Pablo III
Cuando me
dejó, en la pequeña ciudad capital de la zona, un centro de comunicaciones con un
aeropuerto principalmente de cabotaje, me sentí libre.
Marcelo me llevó al aeropuerto, evidentemente durante el viaje, no le puse al corriente de las
actividades de su mujer, era un tema demasiado fuerte y no sentí capaz de
desvelar unos hechos que le partirían el corazón.
Parecía un
buen tipo, de esos trabajadores y fieles con su gente, me dejó dinero para el
pasaje y, confió en el trato hecho.
Así que ni por
asomo le dije que podía hacer el retrato de Bea de memoria, sin necesidad alguna de
mirar la foto y además en plan maja desnuda.
El tenía que
hacer varios viajes más, acarreando maderas y luego iría a Sao Paulo, donde si
seguía en el país, pues mi intención era largarme lo antes posible, nos
encontraríamos.
Cuando
llegue a Sao Paulo y me presente en el consulado, con un aspecto que no agradó
en demasía al personal, me aconsejaron que la mejor forma de dar rapidez al
trámite de papeleos y obtención de un nuevo pasaporte, era presentarme en la
embajada en Rio.
Y así, en
unas semanas, volvía a ser un ciudadano europeo documentado, eso sí, sin
liquidez.
Intenté
ponerme en contacto con Laura, pero no obtuve ninguna respuesta, a mis
llamadas, ni mensajes, ni correos electrónicos.
Parecía que
fuera ella la que se había tragado la tierra y no yo, que estaba en otro país y
en condiciones muy precarias.
Cumplí mi
promesa con Marcelo, le entregue un cuadro en que la Bea estaba exultante, en todo
su esplendor, cómo un bello animal dispuesto a saltar sobre su presa en
cualquier momento, había conseguido darle un toque que traspasaba el marco del
cuadro.
Quedó
asombrado con mi trabajo, incluso comentó que parecía que la conociera y haberla visto bien físicamente, pues en la foto, no se podía apreciar, esa mirada felina, tan
peculiar.
Tuve que
improvisar una teoría, sobre el arte de los retratistas, que éramos capaces,
mediante la conversación con familiares y amigos, sacar el carácter de un
modelo, sus rasgos psicológicos, más allá de lo qué viéramos en una foto.
De todo este
asunto, la decepción más grande no me vino por la autentica personalidad de
Bea, sino por la pérdida de mi hija adoptiva, que resulto ser una niña de
alquiler, prestada para sacarme, las pequeñas reticencias que pudiese guardar en cuanto a la boda y mi ayuda
en metálico.
Recordaba
con pesar, como la criatura se me agarraba con fuerza, en el momento de la
despedida, fruto ahora lo sabía, de ser el único ser en su vida qué le
dispensaba un afecto sincero.
La
documentación de adopción no se había llegado a tramitar, quedó sólo como una
mera solicitud de información, en el domicilio de los padres de Bea, no vivía
nadie, y los vecinos no los conocían.
Todo había
sido un montaje, excepto la boda y la solicitud de un pasaporte para la novia.
Solicité,
dadas las circunstancias, su anulación inmediata, que aceptaron tramitar, tras
la presentación de una denuncia por secuestro, por demostrar.
En cuanto a
la niña, a saber en manos de quién estaría.
Está bien, me gusta, pero lo encuentro muy liado.
ResponderEliminarUn saludo.
Las visicitudes sufridas y vividas por Pablo, aún no estan determinadas por completo.
ResponderEliminarUn saludo.
la vida está llena de vericuetos, pero la hija de Bea, como punto central del primero y único afecto de Pablo, ha costado de encontrar en su corazón.
ResponderEliminarMe gusta esa huida hacia el infierno, ese escape hacia a adelante, esa bocanada de fuerza para ladrar y sentirse libre.
Un beso, Alfred.
El único afecto no buscado, y el que más le perturba.
EliminarMuchas gracias
Un beso Albada2