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Era un día apacible de primavera, de
los que invitan a salir a pasear sin más, el sol reluce plácido, alguna nuble
blanca realza el azul intenso del cielo, y un aire fresquito nos empuja.
Montado sobre la bici, con el aspecto
de todo un deportista, hecho para retar las dificultades del terreno, pedaleo
incansable sobre una pista ascendente.
Mi destino queda lejos, lo suficiente
para ser un reto, pero no lo bastante como para ser una proeza.
Hace rato que el sudor baja por la
frente, escociéndome en los ojos, intento pasar los dedos enguantados por
debajo del casco para retirar el sudo, pero sigue su camino, cegándome la
visión.
Desde que salí, no he parado de
pedalear, siempre cuesta arriba, jugando con el cambio, buscando la relación
que aprovechara mejor mis desvanecidas pedaleadas.
Por suerte, el aire a mi espalda me
anima a continuar, sin permitir qué el desánimo me invada, dejándome ir a
sentarme bajo la sombra de un frondoso árbol.
Quiero conseguir subir, por méritos
propios, pedaleo tras pedaleo, al menos
hasta llegar a una parte del recorrido que me permita ser merecedor de un buen
descanso.
Cuando observo los puntos de referencia,
en los cuales deposito mi confianza de ir por buen camino, con el promedio
adecuado, observo que hace rato no me adelanta nadie más avezado ni me cruzo
con los que descienden.
Siendo un día festivo en el que mucha
gente se ánima en hacer el mismo recorrido, hacia la montaña que corona la
ciudad, me resulta extraño.
Intento concentrarme en no
desfallecer, pues cada vez me cuesta más avanzar, empezando a dar vaivenes
innecesarios con el manillar, lo cual lentifica mi ascenso.
Consulto el reloj, pero la hora no me
parece correcta, al segundo vistazo, observo que el segundero no se mueve, miro
el recorrido que tengo por delante, la casa que se suponía que tenía que estar
a cien metros, sigue allí, todavía muy lejos.
Observo mis lentas pedaleadas, que se
supone me permiten un ligero avance, pero este no se produce, empiezo a creer
que estoy, de golpe y porrazo, sobre una bicicleta estática, ahí sobre la pista
ascendente, abandonado por los dioses a mi suerte, que es pedalear sin descanso
para no llegar nunca a ninguna parte.
Esta vez el sudor empieza a ser más
frío, las piernas trozos de madera entumecida, mis brazos seres anónimos que
apenas se apoyan en el manillar, que mis manos entumecidas agarran con
desespero.
No quiero hacerlo, pero estoy más
cerca de apearme de la bici, que de seguir el itinerario previsto, ni siquiera
me planteo dar la vuelta y descender.
El tiempo no transcurre, mi marcha no
avanza, las nubes están estáticas en el mismo cielo azul radiante, las hojas de
los árboles no se mecen y el silencio es total.
Ni siquiera un trino de un pájaro, me
muestra algún signo de vida, de movimiento, de compañía.
Estoy solo ante la decisión a tomar,
qué solamente puede ser entre parar, que prácticamente ya lo estoy, o seguir y
esperar que se rompa el maleficio que me envuelve.
Cómo soy un ser irracional, poco dado
al análisis, y de mollera espesa, opto
por seguir quieto, pedaleando.
Poco a poco, parece que la casa está
más cerca, supero un claro donde suelen haber coches estacionados, asciendo por
un recodo interminable y llego a la pista que quiero seguir.
Me paro exhausto, contemplo el reloj
con su segundero a buen ritmo, cómo mi corazón desbocado, y observo el cuenta kilómetros.
No puede
ser, es imposible, es un recorrido que me sé de memoria, lo he hecho varias
veces, y sé la distancia que hago.
Marcaba mil
seiscientos nueve metros más que la última vez.
Proeza que explica la teoría de la relatividad.
ResponderEliminarMe he imaginado, y te animo a seguir y seguir, coronar una vez es poder seguir una segunda, y luego una tercera, y ...Me pareció estar viendo a un tipo con maillot amarillo por una montaña pirenaica.
Un abrazo.
Muy acertado tu comentario, se trata de seguir.
EliminarUn abrazo.
El deporte a veces, acostumbra a ser duro por que nuestro cuerpo nos hace entender que no todo es la mente. Tiene que haber una relación entre mente y forma física.
ResponderEliminarEl ciclismo está muy bien pero hay que tomárselo con calma, cuestión de ir practicando, sin prisa y disfrutando de la naturaleza. Buen escrito.
Desde Segur de Calafell, también me pongo en forma, no hago ciclismo, pero practico jardinería.
Un saludo.
Te imaginas una renglera de lechugas cambiando de sitio, unas tomateras siempre verdes.......
EliminarUn saludo.
Buen manejo de la prosa, me llevaste a instantes agradables. Usas palabras muy precisas!! te felicito, te sigo y y te invito a pasarte por mi blog, ayer lo inauguré... saludos!!
ResponderEliminarGracias por tu amable crítica, me alegro te guste, se bienvenido.
EliminarMe pasaré por tu blog.
Un saludo!
esplendido texto eso es la vida pedalearla haste el final
ResponderEliminarbesos van para vos
Gracias! eso es la vida, pedalear sin descanso.
EliminarUn beso.
Buen artículo.
ResponderEliminarA veces la bici, como la vida misma, tiene esto; parece que no vas a llegar a ninguna parte.
Saludos
Entre las brumas de la memoria, aparecen pedaleadas, unas más fructíferas que otras, todas igual de esforzadas.
EliminarUn saludo.