorpresa mal disimulada y suelta:
- Parece de una compañera de la facultad, alguien de mi promoción,
que se jubila, pero no la recuerdo la verdad, pero claro como yo era delegado
es más fácil que se acuerden de mí. (Dice todo ufano, pavoneándose sin rubor
alguno).
- Pues nada, que la disfrute, cuando esté allí, seguro que la
recuerda, a lo mejor es un antiguo ligue y...nunca se sabe. (Mientras se
le escapan unas risitas tendenciosas y jactanciosas.
- ¿Eh? ¡Sí Claro! (Soltando una risitas nerviosas y acomplejadas).
- Adiós, Buenos días.
- Adiós, adiós. (Hinchado como un pavo relleno).
Sarrià, 21 Junio 2017