Foto de I.C.
¡Adiós
Muela, Adiós!
Lo
de hoy es una vivencia personal de las que dejan huella, o mejor decir, que
notan la ausencia de ella.
Son
muchos años compartidos, allá por donde empezó la madurez, bueno eso es una falacia
como otra cualquiera, llamarlas muelas del juicio, por aparecer a una edad en que
se supone a uno ya formadito, tiene su qué.
La
cuestión es, tras una dura batalla, contra el dolor, el insomnio, las pocas ganas de comer cosas muy sólidas, al
final, rendido a la evidencia, no ha quedado más solución que acudir al
especialista.
Al
cual he podido llegar entero, gracias a los buenos oficios de una amiga, que me
ha mantenido con un hilo de esperanza, en esto de seguir con un poco de
entereza ante el desmoronamiento personal, en un valle de lágrimas, víctima de
la tortura, que supone una muela desbocada.
Así
qué, con cara de pasmo, un poco reconfortado al saber, que a pesar de las
fechas, podía visitarme, para darme la alegría de luchar juntos contra la
adversidad de una muela poco juiciosa. Me he presentado a la consulta a primera
hora de la mañana, en una visita exprés, cortesía para amigos.
Sinceramente,
pensaba que era cuestión de una galería formada en su interior, por donde se
colaban todos los diablos que me querían mal.
Pero
tras la observación de rigor, tras los saludos y el recordatorio, de qué solo
hacía casi veinte años, así como quien no quiere la cosa, de la última visita.
Importante
de cara a la valoración de daños y como obligación personal ante las medidas
preventivas que son responsabilidad de cada uno.
La
cuestión es importante, el hecho, que el diagnóstico ha sido claro, preciso y
meridiano, la muela y yo nos teníamos que separar, por el bien prioritario de
mi lucidez mental. El dolor es una mala compañía.
Sin
hacer mención del consabido pacto entre caballeros, de todos nosotros conocido,
entre odontólogo y paciente, que aquí, amistad por en medio y calidad profesional
manifiesta, no había lugar.
Así
que me he ido empequeñeciendo aún más, sentado en el sillón de torturas,
contemplando el instrumental reluciente, que la asistente, con su mejor
sonrisa, iba disponiendo ante mí.
Ver
aquel pedazo de maxi jeringuilla, con la dosis pertinente para anestesiar la
zona, no tranquiliza mucho; a pesar del conocimiento previo, llegas a dudar de que
sus intenciones sean buenas y las más correctas para mi bien.
La
verdad es que la muela no se ha resistido mucho, creo que era consciente que su
suerte estaba echada, y oponer resistencia sería alargar inútilmente una
situación del todo insostenible.
Algo
mío, muy mío, muy personal, como es una muela del juicio, cosa de la que he
tenido poco y usado menos, se ha quedado allí, como un despojo o para él, como
un trofeo de caza.
Me
la ha mostrado, pobrecilla, sola y separada de sus congéneres, igual pretendía
que me hiciera una “selfie” de despedida, pero estaba demasiado emocionado para
pensar en nada y he optado por callar, con la boca cerrada aguantando el algodón
taponando el hueco dejado por su ausencia.
Como
experiencia, digamos cruel, de las realidades de la vida, puede servir, pero no
es recomendable; tiene que haber algún modo menos traumático de hacerse una
idea de lo que representa por estas fechas, saber que Papá Noël no existe.
Empequeñecido
por la experiencia, desolado por tamaña pérdida, asumiendo que el paso de los
años no hace, sino limitar nuestras perspectivas, de cara a eso de ir cumpliendo
años, sin mermas físicas aparentes, he salido de la consulta, aligerado y
reconfortado.
Una
experiencia más, en eso de ir pasando por este valle de lágrimas. ¿Pero tiene
que ser un valle de lágrimas?
Creo
que no.
Sarria,
22 diciembre 2016.