Quedamos al pie de un monumento, conocido por un topónimo popular, que no tiene nada que ve con el suyo oficial.
Son las cosas que mantienen viva a una
ciudad, las denominaciones de las cosas, no siguen los parámetros de los que
cortan la cinta.
Tras abrazos, besos, preguntas por
familiares directos y demás parafernalia en un encuentro amistoso, iniciamos paso
a paso, un recorrido no previsto hacia el centro.
A través de una avenida muy concurrida,
de amplias aceras, con edificios curiosamente salvados de la piqueta, a pesar
de su belleza intrínseca.
La conversación toma derroteros que
nada tienen que ver, con la rectilínea calle por la que se mueven, pues en
círculos concéntricos va asfixiando lenta pero inexorablemente aquello ajeno
que no les es grato.
La bajada al centro implica irse
encontrando cada vez con más gente, todos moviéndose hacia un mismo destino
aunque no sea universal.
Qué pueden llegar a decirse dos
personas,, mientras andan no buscando nada, pues todo aquello que les motiva y
satisface.
Adentrados por lo que en tiempo fue la
principal arteria de la ciudad, se unen a la riada ya convertida en marea
humana, que se desparrama por las calles adyacentes, con múltiples establecimientos
ofreciendo sus mercancías.
Sin aflojar el paso ni dejarse tentar
por dichos ofrecimientos, quedan al fin detenidos ante la catedral, no por sus
encantos, sino por un saxo acompañando una bella melodía, entonada por un
cantante callejero, que no desmerece la de una voz acostumbrada al interior
acogedor de un bello escenario.
Sentados en la escalinata, disfrutan de
un descanso merecido por esos andares apalabrados, mientras escuchan con
atención devota, por el lugar de la música ofrecida.
En su reinicio, las piernas les llevan,
sin orden alguna por un claustro abarrotado, donde nadie se fija en las lápidas
que yacen a sus pies.
Pasando por calles, en las que los
antiguos y venerados negocios inician la retirada ante la llegada de las
franquicias tan del gusto de nuestros visitantes.
Allí donde se amplía un poco el
espacio, otros grupos ofrecen sus actuaciones, cada uno con su corrillo.
Llegamos, recordando lo que aquellas
calles nos ofrecieron en nuestro pasado personal, ante la basílica, entre cuyas
piedras, mil notas nos ofrecieron el paso del tiempo.
Sin ser desconsiderados con los héroes
de tiempos pasados, pero tampoco fieles acólitos de presentes inciertos, nos
dirigimos hambrientos a un local que ofrece la pitanza de una forma gallarda.
Un paseo para repetir, en una ciudad Condal que nunca duerme para quien busca rincones donde habitar las miradas inquietas.
ResponderEliminarUn beso
Una Barcelona, que sigue esperando tus pasos por sus calles, y tus palabras entre sus ruidos.
EliminarUn beso.
Un paseo tranquilo y en buena compañía es siempre agradable y si además te reporta buenos momentos vividos en el pasado entonces mucho mejor.
ResponderEliminarAlfred me encantó pasear y disfruté mucho con la compañía.
Besos
Puri
Es una conjunción de todo ello, cada recorrido te reporta nuevas experiencias que sumas a las anteriores, con compañías nuevas con las recuerdas a las anteriores. Gracias.
EliminarBesos.
El transeúnte se deja llevar y ambientar por una transcurrida y singular Barcelona, llena de vida y turismo. Lo difícil es explicar la historia y vivencias que nos han dejado huella, cosa que un buen cicerone, consigue hacer.
ResponderEliminarBuena Semana Santa.
Una ciudad viva y por ello cambiante, en cosas que no siempre nos gusta, pero que bien acompañado, nos permite disfrutar de un paseo enriquecedor.
EliminarFeliz Pascua!