Casimiro Rodrigo benjumea era un marinero de pro, alto recio y muy tostado por el dorado sol patagónico, acabó sus días en la añoranza de sus aventuras en época de navegación, cuando para él las circunstancias de la vida hicieron que fuera apartado del patronaje de la Emeralda, bella embarcación a la que siempre se sintió atado, como con vínculos matrimoniales jurados a la luz de la Luna.
Se inició entonces un declive físico y moral, que minaron su auto estima a una muy baja puntuación, lo que le llevó al abandonó personal y el de su vivienda, que compartía con cierta asiduidad con un perro de mil razas ninguna conocida y que no respondía al nombre otorgado de Perikos.
No tenía mujer pues estaban todas en puertos diferentes, ahora alejados de su destino, estando ahora varado en la playa, donde se entretenía intentando vender réplicas de barcas hechas en madera a los pocos turistas que se paraban a mirar su mercancía.
No vendía mucho la verdad, pero le permitía hablar con los visitantes si estos se prestaban a escuchar sus pláticas, cuando le preguntaban por sus artesanías y así al menos sacar para algún trago de ron.
No tenía amigos, el estar siempre navegando arriba y abajo, no le permitió mantener una vida social en su pueblo, donde sólo recalaba en tiempos de obligado descanso impuesto por el sindicato en aquellos tiempos de influencia importante.
Le gustaba pasarse por el parque de bomberos donde joven pugnó por alistarse, no siendo aceptado por cuestión de estatura, pues era demasiado alto y al capitán le molestaba tener subordinados que le superaran.
Luego vino el mundo de la navegación que le absorbió totalmente y hasta ahora nunca más pensó en su viejo sueño de apagar fuegos y rescatar a damiselas colgadas del balcón, aterradas ante un fuego destructivo, esperando en camisón deseosas de estar en sus fuertes brazos salvadores.
Ahora alejado de aquellos sueños juveniles, se limitaba a admirar el brillante camión en el que el aullar de una sirena sólo asustaba a los perros y hacía que toda la chiquillería saliera corriendo en las bicis a la búsqueda de emociones fuertes contemplando un rescate.
Los del pueblo sonreían al verle y escuchar sus cuentos ante la atónita mirada de los crédulos visitantes que acababan de bajarse del oxidado catamaran que les había trasladado por el lago andino, sin sospechar que Casimiro Rodrigo Benjumea fue su capitán durante cuarenta gloriosos años.
Puerto Varas, febrero del 2016.
Muy buen relato para adobar tus crónicas de viaje.
ResponderEliminarContemplando el paisaje y los locales, se te ocurren cosas.
EliminarUn relato cierto o no, de un tiempo y un oficio, que un hombre que ha vivido, quiere trasmitir porque no se arrumbe en el olvido toda una vida
ResponderEliminarUn beso
Un hombre sin memoria, con ganas de haber vivido mil aventuras que no recuerda pero que cuenta como siente, aunque sólo fueran sueños.
EliminarUn beso.
Nos dejamos mecer por la cadencia del relato
ResponderEliminarSaludos
La tranquilidad de la tercera edad, como aguas que mecen la orilla.
EliminarSaludos.
Qué bien cuando la inspiración nos sorprende con un relato así!
ResponderEliminarBesos.
Ves un viejo en un puesto, turistas desembarcando una vieja casa y ATAS unos cabos, que podrían ser una historia.
EliminarBesos!
Este es ALfred un personaje singular,soñador e inocente que cree todos sus sueños y decide darle apariencia de realidad.
ResponderEliminarBesos
Puri
Un viejo jubilado que en su retiró convierte aventuras soñadas en realidades para desconocidos y ganarse la fama que nunca tuvo de intrépido navegante. ;)
EliminarBesos.